Guarionex Aquino: ¡Currutá!
Me levanté una mañana fresca de diciembre con Michael Camilo en la minicomputadora, gracias a Youtube y a Fernando Trueba, que me regalaron su virtuosismo Caribe, alegría contagiosa, dedos diestros relampagueando compases sobre el teclado rítmico. Acubaneao con todo y tumbao, salseao, Richie Rey sonando bestial, merengueao, Alberti en clave Juangomera. Paquito ensombrerado con el Panamá y la camisa playera, relinchando pletórico con el saxo endiablado encabritado. Cachao, ese longevo cara de caballo y ojos cagones, sacándole sonidos a la panza acústica de su inmenso bajo. Y en la percusión acelerada templando sendas tumbadoras con manos voladoras Guarionex Aquino hijo. Una llamada me sacó del trance: "José, murió Guarionex Aquino". Qué mala noticia en Navidad, cuando uno lleva el alma hecha jirones por los seres queridos que no están. Mi mente voló entonces hacia La Voz Dominicana.
El era la elegancia, el caballero siempre en traje de etiqueta de ese Palacio Radio Televisor, de ese nuestro Broadway y Hollywood esplendente de los años 50. Pelo negro ondulado fijado con brillantina, bigotes machos seductores, tez tenuemente bronceada, ojos soñadores cejijuntos. La sonrisa suelta, natural, estupenda, casi de oreja a oreja, radiante de dentadura nacarada, envuelta en esa boca sonora, encandiladora de televidentes. Alto, calzado charolado, desplegaba esa magia al pronunciar su emblemático Currutá, metiendo el pie forzado para enfatizar el gesto: Currutá. Ay, ese sarambo vibrante del maestro Julio Alberto Hernández, el enjuto pianista de modestos y amables gestos, alma de patria grande, criolla y canora. Amor Profundo que se fue a recorrer caminos tras la huella de una hembra a quien querer, teniendo ya amarras en el alma que le ataban.
Y yo, un muchacho con la cabeza poblada de sueños, me identificaba con el personaje en peregrinación andariega que Guarionex representaba con su gracia de artista: "Salí de mi casa un día/ en busca de una mujer/ a quien pudiera querer/ como te quiero alma mía/ Pasé de Santiago a Moca/ Santo Cerro y el Cotuí/ Altamira y Macorís / y de Matanza a La Boca/Y no hallé a quien querer/ con todo mi amor profundo/ porque no hallo en este mundo/como tú otra/ otra mujer/ Estuve en la capital/ San Cristóbal y Baní/ San Pedro de Macorís/ en busca de tu rival/Del Maniel puse la proa/para Neyba y San Juan/ y a Las Matas de Farfán/ hasta San José de Ocoa/ Y no hallé a quien querer/ con todo mi amor profundo/ porque no hallo en este mundo/como tú otra/ otra mujer/ Currutá".
Pero también eran las lozanas "Mañanitas de San Juan/ de San Juan de la Maguana". Aquellas que "Repican en tus campanas/ campanitas de cristal". Ese guarapo sabroso salido del tándem Julio Alberto Hernández y Amada Nivar de Pittaluga, exultado por Guarionex con goce refrescante como jolgorio de brizna tempranera: "Tus jardines de cristal/ tus rocíos en la flor/ y el encendido olor/ de tus frutas de coral". Y uno sentía entonces el frescor matinal golpeándole el rostro, no importa la hora de la tarde o de la noche que fuera. "Mañanitas de San Juan/ repicando corazón/ repitiendo alegre son/ de una mañana pascual". Arístides Incháustegui, en labor meritoria de rescate de lo mejor de la tradición de la canción dominicana, ha mantenido vivo este aire montañés que Guarionex consagró en los estudios de La Voz Dominicana. Igual recogido en versión coral por el maestro Luis Frías Sandoval, arreglado para las voces de la UASD que salieron triunfantes en el festival internacional de Santiago de Chile en 1967. Cuando el gran Yaqui Núñez del Risco hacía las relaciones públicas de la vieja academia y reportaba desde el teléfono de mi apartamento santiaguino las incidencias diarias del festival.
En esa tarea que se impuso de exaltar los rincones de la patria, nuestro cantante interpretó Baní, del maestro Ramón Gallardo -el hombre que nos puso a gozar a todos en la Feria-, Azua, de la inspiración de Guaroa Pérez, y Seibanita, creación del maestro Julio Gautreau, padre de mis queridos compañeros Bonaparte y Virgilio, autor de la música de la criolla La Gaviota, letra de Juan Bosch. Fue en los estudios María Montez de La Voz Dominicana, con sus decorados que ambientaban la actuación, que escuché por vez primera en el timbre atenorado de nuestro barítono estos versos: "En medio de la fértil/ campiña cibaeña/ bañada por las aguas/ de un Yaque dormilón/ Con sus calles tendidas/ al sol siempre risueñas/ gorjea sus canciones/ la Ciudad Corazón." Un verdadero himno a Santiago, salido del estro agradecido del bohemio puertoplateño Juan Lockward, quien encontró su amor definitivo en la ciudad del Yaque. De este autor, Guarionex cantaba también Puerto Plata.
Merengues, salves, mangulinas, boleros, rancheras, guarachas, sones, chachachás y danzones aparte, los dominicanos en los años 50 éramos amantes de los aires españoles. Las cantaoras Lola Flores, Carmen Sevilla, los Chavales y los Churumbeles, Juan Legido, Joselito, nos partían el alma profunda. El cine, los discos, la radio, la televisión y su presencia directa en los escenarios de los teatros dominicanos nos integraban en esa Madre Patria que sabíamos nuestra. Sevillanas, cante jondo, pasodobles, boleros morunos, nos llenaban de encajes y redecillas, abanicos coquetos, capa de torero, trajes ajustados al talle y castañuelas. Zapateo y coqueteo, guitarra andaluza, misterios de patio español. Y en esa estábamos cuando escuchamos Españolerías, de la Suite Española de Agustín Lara. Los grandes tenores mexicanos Néstor Mesta Chayres y Nicolás Urcelay la cantaban. Pero fue Guarionex quien la hizo suya en su repertorio regular de La Voz Dominicana.
Entre los muchachos del barrio la practicábamos, como un ejercicio de reafirmación de identidad hispánica y de olfato amoroso adolescente. "Patio que huele a noviazgo, a coplas y a rosas y a flores de azahar/la noche es capa española que con su negrura te supo embozar/ Como un clavel que revienta tu boca sangrienta un beso me dio/ y en ese beso quedaron la noche, las coplas, las rosas y yo/ Tras de las rejas de encajes los tiestos y flores pudieron oír/lo que en un majo suspiro, suspiro del alma te quiso decir/Repicar de castañuelas que el patio gitano de fiesta llenó/ Beso que ha sido el más mío aquél que tu boca temblando me dio/ Algo que fue más que un beso, algo que es más que besar/Beso que dejó en mi vida guitarras y coplas y flores de azahar."
Igual sucedió con Granada de Lara. Con Francisco Alegre, un pasodoble de la combinación autoral Quintero-León-Quiroga que nos llenaba de entusiasmo al redoble de una tarde de toros con cornadas, paseos galantes y claveles perfumados de aroma de senos tirados al ruedo del valiente torero, cuyo traje llevaba bordado secretos de amores. Los Chavales y los Churumbeles de España, Juan Legido y otros como Enrique Krauss la cantaban, pero era el barítono maeño quien la mantenía en cartel. Lamento gitano, de la mexicana María Grever, que conocí en voz de Néstor Mesta Chayres y de nuestro maravilloso Eduardo Brito -escucha obligada desde la consola de mi primo Federico Polanco Piantini, el Alemán, vecino de mi abuela. Otra vez, era Guarionex el de todos los días en la TV. Una de las suyas en esta onda de españolería fue Adiós a Granada, romanza de la zarzuela Emigrantes de Tomás Barrera Saavedra, inmortalizada por Miguel Fleta, Tito Schipa y Alfredo Krauss.
Del maestro Hernández, Aquino hizo suyo el sarambo José Clemente, un vale muy enamorado "de pasa tan colorá", entre muchas de sus composiciones. Otro tanto sucedió con el maestro Luis Rivera, consorte de su querida compañera de trabajo Casandra Damirón, con quien realizó giras internacionales proyectando los aires del folklore nacional. Déjame quererte, quedó grabada como expresión de esta fraternidad artística de clase aparte. Condena, un tema de Bienvenido Fabián que también interpretaba Elenita Santos, fue registrado en acetato: Qué será de mi /cuando me encuentre lejos de ti/Qué podré yo hacer /sin tus caricias que me hacen feliz/Solo y sin tu amor/ me será todo imposible en la vida/Porque eres para mí/ la única ilusión/ que alegra mi vivir/ Cuando estoy a tu lado mi bien/ y me das tus caricias/Con tu simpar sonrisa/ que a mi amor cautivó/ Y si me encuentro lejos/ de tu amor algún día/ Yo rezaré al señor/ que te cuide por mí".
Guarionex nutría su oferta de composiciones bien escogidas, como Callejera, de Carlos Crespo, que popularizara el crooner mexicano Fernando Fernández. Venganza, de Alfredo Parra, que conocimos en versión del cubano Fernando Alvarez. Lágrimas de amor, del boliviano Raúl Shaw Moreno, que cantaran los 4 Hermanos Silva y Los Panchos, todos ellos artistas invitados de la Semana Aniversario de La Voz Dominicana. En sus últimos años -ya retirado de la función radiofónica en su Mao natal y de la docente en la Escuela de Canto de Radio Televisión Dominicana- mantuvo su interés por el arte. Su compañero artístico Armando Recio le preparó un CD compilatorio. Su amiga Victoria Pellerano Amiama -en cuyo hogar generoso le vi por última vez en una sesión de la Peña de Tyrone- le auxiliaba alimentándole de música.
Yo todavía conservo fresca su estampa enseñoreada sobre las carrozas en el desfile de la Semana Aniversario, rodando por la calle doctor Delgado. Acompañado de estrellas internacionales invitadas exhibiendo sus lentejuelas. Los mariachis inundando el espacio sonoro con las cuerdas al viento de guitarras, guitarrones y violines ("Era de madrugada/cuando te empecé a querer/ un beso a la medianoche/ y otro al amanecer", cantaban los del Vargas de Tecalitlán). Las vedettes voluptuosas, nalgatorio ondulante, tetas mareadoras espléndidas, descalzas con el guillo en el tobillo como cueros, a lo Tongolele y María Antonieta Pons, emplumadas, despampanantes. Y uno imaginándose a la Silvana Pampanini desnuda en Quo Vadis bañándose en leche de burra. Y él metiendo el pie forzado charolado, exclamando triunfal: "
El era la elegancia, el caballero siempre en traje de etiqueta de ese Palacio Radio Televisor, de ese nuestro Broadway y Hollywood esplendente de los años 50. Pelo negro ondulado fijado con brillantina, bigotes machos seductores, tez tenuemente bronceada, ojos soñadores cejijuntos. La sonrisa suelta, natural, estupenda, casi de oreja a oreja, radiante de dentadura nacarada, envuelta en esa boca sonora, encandiladora de televidentes. Alto, calzado charolado, desplegaba esa magia al pronunciar su emblemático Currutá, metiendo el pie forzado para enfatizar el gesto: Currutá. Ay, ese sarambo vibrante del maestro Julio Alberto Hernández, el enjuto pianista de modestos y amables gestos, alma de patria grande, criolla y canora. Amor Profundo que se fue a recorrer caminos tras la huella de una hembra a quien querer, teniendo ya amarras en el alma que le ataban.
Y yo, un muchacho con la cabeza poblada de sueños, me identificaba con el personaje en peregrinación andariega que Guarionex representaba con su gracia de artista: "Salí de mi casa un día/ en busca de una mujer/ a quien pudiera querer/ como te quiero alma mía/ Pasé de Santiago a Moca/ Santo Cerro y el Cotuí/ Altamira y Macorís / y de Matanza a La Boca/Y no hallé a quien querer/ con todo mi amor profundo/ porque no hallo en este mundo/como tú otra/ otra mujer/ Estuve en la capital/ San Cristóbal y Baní/ San Pedro de Macorís/ en busca de tu rival/Del Maniel puse la proa/para Neyba y San Juan/ y a Las Matas de Farfán/ hasta San José de Ocoa/ Y no hallé a quien querer/ con todo mi amor profundo/ porque no hallo en este mundo/como tú otra/ otra mujer/ Currutá".
Pero también eran las lozanas "Mañanitas de San Juan/ de San Juan de la Maguana". Aquellas que "Repican en tus campanas/ campanitas de cristal". Ese guarapo sabroso salido del tándem Julio Alberto Hernández y Amada Nivar de Pittaluga, exultado por Guarionex con goce refrescante como jolgorio de brizna tempranera: "Tus jardines de cristal/ tus rocíos en la flor/ y el encendido olor/ de tus frutas de coral". Y uno sentía entonces el frescor matinal golpeándole el rostro, no importa la hora de la tarde o de la noche que fuera. "Mañanitas de San Juan/ repicando corazón/ repitiendo alegre son/ de una mañana pascual". Arístides Incháustegui, en labor meritoria de rescate de lo mejor de la tradición de la canción dominicana, ha mantenido vivo este aire montañés que Guarionex consagró en los estudios de La Voz Dominicana. Igual recogido en versión coral por el maestro Luis Frías Sandoval, arreglado para las voces de la UASD que salieron triunfantes en el festival internacional de Santiago de Chile en 1967. Cuando el gran Yaqui Núñez del Risco hacía las relaciones públicas de la vieja academia y reportaba desde el teléfono de mi apartamento santiaguino las incidencias diarias del festival.
En esa tarea que se impuso de exaltar los rincones de la patria, nuestro cantante interpretó Baní, del maestro Ramón Gallardo -el hombre que nos puso a gozar a todos en la Feria-, Azua, de la inspiración de Guaroa Pérez, y Seibanita, creación del maestro Julio Gautreau, padre de mis queridos compañeros Bonaparte y Virgilio, autor de la música de la criolla La Gaviota, letra de Juan Bosch. Fue en los estudios María Montez de La Voz Dominicana, con sus decorados que ambientaban la actuación, que escuché por vez primera en el timbre atenorado de nuestro barítono estos versos: "En medio de la fértil/ campiña cibaeña/ bañada por las aguas/ de un Yaque dormilón/ Con sus calles tendidas/ al sol siempre risueñas/ gorjea sus canciones/ la Ciudad Corazón." Un verdadero himno a Santiago, salido del estro agradecido del bohemio puertoplateño Juan Lockward, quien encontró su amor definitivo en la ciudad del Yaque. De este autor, Guarionex cantaba también Puerto Plata.
Merengues, salves, mangulinas, boleros, rancheras, guarachas, sones, chachachás y danzones aparte, los dominicanos en los años 50 éramos amantes de los aires españoles. Las cantaoras Lola Flores, Carmen Sevilla, los Chavales y los Churumbeles, Juan Legido, Joselito, nos partían el alma profunda. El cine, los discos, la radio, la televisión y su presencia directa en los escenarios de los teatros dominicanos nos integraban en esa Madre Patria que sabíamos nuestra. Sevillanas, cante jondo, pasodobles, boleros morunos, nos llenaban de encajes y redecillas, abanicos coquetos, capa de torero, trajes ajustados al talle y castañuelas. Zapateo y coqueteo, guitarra andaluza, misterios de patio español. Y en esa estábamos cuando escuchamos Españolerías, de la Suite Española de Agustín Lara. Los grandes tenores mexicanos Néstor Mesta Chayres y Nicolás Urcelay la cantaban. Pero fue Guarionex quien la hizo suya en su repertorio regular de La Voz Dominicana.
Entre los muchachos del barrio la practicábamos, como un ejercicio de reafirmación de identidad hispánica y de olfato amoroso adolescente. "Patio que huele a noviazgo, a coplas y a rosas y a flores de azahar/la noche es capa española que con su negrura te supo embozar/ Como un clavel que revienta tu boca sangrienta un beso me dio/ y en ese beso quedaron la noche, las coplas, las rosas y yo/ Tras de las rejas de encajes los tiestos y flores pudieron oír/lo que en un majo suspiro, suspiro del alma te quiso decir/Repicar de castañuelas que el patio gitano de fiesta llenó/ Beso que ha sido el más mío aquél que tu boca temblando me dio/ Algo que fue más que un beso, algo que es más que besar/Beso que dejó en mi vida guitarras y coplas y flores de azahar."
Igual sucedió con Granada de Lara. Con Francisco Alegre, un pasodoble de la combinación autoral Quintero-León-Quiroga que nos llenaba de entusiasmo al redoble de una tarde de toros con cornadas, paseos galantes y claveles perfumados de aroma de senos tirados al ruedo del valiente torero, cuyo traje llevaba bordado secretos de amores. Los Chavales y los Churumbeles de España, Juan Legido y otros como Enrique Krauss la cantaban, pero era el barítono maeño quien la mantenía en cartel. Lamento gitano, de la mexicana María Grever, que conocí en voz de Néstor Mesta Chayres y de nuestro maravilloso Eduardo Brito -escucha obligada desde la consola de mi primo Federico Polanco Piantini, el Alemán, vecino de mi abuela. Otra vez, era Guarionex el de todos los días en la TV. Una de las suyas en esta onda de españolería fue Adiós a Granada, romanza de la zarzuela Emigrantes de Tomás Barrera Saavedra, inmortalizada por Miguel Fleta, Tito Schipa y Alfredo Krauss.
Del maestro Hernández, Aquino hizo suyo el sarambo José Clemente, un vale muy enamorado "de pasa tan colorá", entre muchas de sus composiciones. Otro tanto sucedió con el maestro Luis Rivera, consorte de su querida compañera de trabajo Casandra Damirón, con quien realizó giras internacionales proyectando los aires del folklore nacional. Déjame quererte, quedó grabada como expresión de esta fraternidad artística de clase aparte. Condena, un tema de Bienvenido Fabián que también interpretaba Elenita Santos, fue registrado en acetato: Qué será de mi /cuando me encuentre lejos de ti/Qué podré yo hacer /sin tus caricias que me hacen feliz/Solo y sin tu amor/ me será todo imposible en la vida/Porque eres para mí/ la única ilusión/ que alegra mi vivir/ Cuando estoy a tu lado mi bien/ y me das tus caricias/Con tu simpar sonrisa/ que a mi amor cautivó/ Y si me encuentro lejos/ de tu amor algún día/ Yo rezaré al señor/ que te cuide por mí".
Guarionex nutría su oferta de composiciones bien escogidas, como Callejera, de Carlos Crespo, que popularizara el crooner mexicano Fernando Fernández. Venganza, de Alfredo Parra, que conocimos en versión del cubano Fernando Alvarez. Lágrimas de amor, del boliviano Raúl Shaw Moreno, que cantaran los 4 Hermanos Silva y Los Panchos, todos ellos artistas invitados de la Semana Aniversario de La Voz Dominicana. En sus últimos años -ya retirado de la función radiofónica en su Mao natal y de la docente en la Escuela de Canto de Radio Televisión Dominicana- mantuvo su interés por el arte. Su compañero artístico Armando Recio le preparó un CD compilatorio. Su amiga Victoria Pellerano Amiama -en cuyo hogar generoso le vi por última vez en una sesión de la Peña de Tyrone- le auxiliaba alimentándole de música.
Yo todavía conservo fresca su estampa enseñoreada sobre las carrozas en el desfile de la Semana Aniversario, rodando por la calle doctor Delgado. Acompañado de estrellas internacionales invitadas exhibiendo sus lentejuelas. Los mariachis inundando el espacio sonoro con las cuerdas al viento de guitarras, guitarrones y violines ("Era de madrugada/cuando te empecé a querer/ un beso a la medianoche/ y otro al amanecer", cantaban los del Vargas de Tecalitlán). Las vedettes voluptuosas, nalgatorio ondulante, tetas mareadoras espléndidas, descalzas con el guillo en el tobillo como cueros, a lo Tongolele y María Antonieta Pons, emplumadas, despampanantes. Y uno imaginándose a la Silvana Pampanini desnuda en Quo Vadis bañándose en leche de burra. Y él metiendo el pie forzado charolado, exclamando triunfal: "