Ganó la decencia
Sobre los debates electorales celebrados por ANJE
No me alcanza el entusiasmo para decir que con los debates electorales celebrados por ANJE, ganó la democracia. Me sobra, eso sí, para afirmar que ganó la decencia. Simulado o espontáneo, el respeto mutuo demostrado por los candidatos y candidatas marca un punto de inflexión en un ambiente político tóxico.
Si no desbordo de entusiasmo es porque creo que la democracia va más allá de las cifras, presentes o pasadas, y sobre logros que, como el agua, con frecuencia se escapan entre los dedos. Tiene que ver también, y diría que sobre todo, con derechos, con libertades, con la posibilidad de la gente de decidir de manera real sobre el rumbo del país y la sociedad. De ejercer el control efectivo sobre el poder gobernante con los mecanismos que ella misma ha creado en su defensa.
Oímos desgranar promesas a quienes fueron y son en un déjà vu que no conmueve. Y no es que las medidas presentes o por venir sean malas y no contribuyan a mejorar la calidad de vida material de la gente. Admitamos que lo logran. Si la pobreza disminuye y la economía crece, es porque las decisiones adoptadas son eficaces.
Pero esas medidas futuras y logros acumulados no bastan para hablar de democracia. En los debates entre las aspirantes vicepresidenciales y los presidenciales, se echó en falta la visión social crítica de problemas tan neurálgicos como la igualdad de las mujeres, que representan el 51 % del padrón, la inclusión y los derechos de las minorías. O al disfrute de una ciudad habitable, que levanta menos algarabía ideológica.
Respecto a las mujeres, en el debate de las aspirantes vicepresidenciales las posiciones fueron un poco menos epidérmicas, sobre todo las de la peledeísta Zoraima Cuello, única que se asomó al pozo para tratar de ver el fondo. Lo demás fue camino trillado.
En el de los aspirantes presidenciales se aludió al manoseado –tanto que ha perdido entidad– empoderamiento femenino, haciéndolo depender de la creación de empleo o de una política de cuidados, que realizarán otras mujeres, para liberar tiempo para el trabajo y el estudio. Todos los partidos representados, sin embargo, incumplieron la cuota femenina o la trucaron alterando la alternancia. Excluidas del poder político decisorio, en sus voces el empoderamiento se convierte en eslogan.
En una sociedad donde hablar de derechos se limita a la remisión a textos legales y no a prácticas sociales que los aseguren e induzcan su expansión, resulta cuesta arriba darnos por satisfechos con la democracia, o dar por sentado que un debate le da ganancia.
Muchos otros temas de derechos se quedaron en el tintero aunque pudieron ser tocados. Aun con diferencias observables de matices, la visión compartida de la sociedad deja mucho que desear. Ya lo dijo el evangelista Mateo: «No solo de pan vive el hombre».
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