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Ramón Mella

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Ramón Mella

Uno de los primeros jóvenes idealistas atraídos al seno de la sociedad patriótica La Trinitaria fue Ramón Mella. Por sus entusiasmos y espíritu emprendedor, mereció de preferencia el afecto de Duarte y la confianza de misiones secretas que requerían trasladarse al Cibao y al mismo territorio haitiano. En todas las circunstancias llenó satisfactoriamente su cometido. Entregado en cuerpo y alma a la causa de la libertad, pero carente de la discreción y malicia de los hombres maduros de la época, no tenía miramiento en manifestar paladinamente desafección al régimen haitiano, y destacábase entre los exaltados a quienes las autoridades le tenían echado el ojo para encarcelarlo en cuanto asomase la primera amenaza de rebelión. Nada fue, pues, más natural que Charles Hérard, a su paso por el Cibao, ordenase la prisión del “joven ese nombrado Ramón Mella”, reconocido ya como uno de los activos conspiradores. A su regreso de Haití, donde ha estado detenido, le mueve el mismo espíritu, inconforme y atrevido del conspirador pasado por la primera prueba, y busca a los compañeros para alentarlos a continuar la obra, cuya realización considera ahora más factible, después de haber visto por dentro el estado de incertidumbre y anarquía creado por las encontradas ambiciones políticas en aquella República. Pero no los encontró en muy apreciable grado de entusiasmo; casi todos miraban las cosas con un sentido práctico, ajustado a la realidad presente, y juzgaban prematuro el paso definitivo del movimiento emancipador. Sin recursos de guerra, el elemento de armas dominicano a las órdenes de las autoridades, más la experiencia de la malograda independencia de Núñez de Cáceres, eran las razones con que justificaban su desconfianza en la empresa. Tales razones formaron el cuerpo de la ideología en pugna con el ideal incubado en La Trinitaria. Mas los de este credo no habían desaparecido, eran todavía los de la excepción, exigua hasta lo increíble, y los encabezaba Francisco del Rosario Sánchez, no por autoridad de poder delegado, sino por algo más alto: la preeminencia natural emanada de la superioridad de consagración, el sacrificio, el amor y la fe en el ejercicio del ideal. A él fue Mella, y en él halló lo que anhelaba. Juntos habían pisado la vez primera el para ellos sagrado recinto de La Trinitaria, un mismo amor a la libertad les había prendido las almas juveniles, y un mismo sentimiento de nobleza los había mantenido a flote sobre el oleaje vulgar, pero halagador, de la vida práctica, permitiéndoles tener en alto la bandera de los principios...Eran pocos, ¿qué hacer? Luchar. Poner sin tardanza manos a la obra, reencendiendo la confianza donde ya está apagada, y en gesto apostólico predicar, mientras se conspira, hasta reunir los elementos indispensables para dar cima a la empresa. En cosa de meses estuvo todo listo, es decir, vencido el obstáculo de los remisos, los dudosos, los indiferentes, los faltos de fe. Hasta los comprometidos con las autoridades se identificaron sinceramente y cerraron filas con los forjadores del movimiento. Los hermanos Puello, Juan Alejandro Acosta, Parmantier, Pedro Valverde y Lara, militares, al igual que los civiles Félix Mercenario, Manuel Ma. Valverde, Tomás Bobadilla, José Ma. Caminero, eran superiores, cada uno en sus actividades, a los promotores y directores del paso trascendental a que concurrían. Había en aquellos instantes unidad de sentimiento y de acción, y sin excepción alguna era general la inclinación a ceder los primeros puestos, puestos de jefatura, a Sánchez y a Mella. Bajo ese predicamento se efectuaron las últimas reuniones de los patriotas y con el mismo estado de ánimo concurrieron a la cita la noche del 27 de febrero para dar el grito de independencia...Es en razón del más sagrado compromiso, acaso por estar empeñado en ello el mayor amor de su vida, que, mirando la indecisión vacilante de los compañeros al tiempo de hacerse realidad el propósito de tantos desvelos, dispara Mella su trabuco y da el postrer impulso...la noche del trabucazo, es una frase simbólica, como toda otra en que se alude a ese disparo, con la cual se paga tributo de admiración al prócer, aun cuando se use sin esa intención. El espíritu resuelto del hombre, una de las modalidades de su carácter, tuvo en el trabucazo una elocuente manifestación que no se destempló en lo sucesivo.

Desde que la idea separatista prendió en un grupo de dominicanos y empezó a desenvolverse siguiendo el curso lento y sinuoso impuesto por la escasa afinidad de la masa colectiva, hasta llegar al solemne momento de ser fundada la República, Sánchez y Mella fueron los dos personajes que más genuinamente la encarnaron. La trayectoria fue un movimiento ascensional hasta el plano de la gloria. De pie en esa cumbre luminosa, exentos de los impulsos de la ambición, que nunca había sido parte en sus generosos sacrificios, se presentaron no solos, sino poniendo ellos mismos en primer término a Duarte, ausente, padre de la idea.

No han pasado veinticuatro horas de fundada la República, y ya los Padres de la Patria no son los primeros personajes. Se rompe la unidad de sentimiento y de acción que con ellos había cooperado en la creación de la patria, y las fuerzas individuales se distribuyen según tendencias que aquellos no pueden representar: les falta el vigor de la individualidad para ello. Sin embargo, ellos creen que pueden hacerlo, y se aventuran en una lucha de preponderancia en la cual se quedan casi solos; la colectividad está con los otros. Ignoran haber recibido ya el beso de la gloria, y que a pesar de esa posición perdida, el plano de ellos se cierne sobre el de sus contrincantes. Por ese desconocimiento, descienden al palenque de la realidad, y aceptan lo que se les quiere conceder, moviéndose en una línea de segundo orden. Ello ha sido causa de mil erradas interpretaciones en menoscabo de su gloria.

Dentro de esa realidad social cada uno dio de sí lo que pudo, conforme a como era. Ramón Mella vivió, más que los compañeros, la vida criolla, y como más adaptado, le tocó mayor lote de las deficiencias propias del medio. Dominicano de pura cepa, se perfila primordialmente como guerrillero. No se aviene a la actividad palabrera e intrigante de la Junta Central Gubernativa, y reclama su puesto en la acción guerrera. Con amplios poderes para actuar en el Cibao abandona la Capital. Tras una grata jornada oprimiendo el lomo de un caballo por entre malos caminos y montañas, llega a Cotuí. Desde allí da órdenes disponiendo la reconcentración de hombres en Santiago, y al tocar esa ciudad, no satisfecho de los medios defensivos, reclama el contingente de Puerto Plata, y sigue a los campos de San José de las Matas a reclutar hombres y a destacar a los jefes del lugar con guerrillas que hostilicen a Pierrot. Triunfan las armas dominicanas, y Mella, aunque no actor, fue organizador, y quedó bien relacionado con la gente de armas de toda la región. Meses después, creyendo en ese presunto ascendiente cometerá el atolondramiento de proclamar a Duarte Presidente de la República en esa región, y con carácter formal organizará una comisión presidida por él mismo y encargada de trasladarse a la Capital a entablar negociaciones con el gobierno legítimo. El final es ir a la cárcel y ser expulsado a perpetuidad con los compañeros Sánchez y Duarte...

Cuatro años sufriendo las penalidades del ostracismo, sin derecho a pisar la patria fundada por ellos...

Vuelve al país. Toma las armas en ocasión de nuevas incursiones haitianas, y va a la frontera a batirse con tanto denuedo como el que más. Alterado el curso de las operaciones militares y políticas estuvo en medio de los acontecimientos, llevados según la ruta de ellos, y al volverse el ejército, encabezado por Santana, contra el Presidente Jiménez, entre los sitiadores de la Capital estaba Mella...Ya quedaba en la pendiente de la política, en los hilos de cuya inconsecuencia se enredaría irremisiblemente... Entra a desempeñar altas funciones gubernativas, y más comprometido entonces con intereses opuestos a su responsabilidad patriótica, no puede negarse a unir a la misión de alcanzar el reconocimiento de la independencia en España las gestiones de tantear la posibilidad del protectorado. Fue, vio, se relacionó e inquirió, y planteó las cuestiones de su encomienda. Mordió el fruto prohibido del protectorado, y le supo mal; no pudo deglutirlo, y lo maldijo. No pasó, pues, de la tentación... Fluctuando entre levantamiento y caídas, aciertos y errores, como cualquier político, ha estado desarrollándose su vida en el escenario de las actividades públicas, sin alcanzar perfil saliente, porque era todo ello la emanación de un carácter falto de firmeza y un juicio vacilante. Fue la etapa de su vida que finalizó en un amago de claudicación desdorosa. El caso no rebasó el marco de las posibilidades, y para los contemporáneos pasó casi inadvertido; nadie entendió haber sufrido mengua los méritos del hombre del trabucazo, por aquellas gestiones. De entre las generaciones siguientes han aparecido algunos espíritus, de esos echados a perder por la literatura y eternos desterrados del campo donde se debaten y se yerguen las virtudes cívicas, empeñados en presentar aquel que iba a ser gran pecado de Mella, como una caída afrentosa, bastante a borrarle del número de los altos próceres. Sin embargo, todavía resta un poco de pudor en los tales, y tomando el sesgo de las posturas negativas, se ha refugiado en la conspiración del silencio...

Tras de haber sido juguete de la fuerzas preponderantes en el ambiente social, condición inevitable en quien se entregó a esa lucha sin los recursos de una vigorosa individualidad, se opera un cambio radical en el hombre, y es cuando precisamente arriba a la edad viril. Con las facultades espirituales entradas en el período de la plenitud del desarrollo, se le robustece el carácter, y se le ilumina la conciencia en cuanto a su responsabilidad de prócer, y en adelante sostiene esa calidad con orgullo, sin dejar de ser hombre criollo enredado en cuestiones políticas cuando las circunstancias lo exigen. No vuelve a ser un prosélito de Santana ni de Báez y hecho un fogoso campeón de toda causa ligada al interés público, queda asentado en un pedestal de honorabilidad adecuado a su gloria patricia.

Se le consulta su parecer sobre la desesperante situación creada por el representante español Antonio Ma. Segovia, y la respuesta es concluyente: “La mejor solución es envolver al cónsul en la bandera española, y devolvérselo a la Madre Patria”. Aconsejó favorablemente a la revolución contra el gobierno de Báez el año 1857. Fue un reclamo de interés social. Tuvo puesto entre los dirigentes del movimiento, y cuando al cabo de meses sus instrucciones salían fallidas contra el indómito y corajudo Parmantier en Samaná, pidió gente y cañones; fue, y a sangre y fuego barrió del inexpugnable recinto a quien había sido un tormento hasta para Eusebio Puello.

Pasada la borrasca revolucionaria, se suscitaron nuevos choques de intereses políticos, de los cuales salieron triunfantes los encabezados por Santana. La aspiración del protectorado entraba en el período de la realización definitiva, Nunca como entonces había sido tan general la cooperación de las fuerzas vivas del país para lograr esa finalidad. Y Mella, como Sánchez, era de las honrosas excepciones, y por consiguiente persona no grata al elemento oficial. A causa de ello tuvo que abandonar el país. Aprovechando uno de los decretos de amnistía, regresó a la capital cuando ya imperaban las autoridades españolas. Su llegada tuvo algún bullicio espectacular en la ciudad, ansioso el pueblo de ver su actitud definitiva. Sus maneras aguijoneaban la curiosidad. Tenía porte garboso y aire militar. El continente se acordaba con el título de General con que era llamado hasta en la conversación familiar, y por el cual se sentía orgulloso. Hablaba en tono expresivo y caballeroso, revelando empaque de distinción...Visitó al Capitán General y expresóle, en nombre de su calidad procera, su protesta por la anexión. Luego abandonó el país, no como un indiferente, sino atormentado por la suerte de la patria.

Estalla la revolución restauradora y tan pronto puede, viene al país con el gesto que correspondía a un Padre de la Patria. Desde la frontera despliega bandera de combatiente, atraviesa la selva virgen del riñón de la República y llega a Santiago. Seguido se le da puesto al hombre de armas y de acción, y dirige las operaciones dependientes del Ministerio de Guerra, para el cual ya se le reconocían dotes especiales... Cuando Pedro Florentino creó el estado de anarquía entre los patriotas del Sur, Mella acudió personalmente a coordinar los intereses en pugna y a organizar las fuerzas; pero enfermó, y antes de tiempo se vio obligado a regresar a Santiago. Agotado, más que por los años, por un incesante, arduo, penoso e incomparable laborar por la patria, la travesía por el camino de San José de las Matas le consumió el último vigor de vitalidad. Camino tan antiguo como el descubrimiento de la isla, entre lomas y breñas y pedregales, cerrado a trechos y enteramente inhospitalario para el sufrido jinete que en hora aciaga del pueblo dominicano tuvo la honra de recorrerlo, mal comiendo y mal durmiendo y mal cabalgando, con el músculo enfermo, pero el espíritu animoso, parecía simbolizar la incomprensión e indiferencia dominicana para todo cuanto fue pureza de patriotismo.

Falleció a poco a poco de retornar a Santiago. Tuvo, como Francisco del Rosario Sánchez, antes de morir, la obsesión de la bandera que amaneció flotando en el baluarte del Conde el día 27 de Febrero de 1844.

Santo Domingo, septiembre 25 de 1935.

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