A tantos años de Abril
Sucedió lo inaudito. El gobierno que había hecho renacer las esperanzas de construir una mejor nación, el de Juan Bosch, un malhadado día, el 24 de septiembre de 1963, cayó derrocado porque sí, sin dar tiempo tan siquiera de examinar el por qué no
Acaba de pasar abril. Hace ya 58 años de aquel estallido que en 1965 sorprendió a todos. Hubo motivos sobrados que dieron fuerza al canto, a la esperanza.
El tiranicidio de mayo de 1961 no pudo llevar a cabo la fase de la toma del poder. Las estructuras grotescas y cavernarias del autoritarismo quedaron casi intactas y en ellas se refugiaron las fuerzas represivas y antidemocráticas que prolongaron la impunidad por decenios. No hubo justicia aleccionadora. Todavía se está en el intento de instaurarla.
Sucedió lo inaudito. El gobierno que había hecho renacer las esperanzas de construir una mejor nación, el de Juan Bosch, un malhadado día, el 24 de septiembre de 1963, cayó derrocado porque sí, sin dar tiempo tan siquiera de examinar el por qué no.
Luego vino la caída de un símbolo. En diciembre de 1963 Manuel Aurelio Tavares Justo, el ídolo de la juventud, quizá el de mayor carisma, cayó abatido por ráfagas aleves en las enhiestas cimas de Las Manaclas, junto a varios de sus compañeros. Se produjo la consternación, el descreimiento, la desazón. ¿Por qué?, ¡carajo!, ¿por qué? Asesinados a sangre fría, desarmados, portando banderas blancas de rendición.
El pueblo fue preñándose de ira, convertida en caldera sin salida, en olla de presión cerrada con hermetismo. Ocurrió lo inevitable. En ese abril el pueblo se agigantó en su reclamo, en el ejercicio de sus derechos, en la determinación de ejercer su soberanía, sin tutela alguna.
No viví en este suelo los heroicos y a la vez trágicos episodios de la Revolución de Abril de 1965. Comenzaba mi carrera universitaria en Madrid y allí me sorprendieron los hechos.
Pero sí tuve la dicha de conocer en los meses previos, en Barajas, en la residencia diplomática dominicana, al coronel Rafael Fernández Domínguez, agregado militar en la embajada en España, hombre pulcro, pundonoroso, decente, y a su esposa Arlette e hijos. Fernández Domínguez fue el inspirador y líder del movimiento de Abril.
Yo no tenía edad ni entidad ni medios para clamar en un ambiente de tanta consternación, ni para manifestar en caja de resonancia la indignación y dolor que nos producía la patria ocupada por el invasor. Mi padre Antonio García Vásquez, desde su puesto de embajador dominicano en Argentina en ese momento, proclamó: “Los yanquis ofendieron la dignidad de mi pueblo”. Y ese sentimiento lo llevamos todos internalizado en lo profundo de nuestro ser.
Para mí la revolución de Abril fue la etapa inconclusa del tiranicidio. El momento en que el pueblo en armas intentó forjar por sí mismo, sin tutelas extrañas, su propio destino. El punto supremo de elevación de su carácter como nación. Todos vibramos unidos en rechazo a la intervención armada indecorosa, innecesaria, torpe.
Con esas vibraciones en mi mente, asistí con devoción el pasado viernes, 28 de abril, a la presentación en el Archivo General de la Nación del panel El frente Cultural de Abril, auspiciado por el AGN y su Patronato.
Quienes allí estuvieron se deleitaron, nos deleitamos, al escuchar a Elsa Núñez, nuestra aclamada pintora, narrar cómo vivió aquella hermosa experiencia siendo apenas una adolescente, pintando murales y pasacalles, manteniendo el fervor de la causa patriótica.
O la exhaustiva descripción del formidable conversador que es José del Castillo, quien desmenuzó la epopeya desde sus costuras internas.
O el aliento poético del actor César Olmos, con quien habría de establecer amistad en Madrid con posterioridad a la revolución.
Hay personalidades especiales. He descubierto en la profesora Carmen Durán a una de ellas. Desde su espacio como miembro de la directiva del Patronato del Archivo General de la Nación le pedí que nos ayudara a diseñar un programa cultural de actividades. Y a fe de que su fervor mueve montañas.
Ella se encargó de coordinar una presentación musical alusiva al Frente Cultural de Abril. Con esa finalidad acudió a la laureada profesora Gladys Pérez para pedirle que se encargara de identificar al grupo de intérpretes y escoger los temas.
Rosalía Sosa, vicerrectora de la UASD, facilitó los medios y envió varios representantes del canto lírico, Gienmer Pérez, Otilio Castro, Modesto Acosta, Eduardo Mejía, Elianny Rivas, Paloma Núñez, Martha Núñez, y Arelis Cohn, junto al pianista Porfirio Mateo.
La presentación tuvo lugar el pasado miércoles, 3 de mayo. El auditorio la disfrutó a plenitud. A mí me hizo rememorar aquellos años lejanos en que desde la lejanía escuchaba el eco de la heroicidad de nuestro pueblo, de su determinación de ser libre, sin ataduras.