“La busca moro”, una guagua donde se vende de todo
La “busca moro” es una vieja y destartalada camioneta convertida en una quincallería ambulante abarrotada de utensilios para el hogar y de uso personal que conduce Lázaro Polanco o “El Pequeño” por la calles de la ciudad y provincias cercanas.
Este diminuto y regordete hombre, habla con humor de sus 12 años de trabajo en las calles en una camioneta cargada de enseres, en la que no hay espacio ni para un pensamiento. Cada lugar donde se pueda colgar algo es aprovechado al máximo por el comerciante, que ha hecho de su vieja camioneta una tienda rodante. Dentro, afuera, arriba, delante y en los lados cuelgan desde palillos para limpiar los dientes hasta abanicos. Se pueden observar anafres, perchas, escurridores, maja frito, coladores, suáper y bacinillas.
También cubetas, platos, cucharas, cortaúñas, grecas, cortinas, exprimidores, pilas, memoria USB para computadoras, tinte para el pelo, sillas, bombillos, chancletas samurai, antenas para televisores, controles y hasta lámparas husmeadoras.
“Nunca he sido empleado, siempre he sido comerciante. Desde niño limpiaba vidrios y en esto tenemos doce años buscándoles el moro a los muchachos. Con esto mantenemos la familia”, cuenta.
Al preguntarle si no es víctima de robo, dice que es posible, porque hay gente que se acerca para arrancar algo y cuando hay muchos clientes es difícil controlarlo entre él y su ayudante.
Entre “El Pequeño” y su ayudante hay armonía para hacer el negocio más atractivo y garantizar que todos los productos se vendan y no sean sustraídos por desaprensivos. Para lograrlo deben “tener cuatro ojos” porque son muchos los que aparentan compradores y son ladrones. Sus clientes son de barrios de la capital como el kilómetro 11 de Las Américas y otros, y dos veces al mes y después de los días 15 y 30, sale de la ciudad a algunas comunidades.
Polanco expresa que en los últimos tiempos las ventas han bajado, pero que aún así “se pica para el moro”. Le preocupa que cualquiera le pueda atacar con burundanga y llevarle sus mercancías, de la que no revela el capital invertido.
Se define como “la competencia” de grandes y reconocidos establecimientos comerciales de la capital. Aunque no le gusta el “fiao” dice que tiene sus clientes de confianza a los que deja las mercancías y luego las cobra. Al preguntarle por qué tantas mercancías juntas, explica que eso es lo que hace su negocio atractivo. Él es creyente y habla de sus aspiraciones: “aspiro a que Dios me permita seguir manteniendo mi familia, fortalecerme más y que me dé un poco más de salud”.