Dearborn: Memos y Audiencias
Mi firme opinión es que los que mataron a Trujillo y los que los respaldaron habrían actuado por sí mismos aun si nunca hubiera existido la CIA. Solo esperaban una atmósfera nacional e internacional favorable que les insuflara el coraje necesario. El concepto y los detalles de la trama eran suyos

"En 1959 hubo dos intentos desde el exterior para derrocar a Trujillo y una creciente insatisfacción dentro del país, en especial entre ciertos militares, profesionales, empresarios y el clero.
En enero del 60 nuestra evaluación era que Trujillo probablemente sería derrocado y nos preocupaba que se produjera un vacío de poder en el que elementos comunistas apoyados por Castro se adelantaran. Para entonces habíamos elaborado planes de contingencia sobre qué acción tomaríamos ante tal eventualidad.
Para julio de 1960 nuestros contactos disidentes nos decían que habían elaborado una lista de siete maneras mediante las cuales Trujillo podría ser derrocado.
Todas, excepto la séptima, estaban más allá de sus capacidades. La séptima era el asesinato. Pero parecía que en ese momento no tenían una trama específica y hablaban generalidades. Ni entonces ni después intentaron involucrarnos en un asesinato.
Lo que querían de EE. UU. era apoyo moral y, más tarde, apoyo material y simbólico. Algunas de las formas en que dimos apoyo moral a los disidentes:
- Establecimos contacto clandestino con ellos.
- Realizamos intentos, a través de personas de prestigio, para persuadir a Trujillo a poner término a su dictadura, preferiblemente abandonando el país. Uno se efectuó a través del general Mark Clark. Otros con el senador Smathers y con el embajador Robert Murphy. Clark actuó por encargo del presidente Eisenhower y Murphy de Kennedy. Ninguno modificó la decisión del Generalísimo de permanecer en el poder. Fueron misiones secretas.
- Hicimos declaraciones públicas críticas del régimen.
- En agosto de 1960 rompimos las relaciones diplomáticas.
Tras lo cual dimos pasos para ofrecer apoyo material a la oposición:
- Impusimos sanciones económicas; y
- En enero de 1961 fui autorizado a decirle a los contactos que pondríamos armamento a su disposición.
La cuestión de las armas. Después de agosto de 1960, desarrollamos planes más detallados para tratar con un gobierno provisional en caso de que Trujillo cayera. Conocíamos quién de nuestros contactos deseaba dirigirlo, pero no sabíamos si serían capaces de afianzarse. La situación iba de mal en peor.
Como resultado de las sanciones económicas impuestas por los EE. UU. y la OEA, Trujillo amenazaba a los negocios estadounidenses en el país y a los dominicanos proamericanos. Sus medios desplegaban una guerra constante de prensa y radio contra EE.UU.
En esa atmósfera, en la primavera de 1961, los partidarios del asesinato comenzaron a desarrollar planes concretos. Teniendo en cuenta la oposición de la comunidad empresarial, el clero, los EE. UU. y la OEA, se creía que quienes asesinaran a Trujillo serían considerados héroes en el país y en el exterior.
Dado que se había ejercido presión mediante persuasión, sanciones, ruptura diplomática, declaraciones de censura, y debido a que esto no indujo a Trujillo a rendirse, los disidentes vieron el asesinato como su única esperanza de librar al país de la dictadura.
Mi firme opinión es que los que mataron a Trujillo y los que los respaldaron habrían actuado por sí mismos aun si nunca hubiera existido la CIA. Solo esperaban una atmósfera nacional e internacional favorable que les insuflara el coraje necesario. El concepto y los detalles de la trama eran suyos y sólo de ellos.
Es cierto que ayudamos a crear esta atmósfera, más a través de acciones públicas que de operaciones encubiertas.
Convencidos de que Trujillo estaba patinando, nuestro propósito era cultivar a los disidentes proamericanos para que el futuro gobierno fuera pro-EE.UU. en lugar de ser anti. La ayuda que les brindamos fue auxiliarlos para superar en el propósito a cualquier otro grupo rival. Nunca favorecimos el asesinato en sí, de hecho, nos opusimos en vano.
Cuando en abril o mayo de 1961 recibí los planes de asesinato detallados de parte de mis contactos, le advertí a Washington que ya era una realidad lo que antes una posibilidad.
Estaba convencido debido a la naturaleza detallada de los planes y la tensión existente en el país. Esta información causó consternación y se me pidió que instara a los conjurados a que se abandonara de inmediato cualquier acción.
Mis contactos respondieron que era un asunto dominicano y que no había nada que pudiéramos hacer para detenerlos. Este mensaje lo transmití a Washington. Poco después se ejecutó la trama.
Un memo sobre las armas. No recuerdo cuándo los disidentes nos pidieron por vez primera el suministro de armas. Pero seguro que en enero 61 Washington me ordenó les informara que la entrega de armas fuera de la República Dominicana había sido autorizada. No sé qué y si hubo entrega.
Quizás nada, porque mis contactos seguían presionando para que ofreciéramos al menos un token.
Argumentando que había miembros del grupo, los más jóvenes, que exigían que EE.UU. mostraran su apoyo tangible. Mi contacto señaló cuán importante era para ellos no perder el apoyo del elemento más joven, personas capaces.
Quizá los registros de la CIA muestren cuándo fui autorizado en un memorando a entregarle a nuestro jefe de estación de la CIA varios rifles, creo que cuatro o tal vez dos, que quedaron en el Consulado al salir el Agregado Naval en 1960.
Debió haber sido en abril o mayo del 61. Le entregué los rifles y no sé quiénes finalmente los recibieron.
Así que no sé si alguno fue usado para matar a Trujillo. Dado que varios militares de alto rango participaban en la conspiración, la obtención de una pequeña cantidad de armas, suficiente para matar a un hombre, no parecía ser un problema para los conspiradores.
En consecuencia, la solicitud de las armas lucía ser más bien simbólica, para disipar cualquier duda. Al regresar a EE.UU. descubrí que en la Oficina de Asuntos Interamericanos en el Departamento nadie sabía del mensaje de la CIA autorizándome a entregar los rifles.
Esto me sorprendió, ya que había existido una relación muy estrecha entre la Oficina del Subsecretario y la CIA respecto a mis actividades e instrucciones enviadas.
Fue la única falta de coordinación que recuerdo. Dado que la autorización era bastante importante, me he preguntado si se aprobó en la Casa Blanca, ya que allí operaba un equipo que seguía de cerca los acontecimientos dominicanos.
El 22 de abril de 1975, Dearborn compareció ante la Comisión del vicepresidente Rockefeller que investigó las actividades de la CIA en el extranjero, para hablar sobre la participación de la agencia en el asesinato de Trujillo.
Pasó dos horas y media discutiendo esas actividades en la República Dominicana, desde el 1/1/60 hasta el 30M. "Estaban particularmente interesados en cualquier arma que la CIA pudo haber enviado o autorizado a entregar."
Se "habían hecho investigaciones en el Departamento de Estado y en los archivos de la CIA antes de mi llegada y tenían muchas páginas de notas para las preguntas.
Fue un ejercicio fascinante para mí porque había olvidado muchas comunicaciones y acciones. En particular y para mi sorpresa, había olvidado la entrega de un revólver a un médico dominicano" (quizás Jordi Brossa, El Chico en el código de la CIA, miembro clave del Grupo de Contacto).
"La razón por la cual realicé esa entrega no estaba en los archivos de la CIA, por lo cual la pude recordar cuando hice memoria. El doctor me había preguntado si podía obtener un revólver para él, ya que temía una agresión a su familia y a él por agentes de Trujillo.
El médico no tenía medios para defenderse a sí mismo ni a su familia. Entonces le pregunté al jefe de estación de la CIA si podía conseguirme un revólver para el médico, ya que era la principal fuente de información para nosotros.
El jefe de estación lo consiguió y se lo entregué al médico. Le dejé claro a Mr. Gray -quien fungía a la cabeza de la audiencia- que la referida solicitud de este revólver no tenía propósito revolucionario, ya que era solo para un uso personal."
"En el mismo año, 1975, el Senado estableció lo que se llamó el Comité Selecto del Senado para estudiar las operaciones gubernamentales respecto a las actividades de inteligencia.
Era para estudiar supuestos complots de asesinatos que involucraban a líderes extranjeros. La referencia es el 94º Congreso, primera sesión, Informe 94-465, emitido el 20 de noviembre de 1975. Pasé seis horas hablando con los abogados de este Comité bajo un intenso interrogatorio.
Me dijeron que no creían que los senadores quisieran hablar conmigo, pero cuatro días después, recibí una llamada telefónica en la que me informaron que el senador Church y su grupo querían hablar conmigo."
Frank Church, senador demócrata por Idaho, a quien conocí en 1964 en audiencia privada en el Congreso siendo entonces junior senator del Comité de Relaciones Exteriores, tras el congreso de la World Assembly of Youth, WAY, que contó como guest speaker al procurador Robert F Kennedy, al cual asistí como presidente del Comité Nacional de la organización juvenil mundial. "Así que pasé -acota Dearborn- varias horas solo con unos seis senadores. Recuerdo a Church, Mathias, Tower y Hart.
Hart fue un héroe para mí. Las preguntas fueron bastante detalladas. Cada senador tenía un abogado a su lado que le recordaba cosas diferentes. Uno de ellos, una mujer de 30 y tantos años, habló: "¿No fue esa una de las tareas más dramáticas de su carrera?" Le dije: "Por supuesto que lo fue".
Argumentó entonces: "¿No te parece extraño que no recuerdes más detalles?". Le respondí: "Espero que en esta sala se encuentre alguien con más de 65 años a quien le resulte difícil recordar quién le dijo qué a quién, 15 o 20 años después".
"El senador Hart habló: "Ciertamente puedo dar testimonio de ello. Me pasa casi todo el tiempo". Era el único que tenía más de 65 años.
El interrogatorio principal lo hizo el senador Church y su abogado. Se prolongó durante mucho tiempo. Todo el testimonio figura en el Informe del Senado. Cualquiera puede obtenerlo en la biblioteca. Hay mucho sobre el asesinato de Trujillo y otros asesinatos."
Así discurría Henry Dearborn en 1991, refiriendo sus testimonios en 1975 ante las comisiones referidas que investigaban los secretos de la CIA. Algunos de los cuales debían olvidarse.