Monina Solá, leyenda y memoria
Una leyenda del teatro dominicano que perdura en la memoria
Cuando todos estábamos por llegar, ya Monina Solá estaba ahí.
Dueña de su espacio, construía su historia, ignorando que cada paso que daba, cada parlamento que pronunciaba, cada gesto, cada actuación, la conducía hacia la inmortalidad.
No hay un solo actor, ninguna actriz, ningún escritor teatral, ningún dramaturgo de las generaciones más jóvenes que estuviese nacido siquiera cuando Monina ya se movía en los escenarios como pez en el agua, bailando, recitando, cantando, actuando. Sólo unos pocos sobrevivientes poseen el privilegio de aquellos comienzos suyos a los 4 años de edad, de la mano de Paco Escribano en el desaparecido Teatro Independencia.
Con ella comenzaba a forjarse una generación que construyó los cimientos de una disciplina artística que tiene en su trayectoria nombres y estelas imprescindibles en la Historia del Teatro en la República Dominicana. Ya se nutría la escena nacional con algunos de estos nombres, mientras otros más jóvenes se preparaban para irrumpir con sus talentos en los "trances agónicos" que el teatro genera, como afirma Giovanni Cantieri. Nombres elevados como Julio Aníbal Sánchez, Divina Gómez, Freddy Nanita, Lucía Castillo, Marino Hoepelman, Carmen Rull, Jesús Lizán, Zulema Atala, Salvador Pérez Martínez, Luis José Germán. Algunos, antes que ella; otros, justo cuando ella comenzaba; otros más, detrás de sus huellas. Como los españoles de la República que se asomaron por el entorno de la ciudad y levantaron el edificio: Emilio Aparicio, Antonia Blanco Montes. Como uno que, muy joven, según cuentan, estremeció los escenarios con voz potente y dominio escénico: Miguel Alfonseca. Y como el excepcional, el que se convertiría en su autor fundamental, en su colega de décadas, en su paraguas y en su espalda de azotes cuando a ella se le reburujaba lo boricua y lo criollo, y había que hacer mutis por el foro antes de que se avivara el quebranto. Uno, que hace unos días ha cumplido 92 años y aún hace planes para su próxima función: Franklin Domínguez.
En medio o por delante de esa generación, Ramona Emilia Solá Vicioso debutó, hizo camino, llegó y venció. Y entonces, y siempre, fue Monina. Mujer de gran belleza y porte, memoria vívida y asombrosa, rompedora de hielos con su humor latente, esplendorosa en sus roles más variados y enrevesados. Asumía el perturbado mundo de sus criaturas, sin abandonar el cuidado y la formación de sus hijos. En el teatro o en el hogar, fue artista por partida doble: rigurosa, tenaz, segura de sus deberes y responsable de sus tareas.
Pocos, tal vez, lo supieron. Nadie, desde la platea, pudo imaginarlo. Pero, Monina tartamudeaba. Se le encogían las palabras. El Pera fue quien lo contó. Pero, el mismo Pera, una de esas glorias taumatúrgicas de nuestro teatro -prodigioso, valiente- conoció de los fraseos de Monina, de cómo tejía las palabras, las derretía en su paladar, las endulzaba, las acariciaba, hasta lograr con ellas su propósito. Entre sus muchas virtudes, estaba su capacidad de memorizar los parlamentos. Se aprendía con facilidad el texto de la pieza que se ponía en sus manos y entonces...entonces, "desde que cruzaba la puerta del decorado no estaba para nadie...entraba en la escena y la gente se quedaba estupefacta".
Hija del teatro. Su padre, Narciso Solá, formó parte de esa legión de puertorriqueños que embarcaron desde Puerto Rico a San Pedro de Macorís, cuando la ciudad oriental fue tacita de plata y centro de pujanza económica para criollos, boricuas, árabes y barloventinos. Por el puerto de Macorís del Mar llegó don Narciso, actor, dramaturgo, hombre del teatro que dirigió las representaciones de sus propias obras y encaminó la vida teatral del país, por lo que hay que presumir que se le reconozca como pionero. Hizo muchas cosas, pero a la larga, y en edad corta, construyó su mejor obra: el legado que significó su hija. Murió joven, a los cincuenta y seis años de edad, ocupando el cargo de bibliotecario del Ateneo de Macorís, cuando la cultura echó raíces allí y fue ejemplo nacional. Hija y madre del teatro, fue. Monina es la madre del teatro dominicano, en la afirmación de Franklin Domínguez.
Empero, nada la hizo convertirse en presumida. Nunca hizo galas de ser la mejor. Dio la mano a quienes comenzaban en el arte de las tablas. Todo cuanto hizo no la llenó de engreimientos. No reprocho al artista y sus poses. El envanecimiento es muy propio del arte y sus protagonistas. Del arte y sus secuelas. Tal vez, digo sólo tal vez, Dalí no fuese nada más que un gran pintor, y María Félix una mujer plena de hermosura y talento, si los empaques de jactancia y fatuidad no hubiesen acompañado a ambos a pelear todas sus guerras para que uno fuese Divino y ella, la Musa, la gran Diva. Monina, empero, no necesitó de jactancias. Las veía crecer en otros, en otras, mientras ella aparentaba empequeñecerse en segundos planos. No se daba cuenta, entonces, que se transformaba en gigante.
La Shirley Temple dominicana, cuando fue niña. Esa princesita de rizos de oro que encandiló al Hollywood de los treinta, que nació tres años antes que Monina, que, como ella, tuvo dos matrimonios, hijos de ambas uniones, y que, ya adulta, se hizo experta en protocolo diplomático. Monina sería embajadora de todos los gobiernos desde la cima de su escenario natural: el teatro. Muchos han de ignorar que padeció penurias, cuando su primer esposo, crítico del régimen trujillista, fue asesinado por la dictadura, y con su segundo esposo tuvo que salir al exilio a su segunda patria que fue Puerto Rico, la de su padre, luego de la revuelta abrileña de 1965. Durante su larga carrera -más de ochenta años, si recordamos que a los cuatro de edad se subió al escenario del entonces principal teatro de la capital dominicana, en un debut que marcó el futuro esplendor de su tejido teatral-, participó en doscientas representaciones, entre comedias, dramas, tragedias. Sin contar su presencia en la televisión por muchos años. Su memoria inigualable para aprenderse los textos de sus roles, se fue perdiendo lentamente al principio, luego con rapidez, hasta que se evaporó totalmente. Su obra ya estaba hecha. Vivió su realidad y representó la de otros.
La vi por primera vez, cuando vine a residir a Santo Domingo desde mi pueblo nativo en 1972. Ese mismo año, Franklin Domínguez representaba "Lisístrata odia la política". Nuestro celebrado dramaturgo estuvo llevando por años su teatro a las provincias, por lo que ya conocíamos "Se busca un hombre honesto" y "La broma del senador". Asistí muchas veces a ver las piezas donde ella actuaba, incluyento la última, en la que marcó su despedida, "Ojalá hoy fuera ayer", del mismo Franklin Domínguez, en 2009.
Cuando apenas llegábamos -todos, todas- ella ya estaba sentada en su trono. Ahora, cuando se ha marchado, albergo la esperanza de que su nombre, su leyenda y su historia no mueran, ni su memoria se apague.
Monina Solá falleció el sábado 29 de abril de 2023, días antes de cumplir 90 años de edad.
- MONINA SOLÁ / LEYENDA DEL TEATRO DOMINICANO
Homero Luis Lajará Solá, Editora Corripio, 2023, 248 págs. Escritura y labor recopiladora de su hijo. Las memorias de la leyenda que ella fue y sigue siendo. Con el acompañamiento en la investigación de un teatrista de nueva generación: Canek Denis.
- OBRAS PREMIADAS
Franklin Domínguez, Biblioteca Nacional, 1993, 313 págs. Cinco de las obras más aclamadas del inmenso autor, actor y director, en algunas de las cuales actuó Monina: Los borrachos, El primer voluntario de junio, Lisístrata odia la política, Drogas, y Omar y los demás.
- TEATRO
Manuel Rueda, Sociedad de Autores Dramáticos, 1968, 394 págs. Icónica edición de las cuatro grandes piezas de Rueda, que cumple 55 años: La Trinitaria Blanca, La tía Beatriz hace un milagro, Vacaciones en el cielo, y Entre alambradas.
- CÓMO SE PREPARA UN ACTOR
Konstantin Stanislavski, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1982, 382 págs. Monina no abrevó en esta importante fuente para construir su leyenda. Con Villalona, Delta Soto y María Castillo comenzaría la vigencia de este método teatral. Esa es otra historia.
- DE IBSEN A GENET: LA REBELIÓN EN EL TEATRO
Robert Brustein, Ediciones Troquel, 1970, 445 págs. Un impresionante y viejo, pero actual, ensayo sobre el drama moderno y la personalidad de sus autores. Entre ellos, Chéjov y Pirandello que fueron parte de los cauces actorales de Monina.