Si no fuera americano
El misterio detrás de la desaparición de Sudiksha Konanki
No dudo de la versión que ofreció Joshua Riibe sobre la desaparición de Sudiksha Konanki la madrugada del pasado seis de marzo en la playa del Hotel Riu en la zona este del país. Quienes estamos familiarizados con la cultura fiestera de las universidades estadounidenses en las vacaciones de primavera, conocemos los excesos que se permiten y los riesgos en que incurren dentro de un alocado desenfreno.
Todo indica que la estudiante se ahogó, que ese joven trató de rescatarla pero no pudo, y ya sea por miedo, negligencia o simplemente porque sus condiciones físicas y los efectos del alcohol se lo impidieron, no dio parte al personal del hotel sobre el incidente. Tampoco es descabellado que no recuerde el episodio completo o que incluso retenga en su memoria una situación diferente a lo que realmente aconteció. Es habitual en una persona alcoholizada, más si padece de un evento traumático como luchar por su vida contra las olas del mar.
Pero la realidad es que Sudiksha no aparece, y si se ahogó su cuerpo no ha sido recuperado; y Joshua fue la última persona en verla con vida, lo que le convierte en un testigo clave, que por demás se ha mostrado inconsistente y esquivo en sus declaraciones.
Y a pesar de que se trata de un caso muy mediático, tanto nacional como internacionalmente, como las autoridades no tienen nada concreto contra el joven para hacerle una imputación, lo han mantenido en el hotel y retenido su pasaporte hasta tanto concluyan las indagatorias. Es decir que han respetado el debido proceso, y que bueno.
Ahora vamos a suponer que el joven se llama José, y su pasaporte en lugar de un águila tuviera el escudo dominicano. En ese caso las autoridades, y particularmente el Ministerio Público, habrían procedido de forma sustancialmente diferente.
En lugar de tomar carretera para interrogarlo lo habrían traído esposado después de allanarle, preferiblemente a altas horas de la noche o de madrugada. Desde el primer día lo habrían sometido a intensos y casi tortuosos interrogatorios, cargados de estrés mental y amenazas veladas para él y su entorno. Y no estaría hospedado en un lujoso resort en Punta Cana, si no que habría pasado días de calor matando mosquitos en la carcelita del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva.
Y con tanto invento en medios de comunicación y redes sociales, con tanta gente lucubrando y especulando, y con la embajada americana preguntando y presionando, a estas alturas ya un juez estaría conociendo una solicitud de dieciocho meses de medidas de coerción, muy probablemente sustentadas en colaboraciones de personas, que para evitarse problemas habrían firmado lo que los fiscales les pusieran en frente.
Ese trato habría recibido cualquier, no sólo un pobre "hijo de machepa" como el populismo mediático pregona. A un joven de clase media o alta, hijo de alguien con recursos o influencia, igual le iba peor. Porque es para el dominicano que el "estado de derecho" resulta un espejismo cuando enfrente tiene fiscales o jueces parcializados o presionados.
Pero dentro del drama y la tragedia, Joshua tiene la suerte de que es ciudadano de los Estados Unidos de America. Y por mucho que guste el resplandor de las estrellas, como dice el dominicano, "puerco no se rasca en jabilla".