Si vas, voy, y qué...
Es preocupante que las instancias de intermediación social hayan perdido peso e influencia, disminuido en representatividad, credibilidad y legitimidad. Eso pudiera empeorar la intensidad y consecuencias de los conflictos.
Hacía tiempo que no se respiraba una sensación de agobio tan pesada. Al clima político e institucional asfixiante, se agrega un panorama económico perturbador y de eventuales riesgos que pudieran materializarse en las áreas fiscal y monetaria, si no se actuara con buen juicio y prudencia. Como si fuera poco, se suman incertidumbres externas.
Aquí y ahora, las autoridades actúan como si nada pasara. Como si lo relevante fuera la disyuntiva si vas, voy. O la de me rehabilitan para volver o modifico la Constitución para quedarme.
Cuando, en verdad, lo obligatorio es acatar el orden constitucional, en pleno y sin subterfugios.
¡Por Dios! ¿Es posible que aquella famosa presunción de que El Estado soy yo esté tan lejana en el tiempo, como tan cercana en los hechos? Y que la sensación de inmunidad sirva de instigación para violentar el ordenamiento jurídico.
Despolitizar las fuerzas armadas fue la consigna del gobierno de Antonio Guzmán. Frenar la corrupción y acabar con la carcoma clientelar es la consigna de estos tiempos.
Esa aspiración solo se logrará con una reforma profunda del sistema político, que otorgue a la Justicia la independencia que requiere y ponga fin a la impunidad.
Es tan sencillo como esto: nadie, absolutamente nadie, debe estar por encima de los preceptos legales y mucho menos constitucionales.
Y esto aplica al proyecto Punta Catalina, cuyo destino parecería estar asociado al proceso judicial. No es casualidad que la opinión pública haya comenzado a insinuar las agravantes de premeditación y encubrimiento, lo cual se refuerza con la obstinación del ministerio público en negarse a mostrar el índice acusador.
Es preocupante que las instancias de intermediación social hayan perdido peso e influencia, disminuido en representatividad, credibilidad y legitimidad. Eso pudiera empeorar la intensidad y consecuencias de los conflictos.
Tanto han perdido que, ante la gravedad de lo que está ocurriendo, a algunas de esas instancias ni siquiera se les escucha pronunciar una opinión contundente, una advertencia, como si estuvieran controladas por hilos invisibles o cooptadas por el poder. Han dado las espaldas a la modernidad.
Los partidos políticos se debaten en contradicciones internas. Han perdido la coherencia. Se han debilitado, asolados por el personalismo. Tendrán que depurar su liderazgo con el néctar transparente de la probidad, abrir la competencia interna, aclarar sus propósitos y programas, definir qué país quieren y por qué luchan, y cesar en la búsqueda de privilegios grupales y personales.
Una parte de la cúpula empresarial se ha obstinado en apoyar acciones que vulneran el estado de derecho, en vez de aferrarse a exigir su cumplimiento. Y se mantiene en connivencia oscura y promiscua con el poder político, traiciona los intereses de largo plazo de su clase y pone los suyos por encima de las necesidades de la sociedad. ¡Cuánta falta hacen aquellos líderes empresariales que se convirtieron en factores de equilibrio y respeto al orden establecido!
Es hora de que algunos miembros prominentes de la clase política y empresarial dejen a un lado el juego peligroso en que se han metido.
La esfera laboral ha estado muriendo lentamente de intrascendencia. ¡Qué pena! Como si los problemas del país se limitaran a exigir un salario mínimo o defender un código laboral superado por los tiempos. Se echa de menos la amplitud de horizontes de los líderes históricos, que conectaban con las necesidades sociales.
Los estudiantes parecerían estar muy lejos de la problemática del acontecer nacional. Y la sociedad civil, es decir el resto, con la excepción notable de Finjus y otras organizaciones que sí han hecho las tareas, luce incapaz de articularse para organizar un potente movimiento de reclamo que exija el cese de tantas anomalías y devuelva el norte y el sentido ético al ejercicio de la política.
Quedan incólumes los pilares de las iglesias y las fuerzas armadas. Pero sus fines no son de intermediación social, aunque las iglesias están más cercanas a esa finalidad, mientras que las fuerzas armadas lucen mejor en sus cuarteles.
Y, sin embargo, ante tanta desolación, existe la esperanza bien fundada de que en las instancias políticas, empresarial, laboral y de la sociedad civil, se encuentre presente el germen de la regeneración, que lleve a reconstituir las instituciones públicas y privadas y a hacerlas funcionar.
La sociedad se encuentra todavía en la larga transición democrática que empezó en 1961, saldada sin castigos a los culpables de crímenes y enriquecimiento ilícito. La impunidad solo quedará sepultada cuando haya castigo ejemplar.