La cuestión salarial otra vez
Los aumentos que los mejor pagados han logrado, a veces en medio de grandes crisis, han producido diferencias obscenas entre los salarios de los de arriba y los salarios de los empleados a cargo de servicios básicos, como salud, educación o seguridad pública.
El Estado es una sociedad diferenciada, territorializada, institucionalizada, jerarquizada y soberana. Su propósito es el bienestar general. Para realizar con eficacia sus tareas debe disponer de buenos funcionarios. Para eso debe pagar bien. ¿Cómo ha evolucionado el pagar bien? Trujillo pagaba altos salarios a la cúpula estatal y bajos salarios al resto de los empleados. En 1966, Balaguer cortó drásticamente los salarios de la cúpula, incluyendo el suyo, y congela los salarios del resto del personal. En 1978, Antonio Guzmán incrementa drásticamente los salarios de la cúpula, incluyendo el suyo. En 1986, Balaguer vuelve a cortar los salarios de la cúpula, incluyendo el suyo, y a congelar los salarios del resto del personal. En 1996 Leonel Fernández quintuplica el salario de la cúpula, incluyendo el suyo
Después de los aumentos de 1996, se produjeron las reformas del sector eléctrico y las telecomunicaciones. Y siguiendo el formato del modelo americano se crearon dos organismos reguladores. Pero mientras en Estados Unidos, los reguladores reciben salarios igual o menor que la de un subsecretario de Estado, aquí se decidió alinear los salarios de esos funcionarios reguladores con los salarios de los altos ejecutivos de las empresas que regulan. Con el proceso de capitalización, las empresas reformadas trajeron personal extranjero, al cual pagaron altos salarios. Cuando las empresas distribuidoras retornaron al Estado, trajeron esos salarios. Y esos salarios se convirtieron en un nuevo estándar salarial para las empresas públicas.
Aquel sube y baja era una competencia silenciosa entre visiones diferentes del Estado, del funcionario público y del pagar bien. Al final se impuso una corriente que no solo defiende los altos salarios para los altos funcionarios, sino que llega al extremo de alinear los salarios de algunas entidades con el salario de los ejecutivos de las grandes corporaciones. Curiosamente, hace más de dos siglos, Jefferson alertaba sobre el peligro de atraer a los altos funcionarios con altos salarios. Temía que la persona que acepta un alto puesto público por el salario se volviera genuflexo para mantener el puesto. O volverse codicioso y usar el puesto en su propio beneficio. Pero aquí, justamente para evitar la genuflexión y el mal uso del poder, se decidió atraer buenos funcionarios mediante el alto salario.
Pero el desempeño no depende de unos pocos sino de miles de funcionarios y empleados laborando en cientos de entidades públicas diferentes. El salario es ingreso. Es valoración del trabajo. Y es jerarquía. El buen desempeño del Estado requiere un complejo equilibrio salarial. Y siendo la presidencia la posición más compleja, demandante, riesgosa y de mayor jerarquía, aquel equilibrio comienza por establecer el salario del presidente de la república como el tope y la referencia oficial dentro del Estado.
Solo que, al permitir que algunas entidades públicas ajusten sus salarios con los ejecutivos de grandes corporaciones, esos salarios, no el salario del presidente, se han convertido en una nueva referencia. Mire usted, el presidente de la república gana RD$450 mil mensual. Los ministros de Educación y de Salud Pública ganan RD$300 mil mensual. Comparado con los salarios de los presidentes y ministros de países de similar nivel de desarrollo, esos son buenos salarios. Comparados con los salarios de los ejecutivos de corporaciones, con las cuales el presidente y esos ministros deben lidiar diariamente, esos salarios parecen chilatas.
Rota la jerarquía que el salario refleja, ya los funcionarios no sienten vergüenza de tener una remuneración superior a la del presidente. De hecho, existen docenas de funcionarios con salarios superiores a los RD$450 mil del presidente, centenas con salarios superiores a los RD$300 mil de los ministros, y miles de funcionarios bien pagados que al mirar a su alrededor sienten que no está siendo adecuadamente valorado. Además, continua el acelerado proceso de descentralización que, con el propósito de crear nuevos espacios donde los funcionarios puedan contratar y fijarse altos salarios, está balcanizando el Estado
Los aumentos que los mejor pagados han logrado, a veces en medio de grandes crisis, han producido diferencias obscenas entre los salarios de los de arriba y los salarios de los empleados a cargo de servicios básicos, como salud, educación o seguridad pública. Quizás no se ha pensado en las consecuencias. O las consecuencias importan poco. Si para hacer bien su trabajo, algunos funcionarios necesitan remuneraciones que son veinte, cincuenta, cien veces superiores a las que reciben los policías que protegen vidas y propiedades o los guardias que protegen la frontera, los mensajes son tan contundentes que no hay discurso, promesa o reforma que los borre.
Sin regular el salario es imposible desarrollar un Estado eficiente. Pero el desorden salarial viene de lejos. Y con el tiempo ha desarrollado aristas tan filosas que hasta los presidentes temen enfrentarlo.