¿Y quién se lo cree?
Lo de Venezuela es una comedia de mal gusto
Lo de Venezuela es una comedia de mal gusto. Que el Tribunal Supremo de Justicia, controlado por el oficialismo y sin credibilidad alguna, certifique lo dicho por el Consejo Nacional Electoral (CNE), no las de una vil añagaza. Dos mentiras no se convierten automáticamente en verdad.
Antes del fallo ya se sabía el resultado, anticipado no solo por la oposición sino por gobiernos, la mayoría de los venezolanos y el análisis más simple. El CNE había determinado el triunfo de Nicolás Maduro sin la única validación posible: la presentación de las actas electorales. Como esas actas demuestran exactamente lo contrario, o sea una derrota aplastante del chavismo, nunca las ha mostrado. Sin embargo, la oposición logró un número suficiente de esas actas como para demostrar que sí ganó las elecciones y contrariar la falacia de los oficialistas.
Ese tribunal carece de potestad para tratar asuntos electorales, mucho menos proclamar ganador a nadie. Aun si la tuviese, su decisión quedaría invalidada por su falta de independencia e imparcialidad. Es una extensión del poder absoluto que se han arrogado Maduro y sus huestes. No por otra razón los chavistas acudieron a esa instancia, desprestigiada y sumisa.
El talante autoritario del régimen venezolano se manifiesta de forma descarada. Quedan pisoteadas las leyes y la Constitución venezolanas y se abre un nuevo capítulo de desesperanza y, lamentablemente, impotencia. Habrá que ver la reacción de Brasil y Colombia, vecinos de la Venezuela avasallada y con cierta influencia sobre Maduro. De México, otro influyente, hay que esperar poco. Pero aunque convidada de piedra, la comunidad democrática no puede cejar en el empeño para que los venezolanos sean nuevamente dueños de su destino.