Reflexiones de Navidad
De Belén a las luces del capitalismo
Hace años que vengo expresando, en diversos círculos donde desenvuelvo mi cotidianidad, la discrepancia que tengo con la manera en que, tanto en nuestro país como en otros hispanoamericanos donde la creencia predominante es el cristianismo, mayoritariamente el catolicismo, celebramos la Navidad.
Las raíces culturales y religiosas de la Navidad tienen su origen en el cristianismo, y su celebración se centra en el nacimiento de Jesús en Belén, en la región de Judea, lo que hoy es Palestina.
En nuestro país, la gran fiesta es la cena de Navidad, el 24 de diciembre. La tradición dominicana es celebrarla en familia. Esa noche, el familiar que no esté presente es porque vive en el extranjero y no pudo venir; si vive aquí y no asiste a la cena, es porque algo muy grave le ocurre, tan grave como estar preso o ingresado en un centro de salud. Aparte de esas dos situaciones, no se admiten excusas.
En otros países, como Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Brasil, Japón, Filipinas, India y Alemania, la celebración principal es el 25 de diciembre, cuando la familia se reúne alrededor de la mesa para almorzar juntos al mediodía.
Mi discrepancia no es con la cena en familia, sea el 24 o el 25, a la hora que sea; me parece bien. Lo que no me parece bien, y por lo tanto desapruebo, es el exceso de comidas y bebidas que se hace en esta festividad, hasta el punto de llevar al padre Manuel Maza, S.J., a calificarla como una "Navidad falsa", según lo expresa en un artículo de su autoría publicado el día 14 de este mes en el periódico Hoy.
Dice el padre Maza que la falsa Navidad "desenfoca, aturde y embrutece". Y agrega: la verdadera Navidad nos obliga a plantearnos las preguntas serias donde nos jugamos la felicidad de nuestras vidas: "¿Qué tenemos que hacer?" (Lucas 3,10-18). Más importante que la cena, la bebida y el lechón es lo que tenemos que hacer en la familia y en el país.
No llego tan lejos como el padre Maza para calificar con tanta dureza la celebración navideña, aunque reconozco que ha pasado de ser un evento religioso, arraigado en las tradiciones católicas, a una festividad influenciada por el consumismo global. Para algunos, esto es parte de la evolución del mundo; para mí, es una degeneración que refleja cambios económicos, culturales y sociales que han permeado la tradición y la manera como se celebraba este tiempo del año.
En la mayoría de los hogares, el jolgorio, los tragos y el exceso de comida hacen que la gente olvide que el festín se realiza por el cumpleaños de aquel que vino a traer luz al mundo. Y, aunque está a la puerta, nadie lo invita a pasar, a pesar de que la fiesta es en su nombre.
Si buscáramos culpables de la conducta que estamos criticando, habría que señalar al capitalismo global, que ha conseguido que la Navidad sea entendida como una temporada de compras innecesarias, regalos y consumo masivo.
En las grandes ciudades y capitales, la decoración de los comercios con luces de colores y árboles artificiales, junto a promociones diseñadas para atraer a los consumidores, han hecho que una figura como Papá Noel (Santicló), ajena a la mayoría de las tradiciones de nuestros pueblos hispanoparlantes, se haya impuesto como símbolo comercial, desplazando en algunos lugares al Niño Jesús.
En este panorama no faltan las canciones, películas y publicidad importadas de Estados Unidos, que imponen costumbres como el intercambio de regalos del 25 de diciembre, relegando los tradicionales regalos de los Reyes Magos el 6 de enero.
La pregunta que nos hacemos es si, finalmente, estos cambios contribuirán a una mejor Navidad o seguirán alejándola de sus raíces espirituales y tradicionales.