La política busca el poder y los políticos, al ser humanos, el placer
Hedonismo político, el enemigo silencioso de las democracias
La política es, ante todo, la búsqueda del poder. En su versión más pura, este poder no es un privilegio, sino un compromiso para transformar la realidad colectiva. Sin embargo, los políticos no son inmunes a las pasiones humanas, y entre ellas destaca la búsqueda del placer: reconocimiento, prestigio y la comodidad que trae el ejercicio del poder. Esta tensión entre el servicio público y el hedonismo personal define la calidad del liderazgo en cualquier sociedad. Como he dicho: "La política busca el poder y los políticos, al ser humanos, el placer. Aquellos malos políticos son los que pierden el sentido de esta realidad y se vuelven hedonistas".
En la política, la búsqueda de placer no es un problema en sí misma; lo que importa es cómo se canaliza. Cuando un político prioriza su beneficio personal sobre el bien común, el ejercicio del poder pierde su esencia. El hedonismo político —esa tendencia a convertir el poder en un vehículo para satisfacer deseos individuales— es una de las mayores amenazas a la legitimidad de las instituciones democráticas. Pero este no es un fenómeno nuevo; filósofos y pensadores lo han advertido a lo largo de la historia.
Poder y placer: la lucha eterna
Platón, en La República, advertía que los gobernantes deben ser personas inmunes a los deseos comunes, capaces de gobernar con justicia sin sucumbir a las tentaciones del poder. Para él, los filósofos-reyes representaban la figura ideal, pues buscaban el bien colectivo antes que el propio. "El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres", decía, subrayando que la ausencia de virtudes en los líderes no solo afecta a los gobernantes, sino a toda la sociedad.
Por su parte, Aristóteles ofreció un enfoque más realista. Reconoció que el político no escapa a las pasiones humanas, pero insistió en la importancia de disciplinarlas mediante la virtud. En Ética a Nicómaco, escribió: "La felicidad depende de nosotros mismos", recordando que la grandeza del liderazgo radica en gobernarse a uno mismo antes de gobernar a los demás.
En tiempos más recientes, pensadores como Friedrich Nietzsche destacaron que el poder no debe ser un refugio para el ego, sino un impulso hacia la creación y la transformación. "Lo que no me mata, me hace más fuerte", escribió, aludiendo a la capacidad de superar las tentaciones y debilidades para alcanzar un propósito mayor.
El peligro del hedonismo político
La trampa del hedonismo político radica en su sutileza. No siempre se manifiesta como actos de corrupción evidentes; a menudo, aparece como un apego excesivo al privilegio o como la obsesión por la aprobación popular. Thomas Hobbes, en Leviatán, describió al ser humano como un ser impulsado por deseos infinitos. En su visión, el poder absoluto no solo corrompe, sino que amplifica las pasiones más primarias, especialmente en quienes carecen de límites éticos y morales.
Esta corrupción no solo afecta al político, sino a las instituciones que representa. Un líder hedonista destruye la confianza pública, y sin confianza, las democracias se debilitan. Por eso, el verdadero desafío de la política no es solo construir sistemas que contengan los abusos, sino también formar líderes con un propósito claro y una ética inquebrantable.
Liderazgo y propósito: lecciones de la historia
La historia está llena de ejemplos de líderes que trascendieron sus deseos personales para servir a un propósito mayor. Nelson Mandela, tras casi tres décadas en prisión, emergió no como un hombre resentido, sino como un símbolo de reconciliación. En su autobiografía, escribió: "El perdón libera el alma y remueve el miedo", mostrando que el poder más grande radica en el sacrificio personal por el bien colectivo.
En América Latina, José Mujica se convirtió en un referente al renunciar a los lujos del poder y vivir como uno más entre su pueblo. Decía: "El poder solo tiene sentido si mejora la vida de la gente". Su liderazgo austero contrastaba con las figuras políticas que, seducidas por el privilegio, olvidan su compromiso con los ciudadanos.
Estos ejemplos demuestran que el liderazgo virtuoso no se define por la perfección, sino por la capacidad de resistir las tentaciones y mantenerse fiel al propósito.
Reflexión final: el poder como servicio
"La política busca el poder y los políticos, al ser humanos, el placer" no es una condena inevitable, sino una advertencia. Nos recuerda que el poder, cuando se guía por el hedonismo, perpetúa desigualdades y destruye esperanzas. Pero también abre la posibilidad de construir liderazgos capaces de trascender lo humano para servir a lo colectivo.
El reto no es abolir las pasiones, sino redirigirlas hacia fines nobles. La comunicación política, en este contexto, debe ser una herramienta para reforzar el vínculo entre los líderes y el pueblo, promoviendo liderazgos auténticos y comprometidos. Más que construir imágenes, debe inspirar confianza basada en acciones coherentes y propósitos claros.
Como decía Martin Luther King Jr.: "La pregunta más persistente y urgente de la vida es: ¿qué estás haciendo por los demás?". Este es el estándar que debemos exigir a nuestros líderes y a nosotros mismos. Solo así podremos devolver al poder su verdadera esencia: el servicio como un acto de amor al prójimo y la transformación del futuro.
En tiempos más recientes, pensadores como Friedrich Nietzsche destacaron que el poder no debe ser un refugio para el ego, sino un impulso hacia la creación y la transformación. "Lo que no me mata, me hace más fuerte", escribió.