De bulto en más bulto
El Intrant y su circo mediático, mucho ruido, pocas soluciones
Lanzó la especie, el senador Marte, —quien, a veces, remonta hasta su apellido— de que había choferes entregados al alcohol y las drogas. Enseguida vino el bulto del Intrant: pruebas antidoping y alcoholemias. Siguió más bulterismo: exámenes médicos aleatorios y hasta refuerzos vitamínicos para la gente del volante.
Para superar con exposición pública el enanismo de su partido, el director del Intrant se inventa un estudio tan enredado como el hilo en bollito: haitianos en el motoconcho. ¡Todo un éxito en la saga de Friusa, con el sentido común en el hoyo y el raciocinio en cuidados intensivos!
Mientras Milton Morrison se empecina en arrebatar el título de Bultero Mayor, la verdad sobre el desorden en el tránsito —que recorre la geografía nacional como patana sin frenos— nos muele el cerebro con más intensidad que ruido produce un concho sin silenciador.
En eso, precisamente, ha mutado el Intrant: en caja de ruido mediático, espejismo de absurdos, fiesta de complacencias escandalosas con motoristas, camioneros y conductores a quienes nunca debieron darles licencia.
Más que gastar dinero en pruebas inútiles y aguajes mediáticos, sería mejor apostar agentes —de carne y hueso, no digitales— en cualquier intersección, para verificar si las luces de stop funcionan, si el celular está a resguardo y no en mano, y si, en sentido general, vehículos y ocupantes respetan la ley.
Porque de eso se trata. La desintegración del civismo y de la buena ciudadanía en calles, avenidas y carreteras no se debe a los motoconchistas haitianos ni a elucubraciones marcianas, sino a la inobservancia sistemática de las normas.
En un país de tontos, quien más se empeña en no parecerlo termina, inevitablemente, siendo el tonto peor.