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Sobre el éxito y el trabajo

Cuando la culpa es femenina y la corresponsabilidad, invisible

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Sobre el éxito y el trabajo
Entre la desigualdad laboral y el clasismo cotidiano. (SHUTTERSTOCK)

La opinión del pastor sobre las mujeres exitosas y el desastre hogareño no obedece a sus ochenta años. Podría ser adolescente y pensaría igual. Parafraseando a James Carville, estratega de la campaña de Bill Clinton en 1992: «¡Es la religión, estúpido».

Suena bien. Mas culpar solo a la religión o a la interpretación literal de un texto milenario es cómodo, pero reduccionista. El sustrato que alimenta la opinión pastoral es el orden patriarcal. Ese cuya ideología propugna la inferioridad de las mujeres como un hecho biológico. Ideología que ha mutado sus estrategias por la presión de las luchas feministas pero continúa tercamente aferrado a sus presupuestos y mitos con los que busca persuadir de sus «razones».

La discusión pública provocada por el pastor lo demuestra. Muchos de quienes pretendieron refutarlo lo hicieron desde la contradicción: defensa del derecho de la mujer al trabajo pero no de la corresponsabilidad masculina en el cuidado de los hijos y las tareas domésticas.

Lo peor es que tirios y troyanos opinaron desde un clasismo lamentable. Mujeres que en el país alcanzan el éxito son apenas un puñado comparadas con el universo de las que están fuera del mercado laboral (no porque quieren, sino porque no consiguen empleo) o se concentran en los sectores de baja productividad (el 83% frente al 61% de los hombres, según datos de 2019).

Por otra parte, que mujeres clase media desean quedarse en casa no es referencia que mejore debate alguno. Las que en el país lo logran es, principalmente, porque pertenecen a hogares con ingresos que les permiten emplear a una esclava pobre que, uniformada, las acompaña al súper y empuja el carrito, y cuida de los hijos y limpia la casa cuando están en el gym o en cualquier otra actividad social.

No discutiremos que existe un porcentaje importante de mujeres que desearía no trabajar o tener empleos parciales para cuidar de sus hijos, por ejemplo. ¿Elección voluntaria? Afirmarlo obvia las complejidades de la vida femenina; una de ellas, la asechanza de la culpa. El género ha impreso en la conciencia de las mujeres que «descuidar» los hijos es antinatural y casi delictivo. De ahí el desasosiego por dejarlos en manos ajenas. Se sienten malas madres y malas personas. Los hombres no lo experimentan porque no se dan por concernidos.

Una encuesta aplicada en 142 países por Gallup para la OIT en 2016 (un poco vieja, ya lo sé) arrojó que el 70 % de las mujeres prefiere un trabajo remunerado; en los hogares donde no es aceptable que las mujeres se empleen, el 36 % de ellas desea salir a trabajar; están excluidas contra su voluntad.

Linda Scott, economista de Harvard, dice en su libro La economía Doble X que «un 75 % de las madres que se quedan en casa y además son trabajadoras a tiempo parcial en los países ricos afirman preferir trabajar a tiempo completo».

El tema da para mucho.

Dato final: en las sociedades prehistóricas de cazadores y recolectores, las mujeres salían de la cueva ¡a cazar!

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.