Arturo Rodríguez y el viejo Papadakis
Entre el mar y la música, la magia de un amor dominicano
El texto fue escrito por el notable Arturo Rodríguez Fernández. Está incluido en Espectador de la Nada, un compendio de relatos que fue publicado por allá por la década de los ochentas (ésta fecha hay que verificarla). Lo importante es citar de qué iba el personaje. Papadakis (hablo de memoria y no tengo el texto en la mano) vino al país y se enamoró en la orilla del hotel Hamaca. Es bueno citar algo sobre esto: es una escena que se da mucho.
Pensamos que debe sonar Bob Marley para estar a tono con ese amigo que a bordo de una Forza Suzuki no se detenía sino en los cortes de pastelitos. La música es importante porque con ese color estaban dibujadas las cosas que ocurrieron esa mañana.
Era cierto que había que entender el asunto: Arturo deja claro que el personaje tiene temor de ser atrapado en el océano con su dominicana en la mano. Los demás bañistas pueden darse cuenta del episodio: están en el mar en el acto litúrgico del amor y llegan a creer que podrían ser descubiertos. Es lo mismo que puede pensar quien va a Portillo o a Punta Cana. Los dos saben que pueden ser espiados por los demás dominicanos.
Saberse griego le otorga cierto poderío al personaje en cuestión. Dejan de jugar al amor en la orilla y se dedican a dar un paseo. Ahora pienso que lo mismo habrán vivido esos dos Sanky Panky que conocí en la orilla del Hotel Hamaca con sus libros en la orilla (claramente tienen algo de Anne Rice y de Philip Dick). En ese lugar ocurren muchas cosas: unas mujeres se dedican a hacer trencitas a las americanas. Nótese que he dicho americanas pero de modo que se incluye a las canadienses. Muchos hombres se dedican a la tarea de vender gafas de sol que no son tan malas. Alguno regatea y se dedica a hablarle al vendedor como si fuera el último día del Universo.
Arturo es un caballo: coloca al personaje en un estado funcional. La hermana de la novia del griego se le ofrece en artes amatorias. Debemos espiar algo: esta escena nos muestra un Arturo maduro, nuestro escritor excepcional. Está claro que Arturo (que ganó un concurso con un jurado donde intervino Julio Cortázar y Roa Bastos), conoce muy bien la idiosincrasia del dominicano. El buscamelo mío intercede. Es una historia diga de ser llevada al cine, ese cine que tanto conoció en sus piruetas trashumantes.
En otro relato donde interviene Ariel Arturo se dispone a ser algo del teatro del absurdo con todo el conocimiento de orden. Los personajes entran en la habitación a esperar a una Elizabeth que no acaba de llegar y no otra cosa. El Hotel Gott (ya no el Hamaca) sirve de escenario para que se tienda la cosa. Están todos los personajes que esperan a Elizabeth. Entiendo que Arturo fue el enorme escritor que fue, no solo el cineasta.
Es interesante la última frase con la que Arturo despide el tema: dice "y acometí uno de mis más últimos actos: salir del Hotel Gott". El que habla es Ariel.
Una novela que conocí en otra parte tiene mucho de experimento. Algunos han querido dejar la estampa de que Arturo era solo cineasta cuando se sabe el portento creador de ficciones que fue.
Esa muchacha que teme ser descubierta en pleno acto defenderá a su autor. Acaso nos dice que esos libros son de autores norteamericanos que Arturo conocía a la perfección. El viejo Papadakis tiene claro que ha entrado en un territorio principalísimo. Sabe bien cualquier viajero que ahora se puede comer pescado en la orilla de la playa. ¿Está ambientado todo en la Era de Trujillo?
Lo que sí sabemos es que el texto es perdurable como otros. Y sí Ariel, toda la soledad queda en un cuarto amarillo.