Propósitos de nuevo año
El año 2024 cierra en un mundo marcado por conflictos, desigualdad extrema, crisis climática y migraciones forzadas
En el calendario gregoriano, el año 2024 posa su última mirada sobre el mundo. No debe ser alegre, sino atormentada. Los conflictos sociales y las guerras lo atraviesan de un polo al otro. Los crecientes desplazamientos migratorios y su correlato, la xenofobia y el racismo, desnudan una apabullante miseria material y moral. La crisis climática acusa un grado de empeoramiento que bordea el límite.
La brecha mundial entre ricos y pobres crece, no disminuye. Cuando el año se despida, 2,700 ultrarricos poseerán poco más de 14,000 billones de dólares, según un reciente reporte del banco suizo UBS. En contraposición, 3,500 millones de personas tendrán ingresos menores a los 6.85 dólares al día.
Ninguna de estas y otras realidades evitará, sin embargo, que cuando las manecillas del reloj lleguen a la medianoche nos deseemos unos a otros toda la prosperidad imaginable, esparcida como maná asocial, y subjetivamente pasemos la página del tiempo y de la vida propia, proponiéndonos un nuevo comienzo.
Es así desde la más remota antigüedad. La medición del tiempo, que ha sido diversa a través de los siglos, trajo aparejado el ritual que evoluciona la forma pero apenas la esencia. Cuatro mil años atrás, las culturas mesopotámicas inauguraron, con el festival llamado akitu, la celebración del nuevo año como momento de inflexión en la vida natural, política y humana. Siglos después, concluido en diciembre el ciclo agrícola, las saturnales romanas harán lo mismo y ofrecerán a los esclavos la oportunidad de pedir a los dioses cubrir de infortunio a los amos si no los colmaban de regalos, como mandaba la tradición festiva.
«Queremos quedamos en casa y deseamos que cuando [los ricos] salgan del baño, el esclavo que debe servirlos, deje caer la botella al suelo delante de sus narices, que el cocinero deje quemar sus guisados y arroje por descuido el pescado salado en el cocido de lentejas [...]», transcribe Klaus Bringmann al poeta Luciano en su ensayo El triunfo del emperador y las Saturnales de los esclavos en Roma.
Pero en este desear nacido de la sustitución del calendario hay algo más que tradición y mitos cabalgando sobre la existencia humana. Esta ruptura subjetiva del tiempo para construir nuevos comienzos está ligada a una percepción de la vida que se rebela contra su temporalidad y el carácter definitivo de sus aconteceres; a aceptar que lo que pasó, pasó. Si las miramos bien, todas las listas de propósitos para el nuevo año apuntan a enmendar errores o procrastinaciones, como si lo hecho o no hecho fuera objetivamente subsanable en sí mismo.
«La no resignación a la irreversibilidad por parte de los hombres es un modo de reaccionar al hecho irrevocable de la finitud de la vida, su limitación», nos dice la filósofa húngara Ágnes Heller, a cuyos subrayados y amarillentos libros regreso.
Pero es poco elegante estropear la fiesta. Como todos los años, hagamos nuestra lista de futuro y ojalá no olvidemos inscribir en ella no ser indiferentes al dolor del mundo.