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Deje el disgusto, presidente, y hablemos

Tras el retiro de la propuesta de reforma fiscal en República Dominicana, el presidente Luis Abinader enfrenta el reto de abordar el déficit económico sin una alternativa concreta.

Somos una comunidad de opinantes emotivos. No bien sale al ruedo, la notica es devorada en pocos días. Luego, el apetito mediático se antoja del siguiente evento hasta diluirnos en la levedad. De esta manera, nuestra rutina, zurcida de parches, entreteje una crónica fragmentada de la realidad.

Hace una semana el país ardía con la reforma fiscal. No hubo un sector que no opinara. Todo el que quiso habló; hasta los religiosos evangélicos salieron de su claustro. El rechazo fue apoteósico. El presidente Abinader, ya aislado, entendió la insensatez de mantenerla, así que, antes de que la oposición abonara réditos, dispuso su retiro del Congreso.  Tras producirse el abandono, los ánimos se templaron y la vida pública se ocupó de otras atenciones.

Hicimos como el avestruz, que creyó disipar las amenazas entrando su cabeza en el hoyo. Volvimos entonces al espejismo, aplazando el reto para luego encontrarlo más agravado. Exhalamos el aliento del condenado a muerte a quien le han prorrogado la ejecución de la pena.

En "La Semanal" de este lunes, el presidente Abinader, con solapado encono, fue enfático al advertir que el Gobierno no tiene "otra propuesta" y en cambio aseguró que hará los ajustes para gestionar las cuentas públicas —sin decir cómo—. El cortante laconismo reveló su decepción. Pero, él, más que nadie, sabe que la reforma no es prescindible y que el déficit, las escasas disponibilidades para los gastos de capital, la carga financiera de la deuda y la baja tributación son insostenibles sin ella. Intuyo que el presidente no se había recuperado emocionalmente del rechazo a su propuesta. Si bien actuó con prudencia al retirarla, lo hizo con disgusto al no querer reintroducirla.

Aquí la mayoría estaba y está de acuerdo con una reforma fiscal robusta, equitativa e integral. Y domina un claro entendimiento de que no hay otra alternativa. Eso no significa, sin embargo, que había que aceptar la propuesta del Gobierno. Lo que se pedía era consensuar sus bases, contenido y alcance, pero no abandonar la iniciativa.

Parece que el presidente no está consciente de lo que se interpreta de su actitud. El mensaje parece claro: su proyecto era el único y si no era aceptado no habría reforma. En otros términos: ¡era ese o nada! Le otorgo, sin embargo, el beneficio de la duda, pero no nos deja pensar de otra manera. ¿Acaso este rechazo no le brinda razones para abrir un espacio distendido, racional y ordenado de diálogo social? De hecho, eso fue lo que debió preceder al abortado proyecto de reforma.

Sigo creyendo, sin embargo, que Luis Abinader no se rinde, que encontrará la quietud y que, a pesar de su personalidad ansiosa, se tomará el tiempo para repensar su posición.  Cuando se decida, entonces debe planificar un proceso consultivo que pueda armar una propuesta antes de su remisión al Congreso, que fue lo que faltó en la fallida iniciativa. De ahí que con sana intención le pido al presidente que retome la reforma, para lo cual le propongo el siguiente procedimiento.

Lo primero es reconocer que si este proceso consultivo se instala en instancias cerradas se corre el riesgo de que solo se negocie entre sectores con representación, por eso el debate no debe ser tan abierto que lo haga inabordable ni tan privado que lo convierta en un trato de aposento. Abogo, entonces, por un foro más concentrado, pero semiabierto, como el Consejo Económico y Social.

Propongo que el proyecto retirado se deseche y que solo se tenga como documento referencial, de manera que no se use como matriz para basar las deliberaciones. Antes, deben elaborarse los ejes que le darán perspectivas a la nueva propuesta. Sugiero algunos: a) responsabilidad fiscal del Estado (como aspecto que debe incluirse dentro de esta ley y no como disposición aparte); b) normas y mecanismos para el control del gasto público; c) áreas y programas de gastos e inversiones de los ingresos derivados de la reforma; d) reforma a la base impositiva vigente (tasas, equidad y simplificación); e) medidas para eficientizar la fiscalización y reducir la evasión; f) tratamiento a las distorsiones y a los incentivos. Podrán fundirse algunos, agregarse otros o replantearse la temática; la idea es darle fisonomía de reforma más fiscal que tributaria.

Este proceso no debe precipitarse ni forzar su conclusión para someterse al trámite legislativo en fechas emblemáticas como es costumbre en este Gobierno (27 de febrero, 16 de agosto). Los plazos festinan los propósitos. La reforma estará lista cuando termine. Debe agotar el tiempo razonable sin los apremios formales.

El Estado debe presentar una oferta para cada tópico que solo sirva como cuadro de discusión. El Consejo Económico y Social cuelga en su web estas propuestas y otorga un plazo de diez días calendario para recibir opiniones escritas de todo el que quiera, que serán igualmente publicadas.

Las propuestas temáticas —por tópicos— saldrán cada quince días calendario con el consecuente plazo de diez días para recibir y publicar las reacciones. Una comisión técnica del Consejo Económico y Social resumirá las opiniones y las ordenará por tópicos. Terminado este proceso, se construye la matriz de discusión que será publicada en la web.

Se dispondrá de tres días seguidos para abrir un foro donde se justifiquen de forma oral las distintas posiciones, dándole preferencia a las asociaciones y a las personas jurídicas. Las exposiciones no podrán ser de más de cinco minutos.

Cerrados los debates, el Ministerio de Hacienda y los ministerios concernidos elaborarán los proyectos por tópicos, que serán coherentemente integrados en una sola pieza normativa.  Antes de su sometimiento al Congreso, la propuesta final será publicada en la web del Ministerio de Hacienda y de los ministerios involucrados. Ya en las cámaras legislativas, se abrirán las vistas públicas siguiendo los procedimientos reglamentarios de rigor.

Como se ve, la experiencia no trastorna la agenda del presidente, quien solo tendrá dos intervenciones: en la sesión inaugural y en la presentación del proyecto consensuado. El Estado brindará los espacios, la logística y la gestión del proceso consultivo. La propuesta saldrá del diálogo.  Hacer el esfuerzo es mejor que no hacer nada. Escúchenos, presidente.

TEMAS -

Abogado, ensayista, académico, editor.