Nadie acabará con los libros
Los e-books tienen su público
Hará cosa de diez o quince años que, hasta con cierta contentura inexplicable, algunos adivinos broqueleros anunciaron la muerte del libro. Era cuestión de poco tiempo, decían, solo bastaba esperar y asistiríamos a las exequias de ese animal prehistórico que todavía fijaba residencia en nuestros haberes cotidianos. Había que prepararse para la lectura digital y quienes, nostálgicos con filo, melancólicos sin destino, insistiesen en la broma de seguir leyendo libros “físicos”, debían aprender a utilizar la laptop, la tablet y hasta el móvil para engullir el libro de su preferencia. La literatura, sin importar género, estaba ahí aguardando por nosotros en su nuevo hogar.
Seamos francos, que aceptar la verdad no nos mata ¿vale? Se inició la migración. Algunos, de forma total, entusiástica, casi celebrando el hecho como el final de una era bastarda; otros, a medias, alegres de poseer toda una biblioteca si fuese preciso en sus tabletas, aunque de vez en cuando realizando la travesía al viejo estilo, solo porque la costumbre hace ley y la promulga. Así las cosas. Los menos, sí, porque eran los menos, los raritos, los atrasados, no aceptarían el canje ni la distracción y seguirían fieles a la ortodoxia lectora. Allá ellos, decían.
Volvamos a la franqueza. Comenzó la fiebre y vimos a muchos amigos dar el paso de la hora. El libro digital era el futuro y urgía comenzar a ver las letras desde otra perspectiva, querían decir desde otra plataforma. Debo decir a estas alturas que nunca me lastimó el vaticinio. Los arúspices podían estar diciendo la verdad y desde sus bolas de cristal parecía que se nos venía encima el apocalipsis. Amigos hubo -los hay aún- que comunicaron el tránsito y les pareció una maravilla del progreso humano. Uno de mis hijos, el más lector, los sigue consumiendo de esa forma, e incluso a veces está más al día que yo en cuanto a la producción editorial, o busca los autores y libros que les sugiero en esa cita cuasi amorosa con Amazon y a sus manos pasan en un abrir y cerrar de ojos, que de eso se trata. Lo celebro. Lo seguiré celebrando. Siempre pensé que el tema no era el cómo sino el qué. Que se leyera desde cualquier tablado, físico o digital, pero que se leyera. Si por ahí iba la cosa, pues no había remedio. Solo que nos dejaran en paz a los que deseábamos seguir con el libro “físico”, como si de una ciencia natural se tratase. Éramos casi viejos, pensábamos, y se nos iba a salir de las manos -de los ojos, en todo caso- ese libro digital que se nos anunciaba con petardos y pomadas. O te actualizas o quedarás rezagado, rumiando angustias vanas. Eso.
Pues sucede y viene a ser que el libro, diez o quince años después, no ha muerto. Murieron sí, muchas librerías, algunas que no aprovecharon las nuevas corrientes -porque, noticias buenas traía el cartero- para comenzar a vender sus “mercancías” desde la web, colocando sus libros “en línea”, ponerlos en forma, fitness book, porque cada vez nos iba a resultar más pesado movernos a la zona para visitar a Virtudes y llevarnos algunos de sus libros criollos -que lo del tapón de las cuatro, que el tema del parqueo- o darnos una vuelta por los anaqueles de Cuesta o de Mateca o de Avante. Sí, en eso andábamos juntos, lo digital y nosotros. Tenían nuestros libreros que aprender a vender por otros métodos, que algunos no aprehendieron y se vieron obligados a cerrar, aquí o allá, que la cosa fue global. Era un cambio de forma y formato, nada más. La digitalización de los fondos era un llamado del momento. Lo sigue siendo.
Hubo, sin dudas, alarmas. Cerraron editoriales de fama mundial, sellos con los que crecimos como lectores, reductos dichosos y mágicos como Círculo de Lectores, de Barcelona, que por más de treinta años nos había dado el servicio de compra por suscripción, previo catálogo bimensual, y que cerraba más de cincuenta años después de estar activo. Muchos países vivieron el mismo fenómeno. Se nos acabó la fiesta. El apocalipsis librero era una realidad. Pasemos a la casa del vecino digital, a ver si nos gusta lo que nos oferta. En mi caso, ni lo intenté y me perdí la película.
El cierre de las librerías fue un fenómeno que algunos por estos lares entendieron que era por la falta de una sociedad de lectores, porque no había ayuda gubernamental, y no sé cuantas más excusas. Cerraban porque cerraban, porque les había llegado su san Joaquín, porque era tiempo ya, hombre, de que fenecieran esos espacios viejucos y tal. Punto. Ya veremos más adelante lo que suceda. Era el hechizo que teníamos los clérigos del clan diminuto de la lectura de disminuir la fuerza de la hecatombe. Mientras, leer siguió siendo tarea de cada día, y noche para los que somos de vida lectora nocturna, y los libros continuaron apareciendo y adquiriéndose en Cuesta o con Miguelín de Mena, que practica formas celebrantes, y ¡gloria a Dios!, con dos o tres emprendedores jóvenes que nos venden puestos en casa el libro que buscamos o hacen rondas en 360 y Ágora para intercambios y ventas con creatividad. Hay que reinventarse y basta. Y también, vamos a decirlo sin estereotipos, por Amazon. Sí. Con el permiso de Jorge Carrión, demando libros en el mostrador construido por Jeff Bezos. Sus ofertas digitales están ahí vivitas, pero el libro “físico” lo está igual y coleando, y cada vez que me llega un paquete en el courrier habitual, recojo feliz mi “mercancía” que a veces viene acompañado de un frasco de pastillas para la migraña, una crema humectante para mi mujer o unos aparaticos cuyo uso no manejo que me demanda algún nieto. ¡Es hermoso vivir en esta era arrojada del on demand digital!
Pero, llegan noticias. Si, llegan. El libro se levanta. Y las premoniciones han ido bajando de precio y encanto. Me lo dice el diario El Mundo, de España, y también El País, y compruebo -por internet, off course- que hay rebrotes de pandemias libreras en otras partes del mundo. Si aquellas profecías de años atrás presentaban un panorama sombrío para el futuro del libro, la pandemia covideña parecía poner fin al destino del invento nacido en la máquina de un tal Gutenberg. Como cualquier otra tienda, las librerías cerraron en el confinamiento y todo parecía irse por la borda. El gobierno español, digamos esto, entregó subsidios mensuales para entonces, a los editores y libreros para que aguantaran la crisis y su dilema. A sobrevivir llamaban y esa fue una medida ejemplar, que Francia y Alemania también adoptaron, y México por los lares latinos. Pero, se levantó pronto el dromedario, y en contra del vaticinio, la gente comenzó a aprovechar el ocio obligado para leer, y los escritores para escribir (vicio terrible éste), a un nivel, nos cuentan, de que, en España, de donde nos llega el dato, las librerías superaron las cifras prepandémicas: en 2021, libreros y editores facturaron 1.100 millones de euros, la cifra más alta de la última década. Y a pesar de la inflación, la guerra en Ucrania y, para colmo, una huelga que paralizó por varios meses a la papelera finlandesa que proporciona esta materia prima a las editoras europeas, en el primer semestre de este 2022 se han vendido más libros que en todo el 2021, y por el otro lado, la venta on line que Amazon capitalizó va en caída libre, por el orden del 10%. Los grandes almacenes y cadenas facturaron el 52% de la venta de libros en España y el 42% las librerías tradicionales, un canal que ha crecido un 8.6% en este 2022 con respecto al año pasado. El 6% restante es de los hipermercados. En Estados Unidos, según The New York Times, hay una ola de lectura que no se veía en años y en los últimos meses han abierto ¡300 nuevas librerías!
No es que el libro digital ha perdido la pelea, seamos francos nuevamente. Solo que el libro tradicional no ha muerto y que los contagios de lectura siguen y se anuncian rebrotes de cepas nuevas por todos lados. Javi Martínez, de El Mundo, se pregunta: ¿Será que estamos cansados de que un algoritmo nos recomiende qué otro libro incluir en la cesta de compra? Umberto Eco y Jean-Claude Carriére nos decían hace doce años, cuando comenzaba el boom del e-book: “¡Pasémonos dos horas leyendo una novela en el ordenador y nuestros ojos se convertirán en dos pelotas de tenis!...Nadie acabará con los libros”. Perdón, me llama Mirka de Cuesta que pase a ver las novedades que llegaron antes de que arriben por esos predios, arrasando, Soledad, Plinio, Salvador, Basilio y compartes.
- NADIE ACABARÁ CON LOS LIBROS
Umberto Eco, Jean-Claude Carriére, Lumen, 2010; 263 págs. Este libro es un homenaje a todos los lectores y un estímulo para la inteligencia.
- LIBRERÍAS
Jorge Carrión, Anagrama, 2013, 342 págs. Las librerías en el imaginario colectivo. Un recorrido abrasador por las más importantes del mundo.
- LA PERSECUCIÓN DEL LIBRO
Ana Martínez Rus, Ediciones Trea, 2014, 220 págs. Hogueras, infiernos y buenas lecturas. La represión del libro durante el franquismo, como lo fue en la Alemania nazi.
- LAS RAZONES DEL LIBRO
Robert Darnton, Trama editorial, 2010, 204 págs. Un libro sobre los libros y una apología del pasado, presente y futuro de la letra impresa.
- EL OBSERVATORIO EDITORIAL
Jorge Herralde, Adriana Hidalgo editora, 2004, 218 págs. La experiencia como editor del dueño de Anagrama, un tiburón con la elegancia y la inteligencia de un delfín.