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Los diversos tiempos del pasado

Interesantes son otras nostalgias, las que remiten a un pasado que brota manso, sereno y dulce en las exposiciones de quienes reverencian lugares, personajes y tradiciones desaparecidos para siempre.

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Los diversos tiempos del pasado

En puridad de verdad, los años son una suma de tiempos. No así la edad, a la que Terencio atribuye la bondad de hacernos más sabios. Excepciones habrá, y muchas, pero ciertamente envejecer suele acarrear prudencia, tranquilidad de espíritu y una conformidad ante lo inevitable que a los ojos del joven resulta inaceptable. Madurar define la adquisición del pleno desarrollo físico e intelectual, pero también la puesta en punto de una idea o proyecto.

Con el cúmulo de calendarios adviene esa nostalgia por los tiempos idos, por circunstancias y hechos que marcaron inflexiones o simplemente informan la memoria en un ejercicio que por repetitivo se convierte casi en obsesión. Anhelos quizás de experiencias irrepetibles porque falta tiempo o porque fueron tan únicas que no admiten doblaje. Sábato pisaba terreno firme cuando introdujo la noción de que todo tiempo pasado siempre parece mejor.

En nuestro país de amores y calores, el pasado histórico surge como punzada, jolgorio o épica, de acuerdo siempre a quien lo evoca. Es, sin embargo, una constante que se advierte con fuerza en los medios de comunicación y no deja dudas de cuánto cala el colectivo como reafirmación o construcción de la idea nacional. Tenemos grandes y pequeñas fechas, pero todas encuentran acogida en unas ansias inexplicables de acomodar el pasado, revivirlo, exaltarlo o condenarlo.

La prohibición del olvido parecería una de las enseñas propias y por eso tanta crónica que año tras año vuelve sobre lo andado sin añadir nada nuevo porque las huellas son las mismas o nunca existieron. Demasiada e innecesaria seriedad, a veces.

Admito que hay episodios encartados en la historia de los pueblos que permanecen como un recordatorio de la sorprendente capacidad humana para dañar, cometer desafueros o devolvernos a las cavernas. Es entendible y conveniente que, de tiempo en tiempo, cuando se creía que las heridas habían cicatrizado sin dejar rastros, se levanten voces admonitorias para impedir que la desmemoria se convierta en una injusticia mayor.

Coreanos y chinos rehusan olvidar las crueldades innumerables durante la invasión japonesa en el siglo pasado. Alemanes y franceses han legislado contra la negación del Holocausto. Pese a la proscripción legal, la intelectualidad turca ha logrado que subsista el tema del exterminio de miles de armenios. Sudáfrica, Chile, Argentina y Uruguay escarbaron una y otra vez hasta encontrar la verdad terrible de la represión y violencia institucionalizadas durante los años del apartheid, en el primer caso, y de las dictaduras militares en los demás.

Recordar y perdonar no tienen por qué ser realidades contrapuestas en sociedades signadas por desventuras inducidas en el pasado desde el poder. El trauma se enraíza cuando el olvido deviene política para esquilmar la verdad, y el silencio así forjado adquiere categoría de complicidad. La verdad es liberación, y paso indispensable para la aceptación voluntaria de situaciones que son ya hechos irreversibles.

Interesantes son otras nostalgias, las que remiten a un pasado que brota manso, sereno y dulce en las exposiciones de quienes reverencian lugares, personajes y tradiciones desaparecidos para siempre. Las veo como consecuencia de la edad, de la madurez que permite acrisolar las ideas, combinarlas y enriquecerlas. Hay un sentido de satisfacción personal y de orgullo en el recuento. Es una memoria jubilosa con ventajas frente a quienes no la vivieron y por tanto desconocen. Sus narradores son la voz autorizada para alimentar la conversación pública con las vivencias de un ayer no tan remoto y cargado de lecciones de ciudadanía, solidaridad y tolerancia para los nuevos dominicanos.

No daña rememorar el espíritu de camaradería en el barrio ya inexistente. Tampoco en retratar con pinceladas sociales a esos personajes que con su paso anecdótico definieron la rutina de toda una generación, asida hoy a esas imágenes que identifican el tránsito por las tantas etapas en que se divide la existencia humana. Yerran quienes piensen que se trata de mañas de viejos pasados, rematados por la posmodernidad o los cambios acelerados por la tecnología.

Envejecer conlleva un aprendizaje y otra manera de relacionarse y de ser gregario, no de renuncia a la vida y todo lo que en ella reclama pasión. Incierto que la nostalgia revele inseguridad en el presente o temor del futuro; más bien conforma una reafirmación de lo que hemos sido, hecho y aportado. Es reencontrarnos en la aceptación de cuánto hemos cambiado con los años, pero también el entorno, la familia, los amigos. La savia de la vida es una realidad que alimenta esas descripciones amenas de lo que fue y no será.

Las comparaciones son obligadas, mas no conducen irreflexivamente a una condena del cambio. La sabiduría que debe acompañar la edad provee las herramientas para establecer diferencias en base a parámetros más eficaces y alejados de ventajas pasajeras. El grito brota cuando se advierte la destrucción innecesaria de marcas importantes, el desprecio de huellas históricas ya sea en la arquitectura o en el paisaje. Porque en nombre de la modernidad se han cometido crímenes inenarrables contra el patrimonio de todos, y pretendido borrar trazos importantes de la cultura, de la historia común. Duele comprobarlo, mucho más cuando media la experiencia personal y se tiene una idea acabada de lo que se ha perdido para siempre. La resurrección consciente del pasado es alegría y también congoja. Así de complejos somos, incapaces de evitar las contradicciones o las trampas de las coyunturas.

Lamentablemente, el recorrido de la calle de los recuerdos implica un inventario de pérdidas. Se han ido barrios enteros, ha cambiado el paisaje y otras costumbres se han impuesto a convenciones que creíamos de validez eterna. El almanaque acumula fechas de otras partidas, las de seres queridos, amigos y familiares que son protagonistas de nuestra pequeña historia.

Discernir sobre el pasado será siempre tarea ímproba. Incluso con la ventaja de la edad. Controversias las habrá sin que baste una vida para resolverlas. Subjetivas al fin, las nostalgias generan sentimientos encontrados. Puede que para otro sean simplemente caprichos pasajeros o una obcecación con un pasado que nunca fue o tuvo la coherencia con que ahora se le trae al presente. Hablamos, empero, de vivencias personales, de narraciones sin correspondencia con la historia oficial o aceptación plena. Es una realidad particular la que se expresa en esas páginas ancladas en épocas ya transcurridas.

Me divierte la espontaneidad en las narraciones, cómo ingresan a escena y hacen mutis los personajes sin que estén sometidos a juicio alguno. Congelados en un momento, se escapan de los vaticinios y de la posibilidad de que el más adelante les robe el candor. Hasta cierto punto, hay una desconexión entre los hechos de entonces y las añoranzas. ¿Importa? La memoria siempre será selectiva y en estas andanzas literarias la sociología carece de espacio.

Me pregunto si la nostalgia es tal por la imposibilidad de convertir el pasado en presente, por el sello proustiano con que se la cataloga. Rememorar nos acerca más a nosotros mismos. A que, sin prisas, desemboquemos en Borges y su mágico Everness:

Sólo una cosa no hay, es el olvido.

Dios que salva el metal, salva la escoria

y cifra en su profética memoria

las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos

que entre los dos crepúsculos del día

tu rostro fue dejando en los espejos

y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso

cristal de esa memoria, el universo.

No tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso.

Sólo del otro lado del ocaso

Verás los arquetipos y esplendores.

TEMAS -

Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.