El territorio
Max Puig insiste en la urgencia de ordenar el territorio. Se necesita una Ley de Ordenamiento Territorial que ponga orden en el caos en el que se desarrolla el crecimiento de los núcleos urbanos, se invaden las tierras fértiles para construir sin planificación municipal previa y se pide perdón por no haber pedido antes permiso.
Puig lo ve con los ojos del ambientalista que trabaja sobre el cambio climático. Ceara Hatton lo analiza con la mirada del economista empeñado en eficientizar la gestión pública. Un grupo cada vez más numeroso de ciudadanos reclama esa ley, apabullado ante el desorden que aplasta a Jarabacoa o Constanza, se come la tierra negra de Moca o convierte cada pueblo en su peor versión.
Los ayuntamientos se han demostrado muy poco eficientes o capaces para regular el crecimiento. Pocos municipios tienen un plan, el eje sobre el que construir observando las regulaciones de saneamiento, agua, electricidad, transporte... Cada quien planta la excavadora donde bien le parece y tira de planos para levantar un residencial, una casa, un negocio.
Así ha crecido el país en las últimas décadas, confundiendo el cemento con el progreso. Es necesario determinar dónde y cómo construir, qué tierra reservar virgen, cuál dedicar a la producción agropecuaria... El intento de reconducir la rápida urbanización del territorio llega tarde pero sigue siendo urgente y necesario.
A Max Puig le preocupa analizando causas y consecuencias del cambio climático, al ministro de Economía porque para administrar bien urge reordenar las cosas. A los ciudadanos nos debería importar porque el desorden urbanístico atenta contra nuestra calidad de vida.