La agonía de la pandemia
Son ya dos años de asimilación de una nueva cultura, de las restricciones, el miedo y ausencia de libertad en materia sanitaria
Dos personajes inician la siguiente conversación:
— Hola culebrón, ¿qué traes de nuevo? Sé que nada escapa a tu radar de gran angular y a tu ilimitada y a veces insana curiosidad. — dice Abimbao.
Su viejo y controversial amigo, Cucharita, le responde:
— Espero con avidez el discurso del presidente del 27 de febrero. Habrá muchos temas de qué hablar, disentir y acordar.
— Y antes del discurso, ¿de seguro que estás al tanto de la comidilla nacional, verdad que sí? Dime, ¿te parece correcto eliminar las restricciones vinculadas a la pandemia del covid, decretada, perdón, anunciada por las autoridades? — pregunta Abimbao.
Y recibe esta respuesta:
- Pues estoy de acuerdo y respaldo la medida. Hay una falta de coherencia: para muchos la mascarilla solo es necesaria en las actividades que no les resultan placenteras. Pero no lo es, por ejemplo, para hacer el amor de ocasión con amistades nuevas y desconocidas, beber en los bares y tenderetes, comer en restaurantes y fondas, asistir a bodas, conciertos y entierros, estar en el estadio en el juego de béisbol o de fútbol.
— Es verdad lo que dices, Cucharita.
— Así es, Abimbao. Luce evidente que hay mucha gente anclada en el miedo. Suelen olvidar que no solo el COVID-19 sigue activo. También lo están la influenza, el dengue, el paludismo, la viruela, la culebrilla, la lepra, el sida, la hepatitis, el mal de amores. A pesar de eso no optan por encerrarse para evitarlos. Aprendieron que el mundo nunca ha dejado de ser riesgoso. Ahora, afectados por dos años de semiencierro han olvidado que la libertad hizo fuerte a la especie y que el proceso natural de prueba y error, junto a la providencia, aguzaron su inteligencia para superarlos.
— El asunto es peliagudo, delicado y controversial. Las opiniones lucen divididas, al igual que las pasiones. La dificultad estriba en conocer a ciencia cierta si la pandemia terminó o no lo ha hecho. Y, sobre todo, en bajar el umbral de miedo de los mayores y más vulnerables — insiste Abimbao.
Cucharita le responde:
— La historia y la literatura pueden ayudar a entender lo que pasa. El fin de la peste bubónica ocurrió cuando los hospitales se vaciaron de pacientes y los ratones volvieron a asomarse a la superficie. Ese fue el indicador por excelencia. Y, si no, pregúntale a Camus. De igual manera, el fin de esta pandemia se observa en la caída de la tasa de contagio, de la demanda hospitalaria, en la baja letalidad y elevada inmunización colectiva. Esto último ha tenido lugar tanto por efecto de las vacunas como del contagio masivo, gracias al Ómicron. Ambos a dos.
— ¡Ah sí! Lucen ser argumentos irrebatibles. Pero hace falta algo más contundente. ¿Existe algún indicador numérico que mida el nivel de riesgo? — Abimbao, te mencioné los principales, sin proporcionarte cifras, pero si quieres un número concreto te diré que en Europa están llegando al consenso de que el nivel de riesgo debe de tenerse como muy bajo o inexistente cuando la incidencia acumulada del contagio está por debajo de 50 por cada 100,000 habitantes.
— Es un número lo que pido — exclama Abimbao y Cucharita le dice:
— Escucha, piensa, analiza y no te distraigas: aquí en la República Dominicana la incidencia acumulada está en apenas 3. Y si agregaras los casos que no se reportan, entonces subiría, pero quedaría muy por debajo del umbral de 50. Por tanto, hay que pasar página, aliviar la salud emocional y enfocarse en nuevos retos. No debemos convertir lo excepcional en normal. Urge evitar que la economía, el empleo, los ingresos se contagien y se desplomen. La pandemia económica podría tornarse en algo muchísimo peor y terrorífico que la sanitaria, sobretodo si se le une la catástrofe de confrontación cuyos vientos bélicos resuenan con insistencia maléfica.
— Me sorprende tu perspicacia. Aún así, siento que falta algo, como si alguna pieza estuviera fuera de sitio. No estoy tranquilo. Sigue produciéndose un sentimiento de inseguridad que domina el ambiente. Lo demuestra el hecho de que mucha gente se resiste a abandonar el uso de la mascarilla — dice Abimbao.
Y recibe esta respuesta de Cucharita: — Es natural. Son ya dos años de asimilación de una nueva cultura, de las restricciones, el miedo y ausencia de libertad en materia sanitaria. Eso sí, las autoridades deben poner más énfasis en la continuación de la campaña de vacunación y de refuerzo de dosis. Vacunarse o no vacunarse hace la diferencia.