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¡Adiós, Maestro Monche! - (*)

(Grito para recordar a un maestro)

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¡Adiós, Maestro Monche! - (*)
Homenaje póstumo al Maestro Monche (Noel Ramón Peralta), quien durante casi cuatro décadas dedicó su vida a la educación en la comunidad de Ceiba de Madera, Moca. (FUENTE EXTERNA)
"Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz..." José Martí

Aunque todos sabíamos que su nombre de pila era Noel Ramón Peralta, en la comunidad, unos lo llamaban Monche, y otros, especialmente sus alumnos y exalumnos,   el Maestro Monche. Pero lo cierto es que una y otra forma denominativa entrañaban el gran cariño y respeto   que todos sentíamos por quien durante casi cuatro décadas se encargó de alfabetizar y repartir el pan de la enseñanza a generaciones de estudiantes que hoy lloran y lamentan la muerte repentina de su antiguo preceptor.

Al servicio educativo se integró el educador que nos ocupa, muy joven o cuando todavía apenas había trillado las rutas de la adolescencia, y provisto de un grado académico que no superaba el octavo curso. Una baja formación profesional que, sin embargo, estaba muy por debajo del alto nivel de competencia mostrado en sus siempre constructivas prácticas pedagógicas.

Posiblemente nunca mantuvo este Maestro contacto con los más avanzados principios de la Didáctica o con aquellos postulados que norman el arte de enseñar. Probablemente tampoco leyó ni jamás oyó hablar acerca de los extraordinarios aportes de algunos de los más insignes representantes del pensamiento pedagógico, registrados en la historia de la educación dominicana y universal (Jean Piaget, John Dewey, Hostos, María Montesory, Paulo Freire, Pedro Henríquez Ureña, Rousseau, Herbart, Gabriela Mistral, Imídeo Nérici, Luis Alves de Mattos, Pestalozzi...). Pero a pesar de semejante desconocimiento, justo es reconocerlo, la calidad de su enseñanza siempre se puso de manifiesto en el ejercicio de su trabajo docente.

En otras palabras, no poseía, el Maestro Monche,  título de Maestro Normal,  licenciado u otros títulos docentes. Ni siquiera el de bachiller; sin embargo, enseñaba, que es lo que se espera de un buen maestro: que enseñe de manera efectiva lo que tiene que enseñar. Para lograr eso, sólo le bastó trabajar con entrega, pasión, responsabilidad y amor, tanto por su oficio como por los cientos de alumnos que pasamos por sus manos, y que, gracias a sus empeños, recibimos las primeras lecciones o aprendimos a leer y a escribir en el centro educativo en el que ejerció durante treinta y siete años, ubicado en uno de los parajes que conforman la sección Ceiba de Madera, del municipio de Moca.

Su presencia como Maestro   desbordaba los límites del espacio enmarcado en las cuatro paredes del aula escolar, para insertarse en el mismo corazón de la comunidad, vale decir, es posible que ningún otro educador lograra como él, mantener un contacto tan íntimo o cercano con la comunidad educativa. En esta, él, además del Maestro, era el medidor o tasador de la tierra en venta o recibida por herencia, el consejero familiar, el fino peluquero y aquel que se desplazaba a la casa   a inyectar al enfermo que requería de sus servicios.

Así era este singular e irrepetible educador.  Así era ese tierno, servicial; pero firme Maestro, cuyos restos hoy yacen sepultados en los Estados Unidos en el frío espacio de un sepulcro silencioso.

Todavía lo recuerdo : de mediana estatura, poco hablar, lento caminar, el largo cordón, soporte de su inseparable llavero, moviéndose circularmente alrededor de su dedo índice, y una sonrisa en la que no podía ocultar la natural timidez que eternamente yacía plasmada en su rostro.

Poseía un concepto casi militar de la disciplina escolar. Por esos sus medidas disciplinarias eran recias, firmes y rígidas, pero sin abandonar nunca esa ternura casi paternal y ese trato afable que siempre lo caracterizó en su roce con los alumnos.

En la vida de todo ser humano, vale precisarlo, los hechos y seres que forman parte de sus primeras experiencias difícilmente resulten cubiertos por el manto del olvido. De ahí que en el ámbito escolar, cualquier estudiante, con relativa facilidad, borre de las páginas del recuerdo a quienes fueron sus profesores en el nivel medio y universitario; pero jamás olvidará al maestro que en la escuela primaria le impartió sus primeras lecciones y, muy particularmente, a quien lo alfabetizó o lo enseñó a leer y a escribir. De ese maestro, siempre tendremos latente su imagen y patente su recuerdo. Como patente y latente siempre hemos tenido la imagen y el recuerdo del maestro que en la antes citada escuela, a todos nos alfabetizó y suministró esas primeras lecciones.

Víctima de un fulminante paro cardíaco, falleció el Maestro Monche, en Nueva York, el día 13 del presente mes (noviembre, 2007). Ante tan infausta noticia, y transidos por el profundo dolor que hoy a todos nos embarga, pienso que sus exalumnos, padres de familias y todas las agrupaciones que conforman las fuerzas vivas de la comunidad, debemos amarrar nuestras voces, para en un gesto de sentida expresión de gratitud, despedirlo o decirle con el más doloroso de los acentos:

¡Adiós, Maestro Monche!

¡Adiós, Maestro Monche!, te decimos todos los que fuimos tus alumnos o saboreamos el néctar nutritivo de tus sabias enseñanzas.

¡Adiós, Maestro Monche!, te dice esta comunidad que tanto te agradece y a la que tanto tú le diste y enseñaste.

¡Adiós, Maestro Monche!, por tu entrega, pasión y aportes.

O Talvez, más que un simple adiós, lo ideal sería decirte con las palabras que pronunciara nuestro Poeta Nacional, Pedro Mir, frente al cadáver del maestro y escritor Manuel de Js. Camarena en su famoso «Grito para enterrar un maestro»:

«Maestro:

Tu imperio de silencio y de penumbra

ha comenzado al fin.

Tuyo es el ritmo,

callado del misterio. Tuyo el beso

que ha de ahyentar las sombras del olvido.

Tuya esta pena que se abrió la entraña,

para cerrar tus párpados dormidos.

Enmudeciste

para adorar tu soledad tranquilo

pero a tu oído bajarán las horas

a decirte el secreto de los siglos

pero a tu voz la ahuecará el recuerdo

para llorarte en la ilusión de un nido...

Enmudeciste

para vivir tu eternidad tranquilo, pero en tu tumba

muchos lamentos vivirán contigo

muchos sollozos besarán tus huellas

para alfombrar de llanto tu camino.

Maestro:

No te decimos adiós. Tú no te has ido.

Tú estás en el recuerdo palpitante

y eterno en las raigambres del gemido.

Cada lágrima en flor del estudiante

apretada en el pecho conmovido,

será como un puñal de sentimiento

que querrá defenderte del olvido...»

(*) – Palabras leídas en el acto de homenaje póstumo al profesor Noel Ramón Peralta (Monche), fallecido en Nueva. York, Estados Unidos, en fecha 13/11/2007.

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El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura dcaba5@hotmail.com