La memoria suele ser selectiva
Las señales abundaban, pero la terquedad le impedía ver que el momento político en Cuba distaba de las montañas dominicanas
Ya se dijo que se muere dos veces, una en la memoria. Es el olvido que sigue a la desaparición física y que, al parecer inevitable, acontece con las vueltas del calendario. La memoria, afortunada o desafortunadamente, es selectiva. Camaleónica, se adapta a las veleidades del temperamento y, como materia lista para el cincel, adquiere forma de acuerdo a las conveniencias del momento. Eso de la memoria histórica no pasa de un acomodo.
Caminaba por una de esas trepidantes calles parisinas, exultante, cuando reparé en una pequeña librería. Aún favorecía los impresos y cada viaje al exterior era oportunidad única para adquirir las últimas novedades editoriales, aggionarmento, y medir la temperatura política y tendencias en el país visitado. Bastó una mirada para percatarme de qué se leía en Francia: la librería no pasaba de un pasillo y un recodo igualmente angosto. A la vista y muy llamativo por el título, Vie et mort de la révolution cubaine, por Daniel Alarcón Ramírez. Publicado ese mismo año, 1996. De seudónimo Benigno, había combatido con el Che Guevara en África y sobrevivido al fracaso guerrillero en Bolivia. Uno de los pocos que lograron evadir el cerco de las tropas bolivianas y asesores norteamericanos que en 1967 dieron el tiro de gracia al “foquismo”. Y al argentino barbudo, encarnación de la utopía, cruel hasta consigo mismo, mito que poco a poco se desvanece.
Lo compré. Material de lectura para el largo viaje trasatlántico en clase económica, nada comparable en ese pasado con el tormento actual de viajar atrás en el avión, en condiciones propias del ganado y con pasajeros ignorantes de las normas básicas de convivencia. Al año siguiente fue publicado en español como Memorias de un soldado cubano. Más que un relato elaborado, con precisiones que apuntalan la narración y un contexto que facilita la compresión, el libro de Benigno es una rendición de lo que contó verbalmente a quien armó el texto en francés, luego corregido y traducido al español por Elizabeth de Burgos. El guerrillero llegó a París en 1994 en base a subterfugios para que se le permitiera viajar con la familia.
Al margen de las peripecias revolucionarias del soldado cubano, sus juicios, subjetividades y ruptura política, importa un capítulo dedicado casi íntegramente a Francisco Caamaño Deñó, de cuyo entrenamiento fue encargado personalmente por Fidel Castro.
De Burgos propone casi al inicio de su excelente introducción: “Es cierto que no debe confundirse historia con memoria, pero tampoco es menos cierto que sin ella la historia no sería más que un espacio despojado de aquello que la originó: lo íntimamente humano. Las memorias de Benigno se sitúan precisamente en ese espacio en el que memoria e historia alcanzan la misma alcurnia; zona intermedia donde aparece lo acaecido sin la máscara de la interpretación; materia bruta, diamante en estado puro. Por ello no debe esperarse la precisión del historiador de oficio…”
Tema recurrente, el de Caamaño Deñó, centrado casi siempre en su muerte física. Se pasa por alto la otra muerte, la que ocurrió en Cuba y que no entra en la memoria de los dominicanos. He ahí la importancia del relato de Benigno y de cómo el excoronel dominicano cayó en una trampa de la que Fidel Castro pudo haberlo librado con métodos diferentes a los que usó para disuadirlo. El capítulo de las guerrillas estaba cerrado.
Benigno habla con simpatía de Caamaño, a quien respetaba y con quien colaboró muy de cerca. Este párrafo lo confirma y desvela la agonía cubana del dominicano:
“En 1968, él pidió a la Inteligencia cubana que lo ayudara a salir de Inglaterra para ir a Cuba, para que lo ayudaran a continuar la lucha en su país. Ya en ese momento yo me encontré con él y empecé a transmitirle cosas, pues se dedicó por entero a conocer todas las experiencias de la Revolución cubana y, específicamente, la del Che Guevara. Ese hombre tenía una gran inteligencia y una alta preparación militar, pero, más que todo, un deseo inmenso de hacer la revolución en su país, abandonando todas las comodidades que le ofrecía el hecho de ser de una familia de buen dinero...
“Pero yo bien lo vi que a Román, ese hombre tan sincero, honrado, honesto, lo manipulaban. Eso me dolió muchísimo, y más todavía porque realmente cabía la posibilidad de que él llevara la lucha a Santo Domingo, que queda a unas escasas millas de Cuba, y eso obligaría al enemigo a tener más tensión sobre Santo Domingo, aliviando así la situación cubana. Pero Cuba no lo veía así…”.
Las señales abundaban, pero la terquedad le impedía ver que el momento político en Cuba distaba de las montañas dominicanas.
“Él pidió tener una entrevista mensual con Fidel para ir aclarando ciertas cuestiones. Fidel le contestó que sí, mejor dicho, fue Piñeiro (Manuel, alias Barbarroja y responsable de América Latina en la nomenclatura cubana) el intermediario que dijo a Román que se iba a hacer ya la primera entrevista, le puso la fecha y todo. Román se preparó con una agenda de trabajo, pero, cuando llegó el momento, Fidel no apareció. A los dos o tres días vino Piñeiro con una explicación que Román entendió, pues comenzaba la famosa zafra de los diez millones, en 1970, y se iba preparando todo el país. Pero Caamaño siguió siendo manipulado, pues pasó todo un año solicitando la presencia de Fidel y nunca pudo verlo. Ya eso era más que una desmoralización personal, porque Caamaño con eso fue perdiendo fuerza con relación a sus hombres, éstos ya no lo veían lo bastante fuerte para poder llegar hasta Fidel. Muchos de sus compañeros se lo dijeron así, que si Fidel le había dado tantas citas y no había concurrido a ninguna, era que no le interesaba tal entrevista. De los noventa y seis hombres que había llegado a reagrupar, ya listos para alzarse, además de un aparato en Santo Domingo que parecía estar bien organizado […]”
Benigno se encarga de desmontar la falacia del trabajo que supuestamente hacía la inteligencia cubana para el movimiento de Caamaño. La entrevista con Fidel Castro se pospuso una y otra vez. A instancias de Piñeiro el líder de la revolución cubana citó a Caamaño Deñó al término de un mitin, en 1970.
“Nos fuimos los dos a la casa donde Román tenía a su señora y a sus hijos, aunque él mismo no vivía verdaderamente allí, se pasaba casi todo el tiempo en el entrenamiento. En esa casa actualmente vive Raúl Castro, que siempre quedó de ministro de las Fuerzas Armadas. Estuvimos hasta las dos de la mañana esperando, pero Fidel no apareció ni tampoco llamó, y Piñeiro tampoco. Nos quedamos todo el otro día esperando, me acuerdo que armamos unas hamacas debajo de unas matas de mango. Román se sentaba, se levantaba, caminaba, se paraba, quería demostrar no estar molesto pero no lo conseguía. Pasamos tres días esperando allí y, recién a los tres días, apareció Piñeiro diciendo:
“—Coño, el Comandante no pudo venir porque aquí están unas cuantas delegaciones, incluso soviéticas, y todavía el Comandante está atendiendo a la gente.
“Román le preguntó:
“—¿Y tú también estabas atendiendo a las delegaciones?
“—No, no, tú ya sabes que a mí no me gustan esas cosas.
“—¡Coño, pues buen cabrón eres tú, hijo de puta!, por lo menos hubieras podido llamarme y explicarme que, de momento, el Comandante no me podía recibir… Benigno, vámonos”. Cuando al fin lo recibió a finales de 1971, Fidel se marchó casi enseguida luego de saludarlo y atender una llamada.
Hasta cerca de aguas territoriales dominicanas, Benigno y otros oficiales cubanos, cuenta, escoltaron la embarcación en que finalmente llegó Caamaño Deñó en febrero de 1972. El final, la otra muerte, lo memorizamos ya.
Tema recurrente, el de Caamaño Deñó, centrado casi siempre en su muerte física. Se pasa por alto la otra muerte, la que ocurrió en Cuba y que no entra en la memoria de los dominicanos.