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Evocación de René del Risco Bermúdez (2 de 3)

René ha de continuar su vida. Una vida donde la comunidad provinciana construye un haber y una matriz. Y donde el fragor capitalino lo subleva y lo arrincona en un espacio-tiempo fluido y ardoroso. Nada lo vivió a medias. Sus desplazamientos vitales estuvieron siempre urgidos de dinamismo y ensoñación. Lo pregonaba su formación y lo enseñoreaban sus talentos. “René del Risco –al decir de su más firme estudioso y promotor de su obra, Miguel D. Mena- no sólo creció en un medio eminentemente urbano sino que se educó en su fluidez. Una línea de fuerza bastante significativa proviene del abuelo materno, Federico Bermúdez, autor que marcaría definitivamente la literatura nacional con su poemario “Los humildes”, primer texto donde se piensa un nuevo sujeto social que trasciende las visiones agrarias y comienza a erigirse en fundamental dentro del panorama de lo moderno”.

Es de suponer que durante ese interregno que va desde la decapitación de la tiranía hasta los meses de la guerra de Abril y la intervención norteamericana de 1965, René va construyendo su mundo, primero desde una cotidianidad marcada por los derroteros infaustos de un país que renace a la libertad entre desvelos mermados por las infames divisiones sociales y políticas, los desafueros de los remanentes de un periodo oscuro que dejó huellas, y los apremios de una juventud ávida de heroísmos sustentados en la necesidad de producir un real cambio de conductas y de proyectos de vida. René estuvo siempre ambulando entre estos recovecos medulares, como el que se solaza en la dicha del reproche a una sociedad rota y sin destino, o como el que se encumbra sobre los cimientos de un arbitrio de juego y deleite. Entre esas dos hondonadas. Entre esas dos avenidas.

Su familia lo urge a exiliarse a Puerto Rico, de donde regresa cuando ya la dictadura ha muerto y los gendarmes de su fábrica de oprobios habían echado vuelo bien lejos. En la isla borinqueña se adueñó de sus fuentes y aprendió a consolidar su ingenio. De esa época quedó un “Estribillo de Puerto Rico” con música de Rafael Hernández. Nunca fue canción, pero fue poema de resonancia isleña, unido al quebranto mutuo, a los callejones jíbaros entremezclados con el edén marcado por las botas imperiales que, en su día, tal vez sin sospecharlo, René combatiría desde su comando de letras. “Puerto Rico es un país/ que sueña junto a una playa / de añil y de caracolas,/ de espumas y de muchachas./ Los peces velan su sueño / que baten las tibias olas; / bajo el cielo está Borinquen / como una paloma sola./ [.....] Puerto Rico baila y sueña / bajo botas y maracas. / Puerto Rico es un país / que llora junto a una playa”.

Cuando el líder del agrupamiento político al que pertenecía, cae asesinado en Las Manaclas, luego de un frustrado intento guerrillero en 1963 –hace apenas dos años del fin de la dictadura y tres meses de que se cortara bruscamente el primer intento de gobierno elegido democráticamente- el poeta que siempre fue escribe “a manolo devotamente” su poema “Palabras al oído de un héroe”: Comandante, /dime que todavía puedes escucharme! / Dime, oh limpio y Alto comandante,/ Tú, hecho para el dolor y el llanto de tu Pueblo,/ dime que el viento puro / te rozaba la barba en la montaña,/ dime que la lluvia caía por la noche, / que era alto el camino,/ que el pardo cielo oscurecía la tarde, / que ardía tu frente sudorosa / -tu amplia y clara frente/ donde soñaban las palabras.../ Yo, que te recuerdo para siempre/ desde la tarde aquella de un domingo imborrable, / yo, que te vi bajar de tu lejano pueblo / con la luz necesaria en las pupilas,/ yo, que te vi bajo los golpes poderosos, / que canté junto a ti,/ que te hice sonreír como un muchacho de provincia,/ que me sentí tu hermano como aquella mañana / cuando besabas a mi pequeña hija/ a la que puse un nombre que tú amabas/ con angustiado apego...

Y entonces, un año y medio más tarde llegaron las metrallas y el suceso abrileño abrió las compuertas de la redención anhelada. René estaba en el surco, sembrando. Se fue a la trinchera como lo que era, un poeta, y junto al publicista Miñín Soto escribió la historia de la afrenta y del valor. Estuvo en la ciudad intramuros cumpliendo su encomienda, la que creó su pensamiento propio y la que acunaron sus desvelos y sus ideales. La vida le depararía una misión que, tal vez, nunca tuvo del todo segura de que le tocaría emprenderla. Todo lo que vendría después, desde sus letras de poeta y narrador, fue la crónica de la guerra, de sus muertos, de las ideas vencidas, de las palabras tristes, de las noches y sus bordes, en fin, de la guerra. De la guerra que fue asonada de milicias resurgientes de su malestar de siglos, y de la guerra que fue asiento de patria en el espacio violado por el interventor.

René del Risco es el gran cronista de la épica del 65. Desde el poema y desde la narrativa, sus letras giraron siempre sobre este tema que lo signó y lo encumbró. Su único libro publicado en vida, “El viento frío” fue el gran estallido de la literatura dominicana posguerra, como lo fue “Hay un país en el mundo” que como he dicho en otros lugares, es el poema fundador del país que nació de nuevo a partir de 1961. “El viento frío” fue el poemario que señaló la incertidumbre, la fugacidad de los tiempos de solidaridad bajo el telar de los sueños de redención, el amargo bebedizo de la pérdida y la realidad marcada por los vencedores.

...el viento frío que acerca su hocico suave

a las paredes, / que toca la nariz, que entra en nosotros / y sigue lentamente por la calle, / por toda la ciudad...

Era el viento frío que llegaba cuando comenzaba a caer la noche. Y es, a su vez, el preludio de una mañana que ha de llegar sin atisbarse su real componenda. Volverá la mentira a rodear los muros, otras miradas, labios rotos en una época de olvido: “En la ciudad, el hombre y la mujer/ han empezado a llenarse de tristeza...”

La poeta Soledad Álvarez, entonces una joven de 17 años, dijo que el libro fue “un deslumbramiento”. Y hace notar en su testimonio de aquel suceso poético que “El viento frío quedará como el único poemario de la generación del 60 que trasciende sus referencias inmediatas para seguir hablándonos de nuestra condición de hombres y de mujeres huérfanos de utopías”. El poemario, sin embargo, provocó algunas turbulencias, incluso entre los miembros de su propio grupo literario, El Puño, que había fundado después de la guerra junto a Miguel Alfonseca, Ramón Francisco, Marcio Veloz Maggiolo y Jeannette Miller, entre otros. Es difícil enfrentar la verdad del daño, del extravío, de la tronera, del fracaso, del errante vacío. Lo cantó Machado al poeta y su muerte: “Porque ayer en mi verso, compañera,/ sonaba el golpe de sus secas palmas,/ y diste el hielo a mi cantar, y el filo/ a mi tragedia de tu hoz de plata,/ te cantaré la carne que no tienes,/ los ojos que te faltan...” Y la cantó Vallejo en su “Imagen española de la muerte”: “Ahí pasa la muerte por Irún:/ sus pasos de acordeón, su palabrota”. Es difícil enfrentar la verdad. Los vencedores fueron los otros. Doce años bastaron después para consumar, por completo, la derrota. (“Este es un juego triste,/ inexcusablemente triste./ [...] Y no sé, pero en esta mañana de marzo/ de 1967,/ me siento como siempre/ defraudado..!”).

Ya no era ésa la ciudad de los comandos, ni siquiera la ciudad anterior a los comandos y a los sueños. El viento frío circulaba en los rostros y en las sensaciones, en la memoria y en los estertores. Ahora se acababan las palabras “se harán ceniza del corazón,/ se quedarán para uno mismo...” René dejaba establecidas las coordenadas de lo sucedido y su respuesta a tantas interrogantes sublevadas. “El viento frío” es el libro que dejó escrita la historia de la posguerra y anticipó la ciudad que conoceríamos después. “Un libro memorable, un libro de época, generacional, destinado a convertirse en parte esencial de la realidad que lo inspiró, un libro vivo, palpitante de historia y de hondas vibraciones sociales”, en el juicio de Pedro Conde. El mismo crítico que afirmó, con certeza irrefutable, que esa obra de René no tuvo “más adorno que su sencillez ni más belleza que su verdad profunda”.

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