Alejo Carpentier y Haití, 75 años después
Celebremos los 120 años del nacimiento de Alejo Carpentier y los 75 años de la publicación de El reino de este mundo, su emblemática novela inspirada en Haití
Alejo Carpentier fue una mezcla de culturas tan variada como extraña; poseedor de un raro mestizaje para un escritor cubano que nunca tuvo a Cuba en su sangre, aunque sí en su obra y trayectoria. Era suizo de nacimiento, hijo de padre francés y madre rusa. Vivió y estudió en Francia durante once años, entre los 24 y los 35 años, aunque hizo los estudios primarios en Cuba. Antes, entre la infancia y la adolescencia, vivió con sus padres en El Cotorro, un sector no lejos de La Habana. Vivió en México, por 14 años residió en Venezuela, iba y volvía a Cuba, y en esos interregnos de vida cubana dicen que conoció todos los barrios habaneros y Armando Hart Dávalos me dijo que siempre habló el español con acento francés y que nunca pudo hablar propiamente en cubano, más que algunos giros.
Volvió a Cuba, desde París, cuando el triunfo de la Revolución, en 1959, y le colocaron como director de la Editora Nacional. Permaneció en el cargo siete años y luego lo designaron agregado cultural en París donde murió en 1980 a los 76 años. Empero, siempre regresaba a Cuba con frecuencia.
En 1943, cuando tenía 39 años, viajo a Haití. Para entonces solo había publicado su novela "¡Écué-Yamba-O!" en 1933, cuando tenía 29 años de edad. Tenía pues diez años sin haber vuelto a publicar más que artículos en las revistas cubanas de moda, en especial "Carteles" de la que fue director. Haití lo deslumbró con sus características tan especiales, las mismas que aún las identifican: magia, violencia, explotación, traiciones políticas, descalabros institucionales, asesinato o suicidio de sus líderes. Fue allí, después de conocer aquella terrible realidad y luego de empaparse del conocimiento que le facilitaron sus contactos con historiadores, artistas, investigadores culturales y habitantes de los barrios en Cabo Haitiano, La Limonade y Puerto Príncipe, que acuñó el concepto, muy propio, de "lo real maravilloso" y que surgiría, según el propio Carpentier, con la publicación, seis años después de su periplo haitiano, de "El reino de este mundo", su segunda novela, dada a conocer dieciséis años después de su primer libro y cuando ya tenía 45 años de edad. "Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa de colectiva produjera un milagro el día de su ejecución...A cada paso hallaba lo real maravilloso", escribió en la primera edición de su novela.
Desarrollada en varias locaciones haitianas, el espacio central de la historia que narra sucede en Cabo Haitiano, por donde ambulaba el mítico MacKandal "con la cintura ceñida por un calzón rayado, cubierto de cuerdas y de nudos, lustroso de lastimaduras frescas...transformado en mosquito zumbón". Ti Noel, uno de los personajes centrales, había sido instruido "por el profundo saber de MacKandal, acostumbrado a "echar mierdas" al rey de Inglaterra, a quien consideraba "poca cosa", igual que al rey de Francia, y también al de España "que mandaba en la otra mitad de la isla, y cuyas mujeres se enrojecían las mejillas con sangre de buey y enterraban fetos infantes en un convento cuyos sótanos estaban llenos de esqueletos rechazados por el cielo verdadero, donde no se querían muertos ignorantes de los dioses verdaderos", en referencia a la parte oriental que desde siempre ocupamos los dominicanos.
Con soberana eficacia descriptiva, Carpentier describe el Cabo Haitiano de entonces y cada lugar de su narración, con el terror de los funerales, las medicinas naturales, venenos que mataban a humanos y animales sin conocerse su procedencia, mujeres esclavas procedentes de Angola, hombres muertos que trabajaban la tierra, "mientras no tuvieran oportunidad de probar la sal", y la brujería innata, hacia cuyos dominios se encaminaba Ti Noel para conspirar contra las autoridades de turno, alejándose de la hacienda de Lenormand de Mezy, donde laboraba, surcando "el lindero del valle, hacia donde la tierra se hacía fragosa, y la falta de los montes era socavada por grutas profundas". Por esos predios vivía la anciana solitaria que era visitada por gente venida de muy lejos, donde se observaban sables colgando de las paredes, banderas encarnadas, de astas pesadas, herraduras, lazos de alambre, cucharas enmohecidas, puestas en cruz "para ahuyentar al barón Samedi, al barón Piquant, al barón La Croix y otros amos de cementerios".
Cuando la asonada se produce y la "negrada aullante" fue enfrentada por los guardias, "muy pocos vieron que MacKandal, agarrado por diez soldados, era metido en el fuego, y que una llama crecida por el pelo encendido ahogaba su último grito". Y el narrador cuenta que aquella tarde los esclavos, aquellos que pronto dejarían de serlo, regresaban a las haciendas de sus amos, riendo por todo el camino: "Mackandal había cumplido su promesa, permaneciendo en el reino de este mundo. Una vez más eran burlados los blancos por los Altos Poderes de la Otra Orilla". La tragedia se esparcía en una población llevada al suplicio y conducida por la megalomanía de falsos emperadores de bicornios emplumados, mientras Henri Christophe, originalmente un maestro cocinero que servía a señoras de la alta sociedad antes de vestir el uniforme de astillero colonial, empujaba el carro de sus truculencias para construir la mansión exuberante de Sans Soucí, la Citadelle de sus sueños y la del quebranto de los haitianos cuyos trabajos forzados provocaban la ira de los loas, los mismos que contribuyeron a iniciar la guerra bajo los signos propicios.
Mientras los señores de las haciendas abogaban por el exterminio total y absoluto de los esclavos, de negros y mulatos, de todos los que tuviesen sangre africana en las venas, fuese cuarterón, tercerón, mameluco, grifo o marabú, el vudú, practicado en el silencio y la soledad de los humildes hogares haitianos y en las prácticas salvajes de los hechiceros en las montañas, comenzaba su trayecto, al ritmo de tambores que marcaban las claves de la rebelión. "Un tambor podía significar algo más que una piel de chivo tensa sobre un tronco ahuecado". Y cuando el palacio de Sans Soucí se entregó desierto a la noche sin luna, esa noche se llenó de tambores, "los tambores radás, los tambores congós, los tambores de Bouckman, los tambores de los Grandes Pactos, los tambores todos del vodú". Henri Christophe ignoró al vodú, mientras los tambores percutían en las escalinatas de piedra de su palacio. Se encendió la noche. El emperador negro puso su arma sobre la sien abierta y cayó de bruces en su propia sangre. Ti Noel había iniciado la revuelta, mientras todas "las divinidades de la pólvora y del fuego" ayudaban a Dessalines a triunfar. "Por fin, ciertos asuntos de vivos y de muertos empezaban a tratarse en familia".
"Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres...Ti Noel era un cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo".
El autor de esta crónica hace uso de citas para construir su relato, de subrayados y anotaciones de cuando leyó esta obra en 1983, hace 41 años, a fin de impulsar el interés por la lectura o relectura de esta gran novela del Haití histórico, sin evaluar el lenguaje barroco, su fortaleza narrativa, el entronque de la música en la novela (Carpentier era un "pianista aceptable", según sus propias palabras, y tomó clases con Amadeo Roldán, el gran músico cubano), conmemorando de este modo los 120 años de nacimiento de Alejo Carpentier el próximo 26 de diciembre, y la publicación, hace 75 años, de "El reino de este mundo", escrita y publicada por su autor en Caracas, Venezuela.
- EL REINO DE ESTE MUNDO
Alejo Carpentier, Seix Barral, 1983, 145 págs. "Christophe, de súbito, se acordó de la Ciudadela La Ferriére, de su fortaleza construida allá arriba, sobre las nubes. Pero, en ese momento, la noche se llenó de tambores". Segunda novela, 1949.
- LOS PASOS PERDIDOS
Alejo Carpentier, Lectorum, 2002, 248 págs. "Entre el Yo presente y el Yo que hubiera aspirado a ser algún día se ahondaba en tinieblas el foso de los años perdidos". Prólogo de Salvador Arias. Su tercera novela, escrita como la anterior en Caracas, 1953.
- EL SIGLO DE LAS LUCES
Alejo Carpentier, Bruguera, 1980, 345 págs. "Hallándome en París conocí a un descendiente directo de Víctor Hugues y supe una asombrosa revelación: Víctor Hugues fue amado, fielmente, durante años por una hermosa cubana llamada Sofía". Su quinta novela, escrita en México, 1962.
- EL RECURSO DEL MÉTODO
Alejo Carpentier, Siglo XXI editores, 1974, 339 págs. "Hijo: la Ley de Fuga es mentira universalmente aceptada. Como la del suicidio del fugitivo, o el de que se ahorcó en su celda porque se olvidaron de quitarle los cordones de sus zapatos". Séptima novela, escrita entre París y La Habana, 1974.
- VISIÓN DE AMÉRICA
Alejo Carpentier, Editorial Verbum, 2019, 165 págs. Conjunto de textos que ofertan la visión del pensador en su recorrido por América, Tierra Firme y el Caribe, procurando establecer la conciencia y la identidad de los latinoamericanos. Con prólogo de Yuri Rodríguez.