Luna sobre el jaragua
Emplazado en paralelo al Malecón como un lujoso crucero atracado con su proa orientada hacia el oeste, con el mar Caribe de frente reflectando luz sobre su estructura, el hotel Jaragua diseñado por el genio creativo de Guillermo González se convirtió en un ícono arquitectónico desde la inauguración en agosto de 1942. De líneas funcionales y amplios espacios ventilados e iluminados, la limpieza de la estética de González expresaba un claro concepto de modernismo tropical. Su nombre quedaría asociado al de una pléyade de arquitectos esmerados y talentosos que poblaron la ciudad de verdaderas joyas bajo el impulso modernizador de la Era. Responsable entre muchas otras obras institucionales y privadas, del Parque Ramfis, el Casino de Güibia, los hoteles Hamaca e Hispaniola, el Ayuntamiento del Distrito Nacional en el conjunto de la Feria, el Edificio Copello en El Conde, así como residencias y apartamentos como el de la Pasteur con Casimiro de Moya. Débele la ciudad parte de su garbo cada vez más desmadejado.
Desde sus inicios, el Jaragua se convirtió en centro social preferido de Trujillo. La idea era fomentar el turismo internacional a partir de su plataforma de hospedaje, razón por la cual la gerencia recayó en personal norteamericano experto en hotelería. Delegaciones empresariales, senadores, representantes y gobernadores, militares, académicos y periodistas estadounidenses, estrellas del celuloide como Tyrone Power y César Romero -quienes arribaron al país en octubre de 1946 en el avión del primero designado Saludos Amigos-, así como otras personalidades extranjeras, recibieron allí las máximas atenciones de la hospitalidad dominicana. Esta tradición quedó reforzada con la construcción de unos bungalós que le dieron al hotel mayores opciones de confort. En enero de 1958 el general Juan Domingo Perón -quien se hallaba radicado en Caracas en calidad de exiliado- llegó a Ciudad Trujillo tras el derrocamiento del general Pérez Jiménez acompañado del embajador dominicano en Venezuela, Rafael Bonnelly, e hizo del Jaragua uno de sus hábitats favoritos. Allí también se alojaría en su incómoda estancia dominicana el derrocado dictador cubano Fulgencio Batista.
Yo tuve el privilegio de conocerlo temprano y disfrutar las facilidades del viejo Jaragua en los 50 gracias a mis tíos Arístides Alvarez Sánchez y Yuyú Pichardo Sardá, quienes me llevaban junto a mis primas Rosalía y Lucilita a los bailes blancos de San Andrés, a las fiestas infantiles de Navidad, Año Nuevo, Reyes, así como a los festejos patrióticos del 27 de febrero y el 16 de agosto. El otro motivo de atracción era la piscina. César Tirado -un formidable atleta hijo de don Luis Tirado y hermano del excelente agrónomo Gustavo- me invitaba los sábados a practicar natación y clavadismo desde sus dos trampolines. En ocasiones, pude ver a Perón y a su asistente Isabel Martínez -quien luego se matrimoniaría con el general y ocuparía la presidencia de Argentina- leyendo la prensa plácidamente debajo de un paragüitas, vestido a polo shirt metido en el pantalón a cintura alta, tocado con una gorra de visera larga. Discretamente custodiado. Otros visitantes asiduos de la piscina eran los marines norteamericanos de las naves que hacían operaciones en el Caribe y fondeaban en el puerto o en nuestras costas, cuando el calado lo impedía.
Entre los 40 y los 50 la orquesta predilecta de Trujillo dirigida por el maestro vegano Luis Alberti animó los bailes del Jaragua que se escenificaban en el Patio Español, dotado de concha acústica. Este polifacético músico y compositor dominaba el violín, el banjo, el piano, el órgano, el acordeón piano. Maestro coral en la catedral de Santiago, radiodifusor veterano y productor de sus propios discos, urbanizó el merengue con la orquestación. Relegó a un segundo plano el acordeón -sustituido por el piano acordeón como soporte rítmico y relleno armónico-, dando paso a los saxofones, clarinetes y trompetas, con ritmo de tambora y güira. Con Compadre Pedro Juan proyectó el merengue por el mundo. Autor de unas 60 piezas, como las populares Sancocho Prieto, Leña, Mis amores (Loreta), Caliente. Escribió sobre orquestas bailables y merengue en textos que registran sus vivencias y dejó un tratado sobre tambora.
Puso su sello a casi medio centenar de boleros: Tú no podrás olvidar, Entre pinares, Anhelos, Muñeca, Ensueño, Rita. Y el emblemático Luna sobre el Jaragua, inspiración mercadológica descriptiva de las mágicas noches de ensoñación romántica que el hotel acunó. Su primer bolero, La cita, compuesto en 1933, ilustra la poca estima de que gozaban los autores nacionales entre los músicos de entonces. Habiendo compuesto danzones y otros géneros del momento, Alberti notó el íntimo rechazo de sus temas entre los músicos de su orquesta. Por lo cual ideó una celada. Llamó a ensayar un nuevo número, identificado como el último bolero de Agustín Lara. Tras las primeras pruebas preguntó: "¿Les ha gustado?" A lo que en coro respondieron todos: "Qué bolerazo". Era La cita, su bolero primerizo.
Desde 1940 -cuando grabó 20 selecciones para el sello Columbia en los estudios del barco Argentina en el que viajaba el maestro Leopoldo Stokowski con la Orquesta Sinfónica de la Juventud Americana- se conectó con la industria del disco en la que competían Columbia y RCA Victor. Refiere Arístides Incháustegui que de unas ocho selecciones a las que pudo acceder de esas grabaciones, cinco eran merengues y tres boleros. Los primeros interpretados por Pipí Franco y los segundos por Buenaventura Güisán. Un sello disquero, Alberti, fue creado por el maestro, apareciendo también discos prensados con las iniciales L.F.A., las suyas. En 1936 dirigió la radiodifusora HI9B del hotel Mercedes con audiciones musicales en vivo. Luego, en San Cristóbal, manejó la Voz de Fundación. En 1959, al dejar la dirección por razones de salud vinculadas a los momentos terribles que se vivieron a raíz de la expedición del 14 de junio, la orquesta contaba 5 clarinetistas y saxofonistas, 3 trompetas, trombón, contrabajo, batería y tambora, güiro, 3 cantantes y 4 arreglistas, entre ellos Bienvenido Bustamante. Su sonido inconfundible arrastraba algunos efectos que uno escuchaba desde niño en las retretas que se ofrecían en los parques a cargo de las bandas militares batuteadas por los recios maestros "Loló" Cerón, Luis Rivera o "Fello" Ignacio. Algo de fanfarria de metales. ¡Cuánto me encantaban esas retretas, con sus danzas, danzones, valses, merengues!
Mozalbete enfundado en enamoramientos platónicos, se me alojó una voz grave de gorjeo melódico: "Y tú que sabes de amor / si tú nunca has besado / Convénceme por favor / dame un beso apasionado". Era la Espiga de Ebano, Rafael Colón, un negro retinto cantando como nadie el bolero Apasionado de Agueda Blandino. Desde la concha acústica del Patio Español la orquesta de Alberti sonando. La brisa sobre la pista refrescando con su brizna yodada los cuerpos trenzados de las parejas. Los varones de etiqueta tropical. Las damas en trajes formales. La orquesta impecablemente vestida. Y el enganche de una buena pareja. La casa ponía el resto. Mientras Arcadio Pipí Franco hacía los merengues, Marcelino Plácido y Colón los boleros de Alberti, Sánchez Acosta, Sturla, Senior, Yabra, Zouain, Cabral Ortega y Colón.
"En una góndola blanca / quisiera llevar el dulce rumor / de una sutil serenata / que te cante a ti mi amor". Era Amorosa de Sturla, infaltable en el repertorio: "Quererte / mimarte / besarte y adorarte". Al igual que su Azul, en la voz ronca de Colón, de fraseo inconfundible: "Azul, es el mar de mis sueños / Azul, la esperanza de amor / Azul, horizonte sin dueño/ Azul, es mi dulce canción / Son tan azules tus lindos ojos bella mujer..." Y uno, frente al mar, se dejaba llevar por el ensueño que provocaba tanto azul. Momento de mirar a su pareja y susurrarle junto al cantante: "Qué raro es tu mirar bajo la luna / su lumbre y tus pupilas van rimando / El mar va tejiendo encajes de blanca espuma / y yo a ti te estoy queriendo como a ninguna / Paisaje hecho de luna, amor y besos...". Al calor de la rima sincronizada de Zouain conjugando imágenes para fraguar su Romance bajo la luna.
Venía Marcelino, una voz de ensoñación, afinada y limpia: "Tienen tus besos ardientes / un néctar divino / Caricias que calman mis labios / sedientos de amarte / Ellos componen las notas de amor verdadero / En mi corazón / un concierto de amor". Versos de Concierto de amor, un bolero de Yabra que lo inmortalizó como el trabucazo a Mella. Yo, fanático del crooner mexicano Fernando Fernández, quien lo grabó, evocaba su voz todavía más sedosa. Y claro, ese néctar divino lo deseaba libar. Para que las parejas no perecieran de tanto caramelo, estallaban los picantes merengues que hacían mover los pies a golpe de tambora sincopada de Tapacán Colón. Pipí Franco ordenaba: "Dale Manuel a la tambora / dale Manuel pa'acompañá / Dale a compás y toca ahora / el acordeón para bailá". Y así alternando cantaba Leña, Sancocho prieto, Compadre Pedro Juan y el infaltable Loreta, con la que todos tuvimos amores, no sólo Alberti.
Tras el descanso, orquesta y bailadores retornaban a la pista. Atacaba Colón: "Entre pinares nació mi amor/ en el verde follaje/ como nace la flor/ Entre pinares surgió mi pasión/ y perfumados rosales te dieron mi corazón / Te amo dijiste al sonar un beso / y así me quisiste en un dulce embeleso / Entre pinares te di mi canción / que embrujó los azahares/ de tu nítido corazón". Un Alberti enamorado, quizás en Jarabacoa, describe sutil la entrega como sólo Solano ha sabido replicar. Volvía Pipí a atizar los tacones: "Merengue caliente / merengue liniero / bailarte yo quiero/ mi ritmo candente".. Entraba Colón: "Rita / tus ojos son luceros / que hechizan a todos al pasar / Alumbran mi vida y mi sendero / cual astro del mundo sideral / Rita / divina mujercita..." Pipí con voz nasal de campo adentro: "Me gusta bailar con Lola / porque Lola baila bueno / Lola se deja llevar / como caña p'al ingenio / Me gusta bailar con Lola / porque Lola baila fino / Ella se deja llevar / como caña p'al molino". Para estampar Colón esa "Luna / sobre el Jaragua / que mira celosa /tanto esplendor" Aquella que "vestirnos quisiera de plata y amor".
Desde sus inicios, el Jaragua se convirtió en centro social preferido de Trujillo. La idea era fomentar el turismo internacional a partir de su plataforma de hospedaje, razón por la cual la gerencia recayó en personal norteamericano experto en hotelería. Delegaciones empresariales, senadores, representantes y gobernadores, militares, académicos y periodistas estadounidenses, estrellas del celuloide como Tyrone Power y César Romero -quienes arribaron al país en octubre de 1946 en el avión del primero designado Saludos Amigos-, así como otras personalidades extranjeras, recibieron allí las máximas atenciones de la hospitalidad dominicana. Esta tradición quedó reforzada con la construcción de unos bungalós que le dieron al hotel mayores opciones de confort. En enero de 1958 el general Juan Domingo Perón -quien se hallaba radicado en Caracas en calidad de exiliado- llegó a Ciudad Trujillo tras el derrocamiento del general Pérez Jiménez acompañado del embajador dominicano en Venezuela, Rafael Bonnelly, e hizo del Jaragua uno de sus hábitats favoritos. Allí también se alojaría en su incómoda estancia dominicana el derrocado dictador cubano Fulgencio Batista.
Yo tuve el privilegio de conocerlo temprano y disfrutar las facilidades del viejo Jaragua en los 50 gracias a mis tíos Arístides Alvarez Sánchez y Yuyú Pichardo Sardá, quienes me llevaban junto a mis primas Rosalía y Lucilita a los bailes blancos de San Andrés, a las fiestas infantiles de Navidad, Año Nuevo, Reyes, así como a los festejos patrióticos del 27 de febrero y el 16 de agosto. El otro motivo de atracción era la piscina. César Tirado -un formidable atleta hijo de don Luis Tirado y hermano del excelente agrónomo Gustavo- me invitaba los sábados a practicar natación y clavadismo desde sus dos trampolines. En ocasiones, pude ver a Perón y a su asistente Isabel Martínez -quien luego se matrimoniaría con el general y ocuparía la presidencia de Argentina- leyendo la prensa plácidamente debajo de un paragüitas, vestido a polo shirt metido en el pantalón a cintura alta, tocado con una gorra de visera larga. Discretamente custodiado. Otros visitantes asiduos de la piscina eran los marines norteamericanos de las naves que hacían operaciones en el Caribe y fondeaban en el puerto o en nuestras costas, cuando el calado lo impedía.
Entre los 40 y los 50 la orquesta predilecta de Trujillo dirigida por el maestro vegano Luis Alberti animó los bailes del Jaragua que se escenificaban en el Patio Español, dotado de concha acústica. Este polifacético músico y compositor dominaba el violín, el banjo, el piano, el órgano, el acordeón piano. Maestro coral en la catedral de Santiago, radiodifusor veterano y productor de sus propios discos, urbanizó el merengue con la orquestación. Relegó a un segundo plano el acordeón -sustituido por el piano acordeón como soporte rítmico y relleno armónico-, dando paso a los saxofones, clarinetes y trompetas, con ritmo de tambora y güira. Con Compadre Pedro Juan proyectó el merengue por el mundo. Autor de unas 60 piezas, como las populares Sancocho Prieto, Leña, Mis amores (Loreta), Caliente. Escribió sobre orquestas bailables y merengue en textos que registran sus vivencias y dejó un tratado sobre tambora.
Puso su sello a casi medio centenar de boleros: Tú no podrás olvidar, Entre pinares, Anhelos, Muñeca, Ensueño, Rita. Y el emblemático Luna sobre el Jaragua, inspiración mercadológica descriptiva de las mágicas noches de ensoñación romántica que el hotel acunó. Su primer bolero, La cita, compuesto en 1933, ilustra la poca estima de que gozaban los autores nacionales entre los músicos de entonces. Habiendo compuesto danzones y otros géneros del momento, Alberti notó el íntimo rechazo de sus temas entre los músicos de su orquesta. Por lo cual ideó una celada. Llamó a ensayar un nuevo número, identificado como el último bolero de Agustín Lara. Tras las primeras pruebas preguntó: "¿Les ha gustado?" A lo que en coro respondieron todos: "Qué bolerazo". Era La cita, su bolero primerizo.
Desde 1940 -cuando grabó 20 selecciones para el sello Columbia en los estudios del barco Argentina en el que viajaba el maestro Leopoldo Stokowski con la Orquesta Sinfónica de la Juventud Americana- se conectó con la industria del disco en la que competían Columbia y RCA Victor. Refiere Arístides Incháustegui que de unas ocho selecciones a las que pudo acceder de esas grabaciones, cinco eran merengues y tres boleros. Los primeros interpretados por Pipí Franco y los segundos por Buenaventura Güisán. Un sello disquero, Alberti, fue creado por el maestro, apareciendo también discos prensados con las iniciales L.F.A., las suyas. En 1936 dirigió la radiodifusora HI9B del hotel Mercedes con audiciones musicales en vivo. Luego, en San Cristóbal, manejó la Voz de Fundación. En 1959, al dejar la dirección por razones de salud vinculadas a los momentos terribles que se vivieron a raíz de la expedición del 14 de junio, la orquesta contaba 5 clarinetistas y saxofonistas, 3 trompetas, trombón, contrabajo, batería y tambora, güiro, 3 cantantes y 4 arreglistas, entre ellos Bienvenido Bustamante. Su sonido inconfundible arrastraba algunos efectos que uno escuchaba desde niño en las retretas que se ofrecían en los parques a cargo de las bandas militares batuteadas por los recios maestros "Loló" Cerón, Luis Rivera o "Fello" Ignacio. Algo de fanfarria de metales. ¡Cuánto me encantaban esas retretas, con sus danzas, danzones, valses, merengues!
Mozalbete enfundado en enamoramientos platónicos, se me alojó una voz grave de gorjeo melódico: "Y tú que sabes de amor / si tú nunca has besado / Convénceme por favor / dame un beso apasionado". Era la Espiga de Ebano, Rafael Colón, un negro retinto cantando como nadie el bolero Apasionado de Agueda Blandino. Desde la concha acústica del Patio Español la orquesta de Alberti sonando. La brisa sobre la pista refrescando con su brizna yodada los cuerpos trenzados de las parejas. Los varones de etiqueta tropical. Las damas en trajes formales. La orquesta impecablemente vestida. Y el enganche de una buena pareja. La casa ponía el resto. Mientras Arcadio Pipí Franco hacía los merengues, Marcelino Plácido y Colón los boleros de Alberti, Sánchez Acosta, Sturla, Senior, Yabra, Zouain, Cabral Ortega y Colón.
"En una góndola blanca / quisiera llevar el dulce rumor / de una sutil serenata / que te cante a ti mi amor". Era Amorosa de Sturla, infaltable en el repertorio: "Quererte / mimarte / besarte y adorarte". Al igual que su Azul, en la voz ronca de Colón, de fraseo inconfundible: "Azul, es el mar de mis sueños / Azul, la esperanza de amor / Azul, horizonte sin dueño/ Azul, es mi dulce canción / Son tan azules tus lindos ojos bella mujer..." Y uno, frente al mar, se dejaba llevar por el ensueño que provocaba tanto azul. Momento de mirar a su pareja y susurrarle junto al cantante: "Qué raro es tu mirar bajo la luna / su lumbre y tus pupilas van rimando / El mar va tejiendo encajes de blanca espuma / y yo a ti te estoy queriendo como a ninguna / Paisaje hecho de luna, amor y besos...". Al calor de la rima sincronizada de Zouain conjugando imágenes para fraguar su Romance bajo la luna.
Venía Marcelino, una voz de ensoñación, afinada y limpia: "Tienen tus besos ardientes / un néctar divino / Caricias que calman mis labios / sedientos de amarte / Ellos componen las notas de amor verdadero / En mi corazón / un concierto de amor". Versos de Concierto de amor, un bolero de Yabra que lo inmortalizó como el trabucazo a Mella. Yo, fanático del crooner mexicano Fernando Fernández, quien lo grabó, evocaba su voz todavía más sedosa. Y claro, ese néctar divino lo deseaba libar. Para que las parejas no perecieran de tanto caramelo, estallaban los picantes merengues que hacían mover los pies a golpe de tambora sincopada de Tapacán Colón. Pipí Franco ordenaba: "Dale Manuel a la tambora / dale Manuel pa'acompañá / Dale a compás y toca ahora / el acordeón para bailá". Y así alternando cantaba Leña, Sancocho prieto, Compadre Pedro Juan y el infaltable Loreta, con la que todos tuvimos amores, no sólo Alberti.
Tras el descanso, orquesta y bailadores retornaban a la pista. Atacaba Colón: "Entre pinares nació mi amor/ en el verde follaje/ como nace la flor/ Entre pinares surgió mi pasión/ y perfumados rosales te dieron mi corazón / Te amo dijiste al sonar un beso / y así me quisiste en un dulce embeleso / Entre pinares te di mi canción / que embrujó los azahares/ de tu nítido corazón". Un Alberti enamorado, quizás en Jarabacoa, describe sutil la entrega como sólo Solano ha sabido replicar. Volvía Pipí a atizar los tacones: "Merengue caliente / merengue liniero / bailarte yo quiero/ mi ritmo candente".. Entraba Colón: "Rita / tus ojos son luceros / que hechizan a todos al pasar / Alumbran mi vida y mi sendero / cual astro del mundo sideral / Rita / divina mujercita..." Pipí con voz nasal de campo adentro: "Me gusta bailar con Lola / porque Lola baila bueno / Lola se deja llevar / como caña p'al ingenio / Me gusta bailar con Lola / porque Lola baila fino / Ella se deja llevar / como caña p'al molino". Para estampar Colón esa "Luna / sobre el Jaragua / que mira celosa /tanto esplendor" Aquella que "vestirnos quisiera de plata y amor".