Juan Rincón, el pastor Víctor Kery y la justicia de Santo Domingo
Víctor Manuel Kery, conocido como "El Pastor", actualmente implicado en un presunto caso de abuso sexual contra dos menores en Higüey
La historia de Juan Rincón aparece magistralmente relatada por el eximio escritor tradicionalista, César Nicolás Penson (1855 – 1901), en “La muerte del padre Canales”, una de las diez tradiciones que conforman su emblemática obra Cosas añejas (1891). Constituye dicho relato el más fiel retrato de las debilidades o podredumbre ético - moral que históricamente han afectado al sistema judicial de la República Dominicana. Y revela la magistral y muy aleccionadora narración que la justicia dominicana siempre ha sido la misma: la piedra angular o el brazo poderoso que ha servido de soporte al régimen de impunidad que durante los últimos años tanto se ha criticado y combatido.
El protagonista de la historia es Juan Rincón, un matón compulsivo, especialista en asesinar mujeres; pero que, debido al peso de un tío socialmente influyente, casi siempre lograba evadir la justicia o quedar libre del castigo de la ley. Descrito por el narrador como “un ente raro”, “un monstruo” que “acaso padeció lo que llama manía de sangre”, y cuyo origen arrancaba “de familias muy distinguidas, las primeras de esta capital…”, Rincón asesinó a su primera esposa encinta; pero «Esta primera hazaña quedó impune, merced acaso a lo distinguido de su familia y a las influencias que hizo o no hizo valer en su favor su tío el Deán… Ya antes dizque había metido a una hija suya en un sótano»
Después de cometer estos hechos, pudo libremente huir hacia Puerto Rico, país donde no tardó en contraer nupcias por segunda vez. Con la nueva esposa, una noche, sostuvo una discusión y la amenazó con hacerle lo mismo que a la primera. La mujer procedió “a denunciar al lobo”. Las autoridades boricuas entran en acción y Juan Rincón es apresado y despachado a su patria; pero al llegar aquí, lo dejaron libre, “¿cómo no?, por respetos de su tío el Deán”. Y una vez aquí, su insaciable sed de sangre lo impulsó a elaborar una lista con los nombres de las personas (treinta en total), a las que habría de matar en el futuro, encabezada por el padre Juan José Canales, el cual, antes de ser sacerdote, había ejercido como abogado contrario a los intereses del matón.
El crimen contra el sacerdote se perpetró como estaba planificado y Juan Rincón, ¡por fin!, es sometido a la justicia. Cuando el juez del crimen le preguntó al prevenido:
«— ¿Quién mató al padre Canales?», acto seguido el monstruo asesino, impasible y con tono fiero respondió:
« —¡La justicia de Santo Domingo!»
Sorprendido el magistrado, procedió, esta vez con voz severa, a preguntarle de nuevo al imputado:
«— Conteste usted, con respeto a la justicia, ¿quién mató al padre Canales?»
«— He dicho - insistió el asesino - que la justicia de Santo Domingo, porque si cuando yo, agregó con tono sentencioso e insolente, maté a mi primera mujer embarazada, me hubieran quitado la vida, no habría podido matar al padre Canales»
Merced a tan contundente respuesta, el narrador introduce una crítica reflexión que no podía ser más aleccionadora en un momento, como el actual , en el que la justicia dominicana adolece de las mismas fallas y debilidades que la justicia de los tiempos de Juan Rincón:
«Jamás inculpación más grave ni más sangrienta se arrojó a la faz de los hombres de la ley. Era un cargo que contra sí Rincón hacía, pero con el fin de apostrofar a la justicia humana por su culpable lenidad dejando impune un crimen atroz por atender a mezquinas consideraciones sociales y a influencias malsanas de valedores poderosos, que lograron hacer irrisoriamente nula la acción de la ley. ¡Lección tremenda para quienes pierden el respeto a esta y a la sociedad, vulnerando los fueros de la una y burlando a la otra para burlar a entrambas, haciéndose realmente con semejante lenidad más criminales que el criminal que pretenden sustraer a la acción reparadora de la justicia!»
En pocas palabras, ese es el contenido profundo del famoso relato histórico de nuestro afamado tradicionalista y fundador del primer diario dominicano. Un relato, que como ya se expuso al principio del presente texto, nos presenta la más fiel radiografía del sistema judicial dominicano durante la segunda mitad del siglo XIX. Una historia que muy poco ha cambiado y que nos resulta bastante parecida a la protagonizada recientemente por el pastor evangélico Víctor Kery en el municipio de Higuey.
Este “predicador”, en el mes de diciembre del año 2021, fue declarado culpable y condenado a cinco años de prisión suspendida por un tribunal perteneciente al distrito judicial de la provincia La Altagracia, por el delito de abuso sexual en contra de un menor. Como su nombre lo indica, “prisión suspendida”, fue condenado a prisión; pero sin prisión, o permaneciendo libre. Esto quiere decir que la condena se le impuso, pero no su ejecución fue suspendida, en virtud de lo que establece la ley. Y esto significa que en virtud de la suspensión o no ejecución de dicha pena, el agresor sexual, Víctor Kery, continuó realizando su vida normal: predicando como siempre y hasta reuniéndose con niños como siempre. Y todo por la benignidad de una sentencia o la extraña decisión de un tribunal complaciente.
Hace una semana el pastor Víctor Kery fue de nuevo sometido a la justicia, esta vez acusado de violar sexualmente a varios adolescentes, igualmente residentes en Higuey. En tal virtud, la Oficina Judicial de Atención Permanente de la provincia La Altagracia le impuso el pasado jueves un año de prisión preventiva y en adición a esta medida, declaró el caso complejo.
Vistas los dos hechos antes relatados, estoy más que seguro de que cuando se conozca el fondo del caso y un juez le pregunte a Víctor Kery: «Quién violó a estos adolescentes?, la respuesta del religioso no se hará esperar:
«— La justicia de Higuey, porque si cuando yo abusé del primer niño en el año 2018 me hubieran enviado a la cárcel, años después no habría podido violar a todos estos adolescentes»