Hazañas de un dominicano
Si de resiliencia y superación hablamos, Rico Carty es un ejemplo
Cómo no recordar el poder del bate del Rico Carty, primogénito de la gran fábrica de atletas llamada San Pedro de Macorís. Destacada leyenda del béisbol dominicano, falleció hace unos días precisamente en Atlanta, donde fue figura clave en el equipo local de Grandes Ligas. Deja un legado imborrable, siendo pionero entre los jugadores latinos.
Firmó con los Milwaukee Braves en 1959 y alcanzó las Grandes Ligas en 1963, demostrando rápidamente su habilidad como bateador. En 1964, su primera temporada completa, alcanzó un promedio de bateo de .330 y quedó segundo en la votación para Novato del Año de la Liga Nacional.
Sus números fueron memorables; y también la valentía con que enfrentó momentos cruciales en su carrera. Le diagnosticaron tuberculosis en 1968, enfermedad que lo mantuvo fuera de toda la temporada y que evidenció las precariedades de salud vinculadas a su contexto social. Para un joven proveniente de una familia humilde en la República Dominicana, esta dolencia representaba tanto un desafío médico y personal como un reflejo de las condiciones de vida de muchos en nuestro país.
A pesar del revés, Carty regresó con fuerza en 1969, liderando a su equipo con un promedio de .342. Un año después, en 1970, conquistó el título de bateo de la Liga Nacional con un excepcional promedio de .366, un logro que no se veía desde 1957. Fanático yo de los Bravos, lo considero uno de los mejores bateadores de su generación.
Si de resiliencia y superación hablamos, Rico Carty es un ejemplo. Su capacidad para regresar al más alto nivel del béisbol debería inspirar a nuevas generaciones. Lo recuerdo por su talento, sí, pero mucho más por su inquebrantable espíritu.