Emprendedores del asco
La identidad dominicana está entre la negación y la sombra de Haití
Haití es la némesis de nuestra amorfa identidad. El castigo que nos devuelve a esa nada que busca afirmarse con su paradoja, la negación. No soy haitiano. No somos haitianos. Ellos allá, nosotros aquí. La biblia en el escudo. Frases hechas con la materia de la incapacidad de pensar primero lo que somos; después, lo que no queremos ser y por qué no lo queremos. Tarea ímproba, admito, porque trae aparejada la definición que se nos escapa. Es pedir demasiado para quien se conforma casi con nada.
Diez años después, la sentencia del Tribunal Constitucional que despojó de la nacionalidad a miles de dominicanos descendientes de haitianos continúa siendo una herida abierta en la más que anémica democracia dominicana. Pero no exactamente por la razón migratoria, como lo demuestran las reacciones a la protesta de un grupo de desnacionalizados frente al Palacio Nacional.
Afirma un viejo refrán que no hay peor ciego que quien no quiere ver. Y eso nos pasa con lo haitiano. Dice más de la calidad de nuestra sociedad y de sus instituciones políticas que de nuestra intención de encontrar salidas adecuadas a la inmigración irregular.
Solo hay que asomarse en estos días a las redes sociales, escuchar algunos programas radiales y televisivos, leer algunas opiniones en medios escritos en cualquier soporte. Con una suficiencia digna de mejor suerte, se lanzan afirmaciones infundadas asidas a sentimientos primarios.
Aunque lo invoquen, el derecho soberano del país a decidir y establecer políticas migratorias como un recurso, entre muchos otros, para no afectar los servicios a los nacionales, no es genuina preocupación de esos que, para utilizar una categorización elaborada por Eva Illouz, se han convertido en "emprendedores del asco".
Un asco soportado en la deshumanización que apela a la mentira sin ningún rubor. Lo vemos en los Estados Unidos con los bulos sobre la migración de cualquier nacionalidad lanzados por la extrema derecha trumpista. Lo escuchamos en Europa en voces de políticos que buscan ganar crédito y adhesiones agitando el fantasma del reemplazo poblacional y apelando al mismo vademécum que pauta el discurso de la derecha internacional.
En el país, los principales adalides del antihaitianismo, identificados con el discurso antiderechos en cualquier ámbito, no se ruborizan de hacer circular las versiones más absurdas, como la sostenida recientemente por un "pastor" sobre el propósito de "legalizar" el vudú; o como la conversión en causa de una legisladora del presunto desplazamiento de estudiantes dominicanos por haitianos.
Digamos que son estos botones la muestra de un clima en el que el asco, en el sentido planteado por Illouz, repele a la razón y desvía el foco de lo que debe ser importante y puede ser solucionado razonablemente. O aún peor, para mí: cierra el camino para una reconciliación, quizá a estas alturas imposible, con nosotros mismos.