El riesgo de la indiferencia
La patria como consigna, el riesgo del nacionalismo extremo
La sociedad dominicana vive tiempos poco auspiciosos. Sin tradición democrática, sus luchas sociales han sido espasmódicas y sus efectos sin raíces en tierra firme. De ahí su tolerancia con la arbitrariedad de cualquier signo. La existencia solo formal de derechos no la molesta, porque no los valora ni los asume como parte esencial de la vida ciudadana, que no es un abstracto, sino el vínculo que nos une en esto que llamamos nación.
Nuestra transición de la dictadura a la democracia, o lo que entonces y todavía ahora consideramos tal, no transitó por caminos críticos de los treinta y un años dejados atrás por el tiranicidio, ni mucho menos construyó un claro proyecto político de futuro. Hubo, eso sí, embriaguez de las palabras, explosión de las emociones. Y ahí nos quedamos.
La patria postrujillista se convirtió en consigna, y fue ese su pecado original. Carente de sustancia, ha devenido palabreja con la que juegan al ping-pong desde los descerebrados de las banderitas en los perfiles tuiteros hasta quienes pretenden situarse en un nivel más "intelectual", como los que anidan a sus anchas en instituciones que financiamos todos; verbigracia, el Instituto Duartiano.
Ahora, la "patria" ha encontrado adherentes que parecieran atípicos, pero no lo son. Visten de negro y se enmascaran. Con un lenguaje básico, pero incendiario, se arrogan el derecho a decidir qué se hace y que no en materia migratoria. Son los herederos de una tradición represiva y de una estética que en el pasado se encarnó en los llamados paleros de Balá y en la Banda Colorá, dos grupos criminales que actuaron, el primero, contra los manifestantes antitrujillistas a la caída de la dictadura; el segundo, contra los militantes de izquierda durante el gobierno de los doce años de Balaguer.
Como aquellos, los de hoy reivindican actuar en nombre de la patria, sus libertades y su esencia. Carecen de ideas, aunque les sobra odio contra quienes han elegido como enemigos: los inmigrantes haitianos y sus descendientes, el eslabón más débil en nuestra ominosa cadena de desigualdades sociales y humanas.
Si este grupo y sus auspiciadores no tuvieran la toxicidad que exhiben impunes, se los podría comparar a un espectáculo circense. El nombre con tufo añejo y la incongruencia de los símbolos nazis que algunos portan con la realidad antropológica dominicana, tientan a considerarlos meros bufones. Craso error.
Quizá nunca llegue a tener relevancia política. De momento no es predecible. Pero lo que sí está desde ya a nuestros ojos es su capacidad para generar un clima de odio exacerbado que puede conducir a la violencia extrema contra sus víctimas.
Se beneficiaría de la indiferencia de la sociedad frente al crimen (¿acaso no sucede a diario frente a las ejecuciones policiales de supuestos o reales delincuentes?), y del temor del gobierno a tomar el toro por los cuernos. Y esta sí sería una más de nuestras muchas y paralizantes desgracias.