Mariano Lebrón Saviñón: un poeta a redescubrir
Mariano Lebrón Saviñón no es un episodio de la muerte. Jamás debería serlo. Habrá de ser, por siempre, un suceso de la vida porque la palabra y sus signos marcaron su existencia y su trayectoria.
Hace años que lo sabíamos ausente, pero recordábamos que su palabra estaba inscrita en los anales de nuestra poesía, de nuestra historia de la cultura y de su viva como atractiva oratoria con la que nos dejó impactados en múltiples oportunidades. Y entonces lo sabíamos presente. Por eso, no quise escribir inmediatamente después de su deceso, sino esperar el paso de los días para rememorar su tránsito vital desde las ensenadas de sus glorias y haberes, no desde las lamentaciones por su partida definitiva.
He recordado mientras iniciaba esta escritura que hace veintisiete años, en agosto de 1987, cuando don Mariano cumplía 65 años de edad y se mostraba joven y activo, yo reseñaba el suceso del aniversario con el hecho de que, a esa edad, ya el poeta tenía más de cincuenta años en el oficio, pues sus primeros versos habían sido dados a conocer cuando apenas tenía catorce años de edad.
Empero, la publicación de su poesía tuvo un curso lento. Cuando cumplía los sesenta años, o sea en 1982, la recupera y presenta Manuel Rueda de modo panorámico bajo el título "Tiempo en la tierra" y es a partir de entonces cuando su breve pero sustanciosa obra comienza a ser reconocida como debía esperarse. Había publicado un solo libro en las ediciones de La Poesía Sorprendida treinta y cuatro años antes, en 1944, bajo el título "Sonanbulismo sin sueño", poemas juveniles que fueron seleccionados por Baeza Flores y Franklin Mieses Burgos. Otros dos libros anteriores pertenecían, junto a la suya, a otras dos voces, o sea a la tríada conformadora de Los Triálogos, aquella experiencia lírica que antes de subir al podio anduvo ambulando por las calles de la ciudad improvisando versos en la sorprendida visión de los aedas singulares que eran, con Mariano, Domingo Moreno Jimenes y el chileno Alberto Baeza Flores. De modo que es con "Tiempo en la tierra" que la poesía de Mariano comienza su andadura formal, un caso extraño pues todos a esa hora conocían de la calidad del poeta, de su empatía con las creaciones universales de la gran poesía, su trajín en la esfera de la creatividad poética, tanto en la experiencia de Los Triálogos como en su presencia fundadora en el movimiento La Poesía Sorprendida, a quien daría nombre.
Mariano ya iba camino a convertirse en una gloria del parnaso dominicano. Pero, había tardado en mostrarse y en aquel aniversario número sesenta y cinco de su limpia vida, yo insistía entonces en la necesidad de que su voz -llena de un canto abierto a la soledad y al amor- fuera rescatada con mayores bríos por nuestra sociedad literaria tomando en cuenta sus valores y su especial significación dentro del contexto general de la literatura dominicana del siglo veinte.
Poeta neoclásico, Lebrón Saviñón trabajó la palabra con el dominio que otorga una formación culta. Los vocablos adquieren en él una dimensión insospechada, quedando valorada su poesía dentro de un marco del que dimana una expresión diferente. El soneto, forma de su preferencia, es renovado con su acento, dejando entrever firmes influencias de poetas como Miguel Hernández, Alberti y Lorca. De cualquier modo, sin embargo, su poesía tiene sello particular. Para usar la expresión de Manuel Rueda fue "autosuficiente, soberano e inconmovible en sus atributos".
Poeta en el cual la ternura hace un hueco y el amor se cuela en sus andanzas con su música de sueños ("Amor, y cuando el mundo sea sólo un asombro/ y el hombre sólo un astro ignorado que alumbre/ descenderé de nuevo al mundo en que te nombro/ para buscarte echado como un sol en tu cumbre"). Está presente también en su poesía, aunque con frecuencia menos intensa que sus cantos de amor y de esperanza, ese jalón rebelde que clama y grita y testifica por los hombres del campo. ("!Ay! Esos hombres tristes, montón de piedra dura/ (arteria de cantera formando su nervura) / no saben de la dicha, no saben de la gloria/ Me duelen en el alma, me duelen en la historia")
Y, entonces, el clamor de redención, la proclama de reivindicación ("De su sueño de estatura ya no despertarán/ Si no ruge la idea/ y levantan el puño y gritan en el campo/ en pos de la pelea/ y levantan la frente y levantan el alma/ con fuerza de torrente, con esbeltez de palma/ Y en tanto que ellos sigan sin mañana ni sol/ me seguirán doliendo, seguirá mi dolor".)
Lebrón Saviñón que es un poeta que evidencia una firme preocupación por las cosas del trópico ("Trópico sin dolor, libre de miedo/ bullicio y verdad, grillo en el monte/ canto y coro y amor /fuente del cielo"), se posesiona de cinco elementos que son vitales en su expresión poética. En primer lugar, la soledad, casi una fuente de donde brotan sus más hondas motivaciones poéticas. Luego, la rosa, un constante sonido, un apasionado sentir, una tenaz presencia de la que busca al parecer no liberarse, porque ella sola es un símbolo suficiente de armonía. Dios, una honda preocupación, y en toda su gravitación simbólica, el ruiseñor y los luceros. En estos cinco elementos deberá buscarse el sentido y la proyección de los ideales poéticos de este autor, resumidos tal vez en la belleza de la vida, en el perfume del amor, en la luz, en el canto constante a la realidad de las cosas y a la fortaleza de los principios, conjugando toda su creación desde el ancho espacio de los silencios y la modestia encumbrada del aeda.
Hay otros momentos sencillamente elocuentes de la gran obra poética de Mariano Lebrón. Como, por ejemplo, su amor al pueblo judío ("Necesitamos un campeón que ciegue tus balcones/ y al vibrante clamor de sus trompetas/ derribe el muro de las lamentaciones".) Son además, muy hermosas y llenas de una muy dinámica y elevada motivación sus evocaciones del mar ("Te amo porque era muy pequeño/ cuando mi diminuta planta, tierna y suave/ se mojaba en tu faz"). Y, desde luego, sus cantos, como ese clásico suyo que recuerda a Lorca ("En tu casa puso el viento/ un canto verde de pino...") y su gran poema -de nuestra predilección-, "Mi mejor oración", que rememora en algo a Neruda y que se constituye en un testimonio de fe y un alegre canto de esperanza ("Amor, hazme cantar/ Cantar y ser eterno en mi canción/ viva flama perenne, universal/ Cantar para vivir...".)
Quince años después de la aparición de "Tiempo en la tierra", Mariano publica "Vuelta del ayer" (1997) que dedica a su hijo, el actor Mario Lebrón "porque ama profundamente este poemario" y a su hermano José Angel Saviñón que fue su paradigma, como él mismo dejaba constancia en sus conversaciones. El primer poema de ese libro, que dedica a su nieto Ernesto, hoy un consagrado profesional, expresa un regreso a sus orígenes como poeta, a la fibra constante de la que nunca se separó realmente: "Vuelvo a ser ruiseñor nostálgico de auroras,/ vuelvo a la lluvia alegre, a la canción del pino./ Aunque es de escarcha y nieve mi nostalgia/ he vuelto al primer trino".
Me tocó el honor de auspiciar desde el Ministerio de Cultura la obra poética completa de Mariano, en octubre del 2011, bajo el título "Desde un prado luminoso". Ahí está toda su poesía, cubriendo largas décadas de entrega a sus llamados, aunque los diese a conocer en proporciones pequeñas y a largos plazos. Esa labor poética y su trajinar elocuente como orador de cultas maneras (llamado por Bruno Rosario Candelier "trovador inveterado" y conferencista de "primor expresivo y maestría expositiva") lo convirtieron en un maestro y en una de las trayectorias fundamentales de nuestras letras.
Es bueno aquí dejar constancia, porque poco se dice al respecto, que Mariano dejó dos obras de teatro ("Myrtha Primeravera" y "Cuando el otoño riega las hojas", 1944), a propósito de que su hijo Mario y su nieta Laura heredaron esta fibra de su progenitor. Igualmente, un tomo de ensayos, "Luces del trópico" (1949), y entre otros, su amplia "Historia de la Cultura Dominicana" publicada en cinco volúmenes.
Lo dije hace veintisiete años cuando Mariano cumplía sesenta y cinco, y lo repito ahora cuando acaba de partir a los noventa y dos: conviene redescubrir los valores soberanos de este poeta de luces inmensas, que parece hecho para nuestro mundo de hoy, y que es capaz de afirmar que "aunque haya tristezas" su voz cantará alegre "contra todas las sombras". Las de la muerte física, incluso.