Asesinato en Manhattan
Entre la ira popular y el silencio corporativo
Una palabra grabada en cada una de las tres balas. Un alto ejecutivo asesinado a sangre fría y por la espalda en una calle neoyorquina. Todavía está oscuro y hace frío. A las 6.45 am en estas fechas prenavideñas no hay muchos peatones en las aceras del Midtown. Una huida en bicicleta (eléctrica, obvio) por Central Park. Una mochila abandonada. Todas las agencias de inteligencia en busca de un lobo solitario. A la hora de escribir estas líneas, el asesino sigue a la fuga. Se ofrecen 60,000 dólares de recompensa.
Los ingredientes para una novela policíaca (la vida imita a la literatura) han revelado un preocupante mar de fondo. Las prácticas de las compañías de seguros de salud no gustan. El cliente, que paga (y no poco) por su salud, entiende que no recibe lo que se le prometió en el contrato. Cambiando coordenadas y circunstancias, la situación no nos es extraña.
El CEO asesinado era padre de dos niños. La compañía había reportado ingresos por 286 mil millones de dólares y beneficios por 16 mil millones. Pero su tasa de rechazo de las reclamaciones de los enfermos/clientes doblaba a la del resto del sector. Un 32% frente a un 16 %.
No hay que olvidar, por otro lado, que el fraude a las compañías de seguros tampoco es pequeño. Basta recordar, ya que hablamos de EE.UU., de la amistad entre el senador Bob Menéndez y el oftalmólogo Salomon Melgen y como acabó la historia...
La reacción popular ha desconcertado a la compañía. En las redes, termómetro de la ira popular, se leen más quejas por los seguros que condolencias por el asesinato. Se agotan en algunas tiendas las prendas similares a las que vestía el asesino y un sector financiero clave se para a pensar.