Biden y la democracia americana
No hay dudas de que el sistema funcionó como lo concibieron sus padres fundadores.
Mucho se ha hablado en tiempos recientes sobre cuán disfuncional y quebrada está la democracia americana. El anti-americanismo visceral que aparece por todos lados encontró una buena excusa para criticar a Estados Unidos cuando Donald Trump –una figura que resulta grotesca y vulgar para el gusto de muchos en Europa, América Latina y otras partes del mundo- ganó la presidencia de ese país sin haber logrado la mayoría del voto popular. Y cuando la noche de las elecciones los resultados parecían apuntar a que Trump ganaría otra vez sin el voto mayoritario del electorado, muchas voces alrededor del mundo profetizaron de nuevo sobre el fracaso definitivo de la democracia norteamericana.
Sin embargo, los padres fundadores de Estados Unidos hubieran estado orgullosos del sistema que diseñaron. Ellos apostaron por una república representativa, no por una democracia pura. A James Madison, por ejemplo, le aterrorizaba la posibilidad de una dictadura de la mayoría, por lo que procuró insertar en la Constitución mecanismos de moderación y balance tanto en las formas de elección de autoridades como en la distribución de poderes en los órganos del sistema político. Asimismo, los padres fundadores procuraron evitar que los Estados grandes determinaran siempre el curso de las decisiones políticas, pues al construir un gobierno federal que coexistiera con los Estados individuales que antecedieron a la creación de la nación, había que garantizar que los Estados más grandes no anularan políticamente a los más pequeños. De ahí que cada Estado, independientemente de su población, tenga dos senadores y que el presidente sea elegido no por el voto popular sino por la mayoría de los votos de los colegios electorales distribuidos entre todos los Estados.
Así, al ver que durante cuatro o cinco días la atención del conteo de los votos se enfocó en dos Estados medianos –Pennsylvania y Georgia- y en dos Estados relativamente pequeños –Arizona y Nevada-, no hay dudas de que el sistema funcionó como lo concibieron sus padres fundadores. Este sistema obliga a que los candidatos presidenciales le pongan atención a todos y cada uno de los Estados, pues de otro modo solo se interesarían en buscar apoyo en los Estados grandes y medianos para conseguir en ellos la mayoría del voto popular.
Joe Biden entró en la competencia electoral con el enorme desafío de expandir la base de apoyo del Partido Demócrata hacia Estados que serían clave para obtener la mayoría en los colegios electorales y no solo en el voto popular. Con su mensaje centrista y de unidad en medio de la más grave crisis sanitaria y económica que el mundo ha vivido en muchas décadas, Biden probó que alcanzar esa meta era posible. Su triunfo tiene connotaciones especiales: recuperó los llamados Estados del “muro azul” (Pennsylvania, Michigan y Wisconsin) que habían sido demócratas pero que Hillary Clinton perdió en el 2016; conservó a Virginia, un Estado que por décadas había sido republicano pero que Barack Obama logró convertirlo en mayoría demócrata; ganó Georgia, que no había favorecido a un candidato presidencial demócrata desde 1992, así como ganó o hizo competitivo Estados como Arizona y Carolina del Norte que han sido bastiones republicanos por décadas. Biden logró, además, ser el candidato que más votos ha recibido en la historia de Estados Unidos, seguido -debe decirse- por no otro que Donald Trump, quien mostró tener una fortaleza extraordinaria en el interior de Estados Unidos. Esta alta votación muestra que el pueblo norteamericano participó masivamente en el proceso electoral y que reafirmó su confianza en las instituciones del sistema democrático.
El ticket presidencial de Biden tuvo otro logro inconmensurable: la elección de Kamala Harris, hija de un padre jamaiquino y de una madre india, como vicepresidenta de Estados Unidos, quien se convirtió en la primera mujer en ser electa a esa posición en la historia de ese país. Ella aporta no solo la perspectiva de mujer sino también la de su condición multirracial tan importante en el Estados Unidos contemporáneo.
El triunfo de Joe Biden pone de relieve también virtudes humanas como la perseverancia y la fortaleza de carácter. Habiendo aspirado a la presidencia de Estados Unidos por primera vez hace treinta y dos años, y luego de haberse retirado de la vida política tras concluir sus dos períodos como vicepresidente, la vida le dio una nueva oportunidad ante la cual se ha crecido. Aunque tuvo en Trump un oponente fuerte y aguerrido, las cualidades personales de Biden –decencia, moderación, civilidad, empatía- le ayudaron tanto o más que sus propuestas de políticas públicas para convertirse en la persona que el pueblo norteamericano quiso que ocupara la Casa Blanca en medio de las difíciles circunstancias y los enormes retos que enfrenta en esta coyuntura histórica Estados Unidos y el resto mundo.