Dos tenazas: “Dao” y remesas
Bajo el manto de ilusiones de promoción del bien social se distribuyen miles y miles de millones de pesos
El mundo, situado todavía en el umbral de superación de la pandemia, acaba de entrar en una deriva peligrosa con el desarrollo de la guerra entre Rusia y Ucrania. En los mercados de productos, valores y financiero, aumentan las tensiones. La inflación se agrava. Se redoblan los empeños para asegurar el funcionamiento de la economía, evitar la estanflación y reencauzar el crecimiento.
Es misterioso, casi trágico. Nunca falta una espina lacerante, paralizante, que se clava en la columna dorsal de la nación en el momento propicio a las transformaciones necesarias.
¡Oh imponderables, inoportunos, fatales! Inducen a aparcar las soluciones a los problemas estructurales en contraposición a la necesidad imperiosa, al apremio sin excusas, de hacer frente a lo relevante sin parada ni descanso. ¿Es, acaso, un falso dilema, que requiere ser desinflado?
La comunidad tiene el derecho a exigir que las circunstancias no impidan, sino más bien obliguen, con mayor determinación, a retomar la materialización de las soluciones a los problemas básicos.
Entre esos problemas se encuentra una enfermedad de larga data, que ha llevado a una parte de la población a acostumbrarse a la vida parasitaria, mientras la otra lucha a brazo partido por superarse y mejorar sus condiciones de existencia.
La enfermedad tiene su origen en la manera en que se ha ejercido el quehacer político. Forma parte de la subcultura del ajetreo populista. Y sus efectos se manifiestan en forma de dos tenazas que se retroalimentan a sí mismas: el “dao” público y las remesas.
El “dao” público ha proliferado bajo el discurso y la excusa de que forma parte de la política de subsidios sociales encaminada a aliviar las condiciones de pobreza, aunque en realidad contiene fuertes motivaciones clientelares.
Bajo el manto de ilusiones de promoción del bien social se distribuyen miles y miles de millones de pesos, a los cuales se agregan los cuantiosos recursos que se pierden en el laberinto de la corrupción. El resultado es un Estado exhausto que no encuentra formas de atender lo importante, es decir, de fomentar condiciones de vida decentes bajo la égida del esfuerzo propio y de la ética del trabajo.
Por su parte, las remesas actúan a modo de maná caído del cielo. Son consecuencia de políticas públicas cuyo resultado invita a la emigración de dominicanos y a la inmigración irregular de haitianos, ajustes que hacen las veces de colchón de alivio del aparato productivo por la falta de competitividad y por el castigo a que se somete a la producción nacional, entre otras cosas debido al mantenimiento de un mercado laboral de escasa flexibilidad, con empresas situadas en estado latente de quiebra por la imposibilidad de cubrir los pasivos laborales acumulados.
Lo anterior se agrava por la tendencia histórica de sobrevaluación de la moneda que estimula y llena de bonanza al exportador extranjero, fortalece al importador dominicano y castra el potencial de desarrollo de la producción nacional. Es el precio de la estabilidad, aducen, necesaria, imprescindible, solo que para lograrla no hay por qué socavar los cimientos de la cohesión social.
De esa manera se ha configurado una sociedad donde vivir es caro, competir resulta cuesta arriba, salvo que se disponga de las ventajas fiscales reservadas para algunas actividades, y vivir reclama la protección de enclaves aislados de seguridad. En ese marco social diluyente los estímulos se dirigen a conseguir lo fácil, el “dao” y la remesa, en vez de fomentar la búsqueda de emprendimientos que eleven el nivel económico de la familia dominicana.
En tales condiciones no sorprende que el mercado laboral tienda a la informalidad. Es la manera que las fuerzas sociales han encontrado de escapar a las restricciones impuestas a la competitividad por las políticas públicas. Lo hacen por vía de la contratación de mano de obra indocumentada, sin derecho a prestaciones laborales. No es solo que el inmigrante indocumentado necesita, quiere venir y llega por su cuenta sin pedir permiso a nadie, sino que también es atraído por nuestras políticas internas.
Ambos (“dao” y remesas) tienden a crear una clase dominicana parasitaria alejada de la ética del trabajo.
Hay subsidios (“dao”) para todo, explícitos, aunque otros no lo son, pero tienen el mismo efecto sobre las arcas públicas. Entre remesas y “dao” inundan los campos, suburbios y barrios y los convierten en enormes estadios del juego de dominó, al tiempo que el latido productivo aminora su marcha.
Es hora de privilegiar el trabajo honrado, formal, la producción. Y de ampliar la protección social institucional.