¿Reforma policial sin reforma fiscal? Difícil
No hay reforma fiscal sin reforma policial
En la segunda mitad del siglo 18, las colonias de Norteamérica usaron el slogan No taxation without representation (“No hay tributación sin representación”), para expresar las quejas de los colonos frente a las pretensiones de la corona inglesa de obligarlos a pagar impuestos establecidos por un parlamento en el cual no tenían representación, base para proclamar su independencia de Gran Bretaña y, de paso, también para la democracia y los derechos humanos.
Al escribir este artículo, me vi tentado a llamarle “No modernization without taxation”. Y me anima a escribirlo el fenómeno que vive el país de jóvenes asesinados brutamente a golpes en cuarteles policiales. Asqueada ante tanta barbarie, la sociedad dominicana ha comenzado, con sobrada razón, a reclamar al Gobierno que se emprenda, de una vez por todas, la reforma y modernización de la Policía Nacional y de todo el sistema de seguridad ciudadana.
No hay justificación aparente para que un país de ingreso medio, y que se precia de tener uno de los más relevantes éxitos macroeconómicos del mundo, conviva con una policía como la que tiene. Pero igual podría decirse con un sistema de salud, o de justicia, o de seguridad social, o de agua potable, o de tránsito, de servicios municipales, etc. Nada de esto tiene explicación a los ojos de un observador con mínimo conocimiento de cómo funcionan las cosas en otras sociedades.
Y recordemos que el presidente Abinader prometió reiteradamente que emprendería reformas para modernizar el aparato público de provisión de servicios. E iniciativas no le faltaron, porque al plantear la reactivación del Consejo Económico y Social (CES), lo hizo con el mandato expreso de que se consensuara una serie de reformas para transformarlos. Pero, todo ello, acompañado de un pacto fiscal.
Lo que no se dijo fue que el pacto fiscal tenía que ser primero, por ser un prerrequisito para viabilizar los demás cambios. Porque, aunque se reconocen indudables avances en racionalización de gastos públicos y cambios institucionales y control de la corrupción seguirán siendo necesarios, todavía la modernización de los servicios demandará ingentes recursos públicos; y al hacer cálculos para cualquiera de ellos le llega a uno a la mente aquel viejo anuncio de un banco que decía “y los cuartos, ¿dónde están”?
Porque en ningún país del mundo se ha visto que, pagando al fisco un 14% o15% del PIB, se puede tener un buen sistema de seguridad ciudadana, o de salud pública, de justicia, seguridad social o de lo que sea, ni que los ciudadanos puedan contar con un Estado en el cual se sientan confiados, protegidos y seguros.
En un país en que ricos y pobres tienen pavor a que se les hable de impuestos, y para colmo vienen una pandemia y una crisis que hace muy difícil y poco oportuna su justificación, desde que se habló de reforma tributaria la gente pegó el grito al cielo. Y el presidente entendió que era el momento para traerle a la población, la “buena noticia” de que ya no habrá reforma fiscal.
La gente se sintió aliviada y feliz; pero quizás la noticia no hubiera parecido tan buena si se le hubiera aclarado que, con ello, tampoco habría reforma de la policía, o que el ministerio público no tendría recursos más que para ocuparse de unos pocos casos, o que al pasar la pandemia los hospitales volverían a su ancestral precariedad.
Volvamos al caso de la policía. Después de muchos reclamos y discusiones se han anunciado iniciativas necesarias pero insuficientes. El Gobierno podrá designar cuantas comisiones eva- luadoras se le ocurra, escuchar la opinión de los más reputados expertos, y cualquier cantidad de medidas que se tomen no pasarán de ser cosméticas, porque la transformación que se necesita es tan radical, los recursos son tan inmensos, que están fuera de alcance del presupuesto fiscal.
Ningún país consigue un servicio policial eficiente con un 0.3% del producto interno bruto porque, ¿cuántos policías se pueden tener, a cómo habría que pagarlos, de qué infraestructura y tecnología habría que dotarlos? Mientras tanto, con pobres diablos semianalfabetos, sin ninguna mística, armados, ganando doce o quince mil pesos, y hasta coroneles que ganan 30 mil, y llegan a casuchas donde les esperan sus hijos hambrientos, ¿qué es lo que se puede esperar?
Y mucho más cuando se trata de una institución creada y sostenida al amparo de la corrupción, la violencia y el irrespeto a la ciudadanía.