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Los fantasmas son mamíferos

“Me mantengo despierto hasta la madrugada en espera de que lleguen, fingiendo que duermo. No solo he evitado el psiquiatra, sino que me he liberado de que me mantengan endrogado con tantos medicamentos que hipnotizan e idiotizan.”

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Los fantasmas son mamíferos

El arquitecto conversaba sobre los miedos que se incubaban en la infancia, inducidos por los adultos. Decía:

—¡Qué tiempos aquellos de nuestra niñez, de sustos y tormentos! Los adultos solían amansar los bríos infantiles y hacer brotar los temores con la mención del cuco, la mano pelúa y los fantasmas.

Abimbao replicaba: —Con la adultez esas cosas se olvidan.

Con un dejo de misterio, el arquitecto respondía:

—Quizás permanecen dormidas. Fíjate lo que me está sucediendo a mi edad ya madura. Hace poco, estando en mi habitación a oscuras, vi un rayo rojo brillante de un centímetro de diámetro, en forma de espiral, que brotaba del palo de la cortina.

—Podría haber sido una ilusión óptica.

—Esa misma noche se me aparecieron varias figuras minúsculas y se colocaron al lado del sillón en que descanso. La sangre se me heló. Intenté tocarlas. Eran inmunes al tacto. Puse polvo talco en el piso para evidenciarlas, pero no dejaban huellas.

—Tal vez eran visiones, arquitecto.

— La otra noche se me aparecieron un grupo de grillos negros con aspecto de cigarros con dos puntas en forma de fusos que volaban muy rápido y súbitamente desaparecían. En la barra de cortinas se situaron cuatro siluetas colgadas por el cuello en unos grandes ganchos de carnicera.

—Arquitecto, entre en razones.

— Lo más espeluznante y hasta divertido es que esta madrugada se presentaron con una “juca”, fumando y soplando como una locomotora. Sonaba a ruido de vapor de agua.

—Vamos mal, no siga con eso. Sacúdase.

— Los sujetos míos, fantasmas (parecen), reaccionan con lógica humana. Los observas, te miran. No los miras, se voltean. Al regresar al baño me percaté de que uno de esos bebés fantasma tenía en la boca un chupete. Saqué una conclusión peregrina: ¡Entonces, son mamíferos!

—Van a creer que se alocó.

—Solo cuento lo que estoy viendo. La figura más vieja me sacó la lengua con gesto de burla. Al encender de súbito la luz, desapareció.

—Usted es un hombre muy acreditado para estar jugando con tonterías.

—Esto es muy serio. A pesar de ser etéreos, es decir, no tienen masa y en consecuencia no tienen peso alguno, he sentido sus movimientos debajo del sillón, como si un perrito estuviera jugando allí. Evidencian tener fuerza muscular o de cualquier otro tipo. Una de estas noches, habiéndome movido de lugar para ir al baño, encontré que el termo con su bandeja metálica había sido cambiado de sitio. Yo estaba solo. No había nadie más en la casa.

—No sé que decirle, arquitecto. Me siento preocupado.

—Por mí no te apures. Permíteme seguir contándote mi experiencia, por si alguien más la ha vivido y temiera narrarla.

—Pues siga. Ni modo.

—Las principales características que tienen estas “cosas”, en apariencia manifestaciones sobrenaturales cuyo significado ignoro, son: no huelen ni hieden; ni son calientes ni frías; no dejan huellas por donde pasan; son incapaces de inducirnos a que hagamos lo que ellos quieren (por ahora); ponen atención a la mirada humana; son reactivas a la claridad, no así a la penumbra, tanto que si uno enciende una luz la imagen desaparece antes de sonar el click del interruptor; capaces de adivinar los movimientos de los humanos (¿telepatía?); sus ojos no brillan en la oscuridad como los de algunos animales.

—Arquitecto, mi mejor consejo es que vaya al psiquiatra.

—Gracias a esas “cosas”, me he ahorrado la consulta. Mi mente se ha renovado en busca de explicaciones a lo desconocido, a lo mejor temido. Me mantengo despierto hasta la madrugada en espera de que lleguen, fingiendo que duermo. No solo he evitado el psiquiatra, sino que me he liberado de que me mantengan endrogado con tantos medicamentos que hipnotizan e idiotizan.

—Diantres. Ahora caigo. ¿Será por eso por lo que a veces intuyo, de repente, figuras incorpóreas, que presiento cercanas y cuando intento aprehenderlas no están? Puede que sean percepciones sensoriales incomprendidas, fosforescencias alojadas en los mecanismos de la mente o derivaciones del confinamiento pandémico. Arquitecto, gracias por su relato. Ahora no sé si ir yo al psiquiatra o reconciliarme con mis pesares.

— Abimbao, expande tu mente. Entra al mundo cercano e ignoto. Tal vez recobres el sentido común y, ¡quién sabe si la felicidad!

P.D. El relato es de un reconocido arquitecto, aficionado a permanecer en soledad en la montaña. Ahí siente el parpadear de los cucullos, el rechinar de los grillos y el palpitar reparador de la naturaleza.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.