Crisis de los Misiles: cuando la negociación evitó la III Guerra Mundial
La también llamada Crisis de Octubre de 1962 fue el momento más difícil de la Guerra Fría
Para el mes de octubre de 1962 la antigua Unión Soviética (URSS) había instalado de manera secreta una fuerza militar en Cuba que incluía 42 misiles con ojivas nucleares con capacidad explosiva cien veces mayor a la bomba de Hiroshima y con rangos de alcance entre 2,000 y 3,000 kilómetros, capaces de aniquilar en pocos minutos ciudades enteras en EE. UU.
Tras descubrir la amenaza, el presidente John F. Kennedy anuncia por televisión el 22 de octubre un bloqueo naval a la isla. Si los buques soviéticos trataban de evadirlo, la guerra entre las dos potencias nucleares – EE. UU. y la URSS – era inminente.
La también llamada Crisis de Octubre de 1962 fue el momento más difícil de la Guerra Fría. Cuba reclamaba que necesitaba defenderse de la amenaza del país más poderoso del mundo y la URSS, entonces bajo el liderazgo de Nikita Jrushchov, fue audaz en proporcionar la ayuda; mientras EE. UU., bajo el liderazgo de John F. Kennedy, también lo fue en contenerla.
Ambos – Kennedy y Jrushchov – fueron estratégicos para entenderse y evitar lo peor.
Los misiles de EE. UU. instalados en Turquía e Italia fueron claves para solucionar el conflicto. El acuerdo al que llegaron Washington y Moscú fue desmantelar los contingentes militares a ambos lados del Atlántico – Cuba a cambio de Turquía e Italia – logrando poner fin a la crisis que puso al mundo al borde de la guerra nuclear.
Sin embargo, el acuerdo se mantuvo en secreto hasta 1989. La versión “oficial” que se ofreció a la prensa fue que EE. UU. se había impuesto a la voluntad soviética. La fuerza – y no la negociación – había ganado.
Todo lo contrario, fue la negociación, la que trajo la solución.
Los documentos desclasificados en 1989 sitúan el 27 de octubre de 1962 como el día clave para desescalar el conflicto. Kennedy recibió un telegrama de Nikita Jrushchov el 26 de octubre en tono conciliador y el sábado 27, otro telegrama en tono desafiante. Kennedy se da cuenta que Jrushchov estaba lidiando – negociando – internamente con sus propios halcones (segunda dimensión de toda negociación: tú y tus pares). Es cuando decide ignorar el telegrama del 27 y responder el del 26, evitando hacer la peor interpretación de las intenciones de su adversario.
Ese día, el Procurador General de EE. UU., Robert Kennedy – hermano del presidente John Kennedy – y el embajador soviético ante las Naciones Unidas, Anatoli Dobrynin, abrieron un canal extraoficial de negociación (back channel negotiation).
El historiador Philip Nash explica, “por un lado estaba el pacto público, por el que los soviéticos se comprometían a sacar los misiles y los americanos a no invadir nunca Cuba”. Por otro lado, EE. UU. también acordó retirar los misiles Júpiter instalados en Turquía e Italia con una condición: que esta parte del acuerdo se mantuviera en secreto.
El secreto es la clave, insistió Robert Kennedy: Si los rusos lo hacían público, se terminaba el acuerdo.
“Hasta 1989 no supimos al 100% que existía ese pacto. Se sospechaba y sobre todo los contrincantes de Kennedy se lo olieron desde 1963, pero no teníamos prueba”, afirma Nash. De hecho, muy pocos dentro de la propia administración Kennedy sabían del mismo. Ni sus asesores, ni el vicepresidente Lyndon B. Johnson fueron informados.
Las negociaciones internas de Kennedy con sus propios halcones también fueron muy difíciles. Muchos de ellos, de línea dura, se oponían a un acuerdo sobre los misiles Júpiter. “Para ellos, EE. UU. tenía completa superioridad y, si los soviéticos no se echaban atrás, se iniciaría una guerra que podrían ganar en forma abrumadora”, relata.
“En el fondo Kennedy y Jrushchov estaban tan interesados en evitar la Tercera Guerra Mundial”, arguye Nash, “que ambos traicionaron a sus aliados”. Ni Cuba, ni Turquía ni Italia fueron consultados. Era evidente que ambos entendían, que sus aliados serían un obstáculo para el acuerdo.
Ahora bien, para Scott Sagan: “Jrushchov ya había tomado la decisión de retirar los misiles de Cuba. Esto – sacar los misiles de Turquía e Italia – lo hizo más fácil.”
Algo es seguro, las consecuencias no fueron las mismas para ambas partes.
Según Nash, Nikita Jrushchov no pudo sacar rédito político del acuerdo secreto porque, entre otras cosas, era secuencial – los soviéticos tenían que retirar los misiles de forma inmediata de Cuba, pero EE. UU. tenía varios meses para retirar los misiles Júpiter de Turquía –. Además, John Kennedy le supo sacar provecho en términos políticos y comunicacional.
Lamentablemente “la opinión mayoritaria en EE.UU. es que Kennedy ganó el pulso y Jrushchov se echó atrás porque no conocen las concesiones secretas que se hicieron”, explica Nash. Dejando un mensaje peligroso, para muchos incautos, “la visión que ha quedado es que, cuando hay un problema la solución es ser duro – inflexible –. La negociación se considera un fracaso. Eso está imbuido en el carácter estadounidense y nos hace muy peligrosos como superpotencia”.
Sin embargo, a partir de esta crisis se estableció una línea telefónica directa – el mítico teléfono rojo – entre Washington y Moscú.
“En el fondo Kennedy y Jrushchov estaban tan interesados en evitar la Tercera Guerra Mundial”, arguye Nash, “que ambos traicionaron a sus aliados”. Ni Cuba, ni Turquía ni Italia fueron consultados. Era evidente que ambos entendían, que sus aliados serian un obstáculo para el acuerdo.