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Sobre los restos de Cristóbal Colón (II)

La exhumación fallida de Cristóbal Colón en 1795

Después de inhumados en la Catedral de Santo Domingo los restos de Cristóbal Colón, Descubridor de América y primer virrey de las Indias, al igual que los de su hijo Diego Colón, segundo virrey y gobernador de la Española, también fueron sepultados los despojos mortales de María de Toledo, viuda de Diego, y los de su hijo Luis. (María de Toledo falleció en Santo Domingo en 1549, mientras que Luis, primer Duque de Veragua, Marqués de Jamaica y Capitán General de la Española (1542-1551), murió hacia 1572 en Orán, un pueblo costero de Argelia. Se desconoce la fecha cuando sus restos fueron trasladados a Santo Domingo.)

Durante más de un siglo las sepulturas de la familia Colón permanecieron sin identificación y sin mayores pretensiones de suntuosidad, a fin de evitar cualquier acto de profanación por parte de personas y países hostiles España. Ello explica por qué, cuando Francis Drake invadió Santo Domingo y saqueó la catedral en 1585, no fue posible que el célebre corsario ubicara el lugar exacto donde estaba la tumba de Cristóbal Colón.

Posteriormente, casi dos lustros después de la invasión de Penn y Venables en 1655, el arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco de la Cueva y Maldonado, informó por escrito al Rey de España que había procedido a reparar y ampliar el presbiterio de la Catedral, en cuyo extremo izquierdo había dos cajas de plomo con las cenizas de Cristóbal y Diego Colón. Ambas cajas mortuorias fueron retocadas y dejadas en el mismo lugar en "forma más decente".

Al cabo de poco más de un siglo tuvo lugar la Paz de Basilea en 1795, mediante la cual España cedió a Francia la parte oriental de la isla de Santo Domingo. Con motivo de tan fatídica y perjudicial decisión para el colectivo dominicano, llegó al puerto de Santo Domingo una escuadra naval procedente de La Habana, bajo el mando del Teniente General Gabriel de Aristizábal, con el fin de facilitar el proceso de traspaso a las nuevas autoridades francesas. En esa ocasión, el comandante Aristizábal consideró que era su deber, "como español y por decoro nacional", no dejar abandonadas en Santo Domingo las cenizas del Gran Almirante, por lo que solicitó autorización a las autoridades coloniales para exhumar dichos restos y trasladarlos a Cuba.

El 20 de diciembre de 1795 se llevó a cabo la exhumación de manera un tanto apresurada y sin tomar las debidas precauciones, de suerte tal que, en lugar de extraer la caja con los huesos del Cristóbal Colón, fue retirada la que contenía los restos de su hijo Diego. En ese momento, las autoridades no repararon en el hecho de que, en el extremo izquierdo del presbiterio, apenas a centímetros de distancia y separadas por una delgada pared, había otra caja de plomo, debidamente identificada, con los restos del Descubridor de América.

Así lo evidenció el acta firmada por el señor José Francisco Hidalgo, Notario Público Real y escribiente de la Real Audiencia, según la cual en "una bóveda [que] fue abierta la cual estaba en el presbiterio del lado del Evangelio" la comisión de notables que presidió la ceremonia de desenterramiento halló "pedazos de huesos de la tibia y otras varias partes de algún difunto" que fueron recogidos y colocados en un ataúd "forrado con terciopelo negro adornado con encaje de oro y orlas..."

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Historiador y ensayista. Especialista en historia dominicana.