Has de ser humilde... como una hoja
El 15 de septiembre se cumplió un año de la partida de don Enrique Armenteros Rius y, como fruto de esos contactos, surgen memorias que vale la pena compartir porque retratan con fidelidad el tipo de persona que era.
Una de las expresiones que con más frecuencia salía de sus labios en esos encuentros no procedía de un literato de moda, un historiador reconocido, un periodista exitoso o uno de esos nombres que hoy se asumen como mitos, sino de una mujer sencilla, de una maestra chilena que escribía versos por los que en 1945 obtuvo el Premio Nobel y se le conocía como Gabriela Mistral.
Nunca averigüé si citaba literalmente o si simplemente parafraseaba el contenido de un texto. En todo caso, sus palabras eran: “Haz de ser tan humilde como una hoja, que te adorna y sostiene, pero nadie se percata del día en que se desprende de la rama que la nutre y cae en el vacío.”
El trato frecuente me permitió conocer de primera mano unas cuantas cosas que, en adición a sus iniciativas empresariales, don Enrique hizo por este país, de las que nunca alardeó buscando protagonismo y por las que nunca buscó pago o reconocimiento. Fue humilde como una hoja...
Solo como recordatorio, menciono cinco de ellas, que son bien conocidas por sus frutos a la sociedad. En alguna ocasión, por ejemplo, describía los días en que, junto a unos amigos, inauguraron el mutualismo en el país con la creación de la Asociación Popular de Ahorros y Préstamos (APAP), que se iniciaba bajo el liderazgo de don Gustavo Tavares y de la que más adelante sería presidente por casi 25 años.
En algún momento me comentó las circunstancias en que un grupo de empresarios y amigos fundaron, sostuvieron y echaron a andar otras instituciones como la Fundación Dominicana de Desarrollo, la Fundación Universitaria Dominicana y la Asociación de Hombres de Empresa, posteriormente transformada en el Consejo de la Empresa Privada, entre otras.
En 1983 creó la Fundación Progressio como un instrumento al servicio del mejoramiento de la vida del dominicano a través de la defensa al medio ambiente y los recursos naturales. Su primer proyecto importante fue Alianza del Campesino con el Árbol, que fue premiado por las Naciones Unidas. A través de él se sembraron más de cuatro millones de plantas en la parte alta y media de la cuenca del río Nizao. Quedan como legado de esa experiencia el sistema de reproducción en vivero de plantas con el sistema de raíz dirigida y el derecho del campesino a un certificado de plantación y derecho al corte de los árboles que ha sembrado.
Fui testigo de las gestiones que, como presidente de Progressio, don Enrique y sus colaboradores realizaron para identificar un lugar en el que hubiera algún tesoro ecológico que proteger y para cumplir con todos los requisitos necesarios para conseguir que el presidente Balaguer lo declarara área protegida. Finalmente lo consiguió y ahí tenemos la Reserva Científica Ébano Verde.
Esta área protegida marca un hito. Tras su creación, el Estado puso su administración en manos de una institución del sector privado. En efecto, el Estado, representado por la Dirección Nacional de Parques, y la Fundación Progressio firmaron un fideicomiso de administración a través del cual esta institución se responsabilizaba del cuidado, la administración y el desarrollo de la recién creada área protegida. En ese marco, asumió la responsabilidad total de la Reserva, financiando con sus propios recursos todo lo que desde ese momento ha ocurrido allí, desde sacar del peligro de extinción la población de ébano verde que se protegía, hasta recuperarla y hacer de ella el área protegida mejor cuidada del país, según testimonian conocedores de la materia.
Uno se podría preguntar por qué entendió don Enrique que era una buena idea asumir el compromiso de cuidar, desarrollar y manejar la Reserva Científica Ébano Verde, en un país donde existe la presunción de que quien se acerca a un bien público solo busca un beneficio personal.
La respuesta es sencilla. Entendía que el sector privado no debe dejar solo al Estado en tareas que nos afectan a todos, sin competir con él, sin pretender suplantarlo, sino luchando por el bien de las futuras generaciones, unidos con estrategias comunes y en armonía a favor de la naturaleza.
En esa área protegida ocurren muchas cosas maravillosas, como el nacimiento del río Camú, que discurre a través de ella sus primeros quince kilómetros, proveyendo el agua potable que consumen 21 mil familias del municipio de La Vega. Agua que se distribuye a la población a través de una empresa satélite; agua, por cuyo origen y conservación nunca se ha interesado ninguna autoridad municipal ni provincial y por la que solo se han interesado personas aisladas como Tabaré Ramos y Manuel Concepción.
Allí también nacen otras corrientes de agua. Unas, como El Arroyazo, La Palma, Masipedro y La Sal desembocan en el Jimenoa alimentando fuentes de generación de energía hidroeléctrica; y otras, como Jatubey, Jayaco y el mismo Camú, alimentando la Presa de Hatillo, desde donde sirven el agua que requiere la producción de arroz y vegetales principalmente en Jima, Fantino, Rincón, El Pino y Pontón, entre otras comunidades.
Don Enrique estaba muy consciente del valor del agua que aportaban esas fuentes en el proceso productivo; sin embargo, nunca lo publicitó ni pasó factura por ello. Sintió que de ese modo cumplía un deber ciudadano y un compromiso personal: tratar de dejar este mundo en mejores condiciones que como lo encontró.
Por todo ello, en una actividad que se le dedicaba en una institución académica, uno de los presentes se refirió a él como una persona especial. En su momento, a él y a toda la concurrencia les dio el siguiente testimonio:
“Puedo decirles con absoluta honestidad que he tratado de vivir la vida conforme a los principios y valores en que me formó mi familia y en los que creo; he tratado de comportarme con absoluto respeto a mi familia, a mis amigos, a mis socios y a mi país.
No tengo dudas de que he cometido errores; sin embargo, nunca lo he hecho de modo intencional; por el contrario, siempre he procurado actuar de modo que no tenga que avergonzarme de mis actos.
Soy una persona normal y corriente, que nunca ha tenido la intención de constituirse en modelo de nada. Nunca he buscado protagonismos, sino todo lo contrario. Lo que siempre he tratado de hacer es ayudar y servir a los demás”.
Y continuó reflexionando sobre su vida:
“Una de mis convicciones más firmes ha sido la de contribuir al mejoramiento de la sociedad en que vivo y de la que me nutro, donde yo vivo hoy y mañana vivirán mis nietos. Por eso me he involucrado en labores voluntarias, sin fines lucrativos, a través de diversas organizaciones no gubernamentales, dando calor a iniciativas tan importantes como la instauración del sistema mutualista en el país, la conservación de nuestro medio ambiente, el desarrollo de la educación superior y el fortalecimiento del sector industrial, entre otras.
Cada una de estas tareas ha ocupado un espacio y un tiempo en mi vida. Pero mentiría si no les dijera que todo lo referente a la preservación de nuestra riqueza natural se encuentra en el centro de mis prioridades. Estoy convencido de que esa es una de las principales urgencias del país y del mundo. Y es poco el tiempo de espera que aún nos queda.”
Don Enrique regresó sigilosamente a la casa del Padre. Tan callado, como una hoja que cae en el suelo. Sin grandes manifestaciones de duelo. Pero eso no cuenta. El único tributo que se le debió rendir y que, en su humildad, en verdad a él le importaría, es la renovación sincera del compromiso de este país con el cuidado y defensa de la naturaleza.