Crónicas Habaneras
La transformación de La Habana a través de los años
Alejo Carpentier/La Habana, una sola ecuación vital testimonial que nos atrapa como lectores de múltiples textos en los cuales la urbe habanera reverbera nostálgica o figura presente, muestra su movida castiza y mulata, su porte elegante y coqueto. Quizá presentida siempre en el hondón de este artista trotamundos nacido en 1904 en Lausana, Suiza, de padre arquitecto francés y madre de origen ruso profesora de idiomas. Crecido en la ciudad de las arcadas protectoras y amables de la Isla Fascinante, como le llamara nuestro Bosch encandilado por la hermosura de Carmen. También atrapado por el encanto sincrético de la gran metrópolis antillana que le brindó cobijo y compañera de vida.
En Santiago de Chile, en pleno fragor del boom de la narrativa latinoamericana impulsada desde Bs Aires, Cd México y Barcelona –sus ejes editoriales- disfruté su Ecué-Yamba-Ó, El reino de este mundo, El siglo de las luces, Los pasos perdidos. Ya en Santo Domingo, aprecié su ensayo La música en Cuba, y otros títulos como Concierto barroco, El recurso del método, Consagración de la primavera y El arpa y la sombra. Así el coleccionable La ciudad de las columnas, libro precioso cuyas páginas despliegan el fervor del investigador urbano y la estética del arquitecto escondido.
Este artífice de "lo real maravilloso" que nutre nuestras culturas mezcladas, residente largas temporadas en París y Caracas con retornos cíclicos a La Habana de sus sueños, ejerció desde joven el periodismo como medio de vida, colaborando en diarios y revistas de Cuba y Europa. En mi primera visita a la FILSD 2023, ahora ventajosamente climatizada y organizada, encontré Crónicas Habaneras, un volumen editado en 2018 por la Oficina del Historiador y Ediciones Boloña, que compila columnas de Carpentier publicadas desde 1922, cuando apenas contaba 18 años.
Para deleite de los lectores he seleccionado pasajes de una serie publicada en octubre de 1939 por la revista Carteles –que leía desde niño y cuya colección empastada me obsequiara en los 70 el fraterno sancarleño Tony Caram-, titulada "La Habana vista por un turista cubano", escrita tras una década de residencia en París.
"Cuando marché a Europa, hace once años, La Habana era todavía una ciudad provinciana, o sea: de espíritu eminentemente provinciano." Para Carpentier este carácter se puede identificar mediante los siguientes rasgos distintivos: "la ciudad cuyos habitantes llevan, por el imperativo de prejuicios ambientes, una vida idéntica a la del vecino; aquella en que ciertas manifestaciones de una actividad colectiva se repiten cada día, a la misma hora, con desesperante monotonía; aquella en que una persona honesta no se atreve a realizar ciertos actos perfectamente morales y lícitos, para no contrariar tradiciones sin fundamento lógico...
"En aquellos tiempos, nuestra máxima manifestación de espíritu provinciano era aquel inacabable, monótono y giratorio paseo en automóvil por Prado y Malecón, que cobraba cada día categoría de actividad trascendental. Manifestaciones de provincialismo, el hecho de que fuese preferible ir al cine los días de moda; el hecho de que una persona decente no pudiese comer en fonda de chinos. La importancia concedida a la llegada anual del circo Pubillones, las tertulias de hombres en la barbería de Donato Milanés, el terror a las corbatas y las camisas de color, la imposibilidad para una mujer de concurrir a ciertos cafés, las aglomeraciones de pepillos en la Esquina del Pecado, el miedo de usar cualquier prenda de vestir susceptible de provocar el choteo ajeno, la subestimación de lo criollo –en cocina o música-, el prurito de ocultar ciertas auténticas manifestaciones de nuestro folklore a los extranjeros..., todo ello constituía otras tantas manifestaciones de provincialismo habanero.
"—Anoche te vi pescando con un tipo rarísimo... -me decía irónicamente, por aquellos años benditos, una muchacha deformada espiritualmente por cien prejuicios ambientes. El tipo rarísimo (porque era rubio, ligeramente melenudo y usaba jacket) era Arthur Rubinstein. –Parecía un zacatecas –añadió mi interlocutora.
"Reflejo de aquella mentalidad fue la visita de aquel criollo ingenuo que vino a preguntarme un día, en París, cuáles eran los días de moda en los bulevares.
"La más grata sorpresa que ha recibido el turista cubano que firma esta crónica, es la de observar que todas las manifestaciones de aquel espíritu provinciano habanero han desaparecido de nuestras costumbres. Y, sobre todo, el paseo cotidiano Prado arriba y Prado abajo, que rebajaba los automóviles a la categoría de carrozas de tiovivo. Por eso tiene La Habana de hoy atmósfera y palpitación de gran capital moderna.
"La Habana es la ciudad del mundo donde mejor se sabe beber –me decía hace algunos meses, el novelista francés André Demaison. Y no se refería a bebidas alcohólicas, sino a la prodigiosa gama de los refrescos criollos que lo habían dejado absolutamente maravillado, induciéndolo a estudiarlos desde el punto de vista químico.
"Y se explica, porque el europeo es el hombre que menos imaginación ha demostrado, desde hace siglos, en la invención de bebidas refrescantes o alcohólicas. En plena época romántica, Teófilo Gautier, en su Voyage en Espagne, increpa a los propietarios de cafés de París por su escasa imaginación creadora. Sorprendido gratamente por el descubrimiento de horchatas y limonadas granizadas, observa, que el refresco es cosa desconocida en el Viejo Continente, fuera de las tierras ibéricas.
"En días de calor resulta casi imposible tomar un jugo de fruta en Europa. Solo existen tres o cuatro refrescos de botella, bastante mediocres, y el clásico citrón pressé. En todo París solo existen tres o cuatro establecimientos especializados donde puede tomarse jugo de frutas. Y en cuanto a batidos de leche y chocolate, estos solo hicieron aparición en Lutecia hace unos cinco meses.
"La apreciación de Demaison hubiera podido hacerse extensiva a los cocktails, ya que los barmen cubanos son, a mi juicio, los primeros del mundo. La pobreza de los cocktails en Europa, es más explicable que la penuria en jugos de frutas y refrescos por el hecho de que el hombre del Viejo Continente prefiere saborear licores caracterizados al estado puro: el aterciopelado coñac de Charente, el calvados normando, el duro aquavit nórdico, el kummel con sabor a música de cámara, o la organología suntuosa de los brandies. Esto sin hablar del vino, que es cosa tan misteriosa como insustituible en su esencia y aroma.
"Pero ello no justifica que las batidoras automáticas sean cosa poco menos que desconocida en París, y que el parisiense, tan aficionado al aperitivo, ignore las delicias del cocktail transformado en escarcha perfumada o del compuesto realzado con hierbas aromáticas, tales como los conciben y realizan nuestros barmen. La Habana es indiscutiblemente la ciudad del mundo que mayor variedad de bebidas puede ofrecer al paladar curioso del viajero."
Observa Carpentier a su regreso a La Habana en 1939, una cierta revalorización de lo criollo, en contraste con 11 años atrás, cuando lo norteamericano "disfrutaba de un prestigio absolutamente exagerado". Evidente en la poda de los árboles, la imitación del estilo Miami en las viviendas de los nuevos repartos, la adopción de los nombres Charlie y Johnny entre los "niños bien", quienes vestían a lo newyorquino. Entonces, unos escritores franceses que acudieron a un congreso y preguntaron dónde podían escuchar una rumba, recibieron por respuesta que ésta era baile de otros tiempos. "Ya no existe en Cuba".
Refiere el autor que en aquellos tiempos se les dificultó a él y a otros amigos, hallar un restaurante aceptable de comida criolla para obsequiar al caricaturista mexicano Covarrubias, en cuyo menú figuraran "los nombres barrioteros de ´moros y cristianos´o de ´tamal de cazuela´".
"Hoy me resulta gratísimo observar cómo se ha vuelto al jipi, a la tela tropical, al plátano frito y al ajiaco, sin hablar del descubrimiento de la fruta bomba (lechosa), considerada en mi época como fruta de menor cuantía. El odio por el árbol –característica de los primeros tiempos de la época machadista- ha desaparecido de nuestros urbanizadores. Y mientras nuestros palacios coloniales, libres de caretas de yeso, revelan sus bellezas arquitectónicas a los forasteros, en los repartos crecen residencias y villas cuyas líneas se inspiran en las más puras tradiciones constructivas del estilo colonial cubano. Ahora, después de veinte años de prohibición absurda, se ha comprendido, por fin, que La Habana necesitaba cafés al aire libre.
"Y lo alentador es que, parejamente con esta revalorización de los criollo, que ha levantado el tabú creado en torno a las fondas populares por prejuicios restacueros, la cultura colectiva se ha orientado visiblemente hacia los grandes horizontes del mundo. Donde dejé una librería hace once años, encuentro tres. Los grandes periódicos políticos literarios de Europa y América están expuestos en las vidrieras. La calidad de los libros presentados en los estantes nos hace olvidar las exposiciones pasadas de Ponson du Terrail y Emilio Gaboriau, con portadas macabras o sanguinolentas, y de libros no más estimables, obra del pintoresco Vargas Vila, que hicieron las delicias de tantos lectores ingenuos. Casi me atrevería a afirmar que ninguna señorita sensible de nuestros días conoce los lacrimosos relatos de Carolina Invernizio y Carlota Bronté, que hicieron correr tantas lágrimas de mala calidad a lo largo de mejillas merecedoras de mejor premio.
"Mi limpiabotas me habla de Chamberlain y Eden. Alarga un cepillo despectivo hacia la máquina suntuosa en que viaja un personaje panzudo, diciendo: ´Mire, ahí va un político tradicional´. El cantinero del café de la esquina me preguntaba por el Gobierno de Daladier, y censuraba duramente los errores de León Blum. (¡Y yo, que al llegar a Francia, hace once años, ignoraba cuáles eran las doctrinas que diferenciaban exactamente a un partido radical de un partido socialista!)."
Y así discurre Carpentier, a saltos de gratas sorpresas, por la gran urbe antillana.