Dominicanos vuelven en yola a Puerto Rico como quien aborda un autobús
Deportados y retornados, vinculados a más de un viaje ilegal, rememoran sus travesías al cruzar el Canal de La Mona, un espacio marítimo que separa las islas La Española y Puerto Rico, conecta el océano Atlántico con el mar Caribe, y donde muchos han encontrado la muerte
“Hay personas que siempre se asustan y dicen: ¡Ay!, ¡no vuelvo más a esto!, pero ¡mentira!”, afirma Héctor Gervacio y lanza una carcajada. Sabe por qué lo dice. Se fue en yola hacia Puerto Rico en 1990, en un viaje ilegal de más de 70 pasajeros, y trató de hacerlo una segunda vez. Años más tarde, y en fechas distintas, zarparon tres de sus cinco hijos, dos en más de una ocasión. Su hermana también y su esposa lo intentó.
Gervacio tenía 25 años cuando salió desde Sabana de la Mar hacia una playa de Aguada, en el oeste de Puerto Rico, buscando una mejor calidad de vida. Deambuló dos días por los montes hasta que entendió que quienes debían rescatarlo no irían a su encuentro. Vio a oficiales policiales y solicitó ser devuelto a la República Dominicana.
A pesar de su mala experiencia, se apuntó en otro viaje para volver a navegar en una embarcación ligera las 80 millas náuticas que separan ambos territorios (aproximadamente la distancia entre Santo Domingo y Moca). Le esperaba una travesía por el Canal de La Mona, de horas frías, fuerte oleaje, alimentos contados (pan, queso, salami...) y con posibilidad de ser detectado por los guardacostas.
“La veía muy llena (la yola) y dijeron: ¡Apéense 15!; y yo dije: ¡No, 14!, ¡porque me voy a quedar aquí! Después más nunca he vuelto”, recuerda.
Gervacio intentó estudiar matemáticas a nivel superior, pero a sus 52 años es conserje en una oficina pública. Hace menos de un mes que recibió a uno de sus hijos en su pequeña casa de ventanas de madera y techo de zinc. Al joven lo deportaron por irse por cuarta vez en yola hacia Puerto Rico.
Eran las 11:00 de la mañana y el hijo de Gervacio, de 23 años y padre de un niño de tres, se acababa de levantar. Cuenta a Diario Libre que dejó la escuela en octavo grado y tenía 17 la primera vez que se fue. Zarpó a las 10:00 de la noche desde la playa Acapulco de Sabana de la Mar para llegar a Rincón, en el oeste de Puerto Rico.
“La vida allá en Puerto Rico es más fácil, el dinero rinde más, te ganas en una semana lo que te ganas aquí en un mes (...) Aquí la ley no sirve, te agarran y te ponen droga. Los mismos presidentes y los mismos jefes son los primeros ladrones. La gente se va por necesidad”, asegura.
En Borinquen era albañil y ganaba US$500 (unos RD$23,800) a la semana. A los 11 meses lo deportaron. “Iba para mi casa, pero tranquilo, a volverme a ir; volví en enero de 2015, nos fuimos 10”. A los siete meses lo detuvieron tratando de volar hacia los Estados Unidos con un pasaporte falso y deportaron. Ese 2015 tomó otra yola, lo deportaron, y volvió a zarpar en 2016 para correr con la misma suerte.
¿Piensas volver a irte? “Quizás no”, responde. Él no considera negativo ser un deportado. “La ficha dice deportación, no delincuente”, afirma.
En el siguiente video Gervacio y su hijo hablan más sobre sus experiencias.
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Sabana de la Mar es un municipio de la provincia Hato Mayor que sobrevive de la agricultura, la pesca y el turismo. La Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) estima su población de 16,388 habitantes. El Ministerio de Economía registra que el 67.89 % de sus hogares vive en pobreza general.
También está entre los puntos más comunes identificados por la Armada de República Dominicana para que salgan viajes ilegales. Y es un pueblo que convive con viajeros deportados y retornados tras ser interceptados en el mar en más de una ocasión. El cocinero de un restaurante alguna vez se fue y lo devolvieron, el guía turístico hacia el Parque Nacional Los Haitises también, por igual el vendedor de una pescadería, el empleado privado que se mudó a Santo Domingo y el mecánico que trabaja en un taller.
Durante el primer tercio del siglo XX se registró una migración contraria. Historiadores documentaron un crecimiento de puertorriqueños que venían a la República Dominicana atraídos por empleos en la industria azucarera.
En un censo en 1920 se contaron 6,069 puertorriqueños viviendo en el país. Para otro levantamiento, en 1950, disminuyeron a 2,216, indica el profesor Jorge Duany en su investigación “Migración dominicana hacia Puerto Rico: una perspectiva transnacional”.
Para 1961, tras la muerte del dictador Rafael Trujillo, y luego con la intervención estadounidense en 1965, la emigración a Puerto Rico se disparó, motivados muchos por razones políticas, como el exilio de los expresidentes Joaquín Balaguer y Juan Bosch. Duany observa que entre 1966 y 2002, unos 118,999 dominicanos fueron legalmente admitidos como inmigrantes en San Juan, la capital puertorriqueña.
La investigación del profesor destaca que la razón económica básica por la que aumentó la emigración de dominicanos a Puerto Rico es la discrepancia en los niveles salariales, especialmente desde la década de 1980, con la constante devaluación del peso dominicano versus el dólar. A esto se suma la posibilidad de usar la isla como puente para llegar a los Estados Unidos y el reencuentro familiar.
En el siguiente video publicado en octubre de 2016 por un usuario de YouTube, se muestra la llegada en yola de un grupo a una playa de Aguada, Puerto Rico.
Para 2015, la Encuesta de la Comunidad Americana estimó en 62,452 los dominicanos residentes en Puerto Rico. Son el grupo de no puertorriqueños más numeroso y -de forma oficial- representan el 1.8 % de la población de este territorio no incorporado estadounidense, de 9,104 kilómetros cuadrados y 3.4 millones de habitantes.
Sin embargo, un año antes, el periódico isleño El Nuevo Día publicó que el cónsul general de la República Dominicana en Puerto Rico, Franklin Grullón, estimó que la cifra de dominicanos en realidad oscilaba entre 200,000 y 225,000. Lo atribuyó a que muchos -particularmente los que no tienen estatus migratorio definido- no se dejaban censar por temor a ser deportados.
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La llegada de la primera yola
El primer registro de un viaje ilegal en yola desde la República Dominicana a Puerto Rico fue en 1972, recoge la investigación de Duany.
Los botes usualmente llegan a la costa oeste, especialmente a Rincón, Añasco, Aguadilla, Aguada, Mayagüez y Cabo Rojo. En los años 90 el costo del viaje oscilaba entre US$300 y US$1,000 por persona. Actualmente ronda los RD$40,000 y RD$70,000.
Los pasajeros en su mayoría son hombres y mujeres con educación elemental y baja preparación laboral. “La mayoría termina trabajando en el sector informal, especialmente en el comercio itinerante, construcción o servicio doméstico. Otros continúan su viaje a Nueva York y otros lugares de los Estados Unidos”, indica Duany.
Informes de la Patrulla Fronteriza indican que las organizaciones que mueven indocumentados en yola también pueden transportar narcóticos. Las cantidades que cargan junto con migrantes son mínimas, para fácil disposición en caso de ser detenidos.
En la siguiente infografía se explica cuál es el proceso que se sigue para realizar un viaje ilegal, según lo describe un deportado entrevistado.
De los lugares más comunes para zarpar también están Miches, Samaná, La Romana, San Pedro de Macorís, Higüey y María Trinidad Sánchez.
Miches es un municipio de la provincia El Seibo cuya población la ONE la estima de 21,800 habitantes, con el 57.82 % de sus hogares en pobreza general, según el Ministerio de Economía. Está a 40 kilómetros de Sabana de la Mar.
En este pueblo también viven viajeros deportados y retornados. Está el caso de miembros de una familia que se han ido varias veces en yola y regresado con una carta de ruta, un documento expedido por el Consulado de la República Dominicana en casos excepcionales en que el ciudadano no tenga pasaporte y requiera retornar a su país.
Esa gracia la aprovechó P.G. Él tiene 62 años, siete hijos y es un viajero “retirado”. Su primera travesía salió a las 9:00 de la noche del 16 de enero de 1978. Duró tres meses en Puerto Rico, cruzó ilegalmente a los Estados Unidos y, a los nueve meses, retornó al país por la enfermedad de su padre. “Cuando el viejo murió, dije: Bueno, vieja, el viejo se fue, no me ataja gente nacido aquí, yo voy para Puerto Rico”, cuenta.
A P.G. le molestaba la deficiencia del servicio energético dominicano; entendía que en Puerto Rico funcionaba mejor y había más organización. Se fue otra vez en 1985, lo deportaron en 1995; a los tres meses volvió a irse en yola, consiguió una carta de ruta y retornó a la República Dominicana para luego partir nuevamente.
Llegó un momento cuando conocidos en el pueblo le decían que también querían ir a Puerto Rico y comenzó a organizar viajes. Entre sus pasajeros recuerda a un miembro de la Armada de República Dominicana que pasaba precariedades. “Fui y lo largué allá”, dice.
Para 2004 su tarifa eran US$2,000 por pasajero. Vivía en Puerto Rico y desde allá navegaba hacia Miches para recoger a los viajeros. “Yo conozco el mar, sabía los días que la guardia costera estaba cruzando. Caí preso una sola vez, subiendo para Puerto Rico, no duré mucho”, asegura.
Los viajes ilegales no pesan en su conciencia. “No, porque la emigración existe desde antes de Cristo y, según me dijo un primo abogado que murió, siempre y cuando usted no se lleve nada robado, usted no ha cometido ningún delito”. Su último viaje fue en 2014, aunque lo han instado a reactivarse. “Ya Puerto Rico no vale la pena”, afirma.
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En los últimos años Puerto Rico ha estado inmerso en una profunda crisis económica, que motivó que en mayo pasado el gobernador Ricardo Rosselló anunciara que la isla se declaraba en quiebra para reestructurar su deuda de más de US$70,000 millones. Además, en 2015 se registró una emigración récord de 89,000 boricuas.
Por la economía, las autoridades observan una tendencia de que puertorriqueños emigren a la República Dominicana, para abrir negocios, aunque no hay cifras específicas de cuántos.
El año pasado, las remesas de dominicanos en Puerto Rico representaron el 1.09 % del total enviado, a diferencia de 2012, cuando fueron el 3.25 %, según cifras del Banco Central.
Las estadísticas de detenciones de la Patrulla Fronteriza registran desde 2013 una disminución de extranjeros que buscan entrar ilegalmente a Borinquen, pero los intentos se mantienen y eventualmente ocurren naufragios, como el registrado en febrero de 2016 que dejó 13 desaparecidos de un grupo de 21, quienes estuvieron a la deriva más de 48 horas.
Más reciente, el pasado 15 de mayo, un grupo de 31 indocumentados fue detenido a ocho millas náuticas de Aguadilla, tratando de llegar a Puerto Rico en una embarcación.
Cuando los dominicanos llegaban por la costa no encontraban casi casas hasta que llegaban a la mía, en el barrio Jagüey del municipio de Aguada. Había personas que les daban comida o agua para que se bañaran, incluso, algunos hasta ropa para que se vistieran.La primera vez que ya vi una yola tenía un trabajo en un hotel en la playa (en Rincón). Al principio fue impresionante. Poder ver eso era cómo completar esa escena de la película que uno tiene en la mente, donde puedes ver ese sentimiento agridulce de ellos llorando y abrazándose porque llegaron. Uno se encuentra en esa incertidumbre: ¿qué debo hacer?, ¿los abrazo?, ¿los ayudo?, ¿o hago mi trabajo como ciudadano responsable de dejarlo desde la perspectiva legal?He podido ver a dos, tres yolas; de una vi la sombra y escuché el bullicio. Diría que una fue en 2004 y otra en 2005. La próxima fue como un año atrás, en 2016.Creo en la libre competencia en los mercados y en el ambiente laboral, siempre y cuando ellos vengan a hacer su trabajo digno y honesto (...) En ocasiones, cuando el dominicano llega, tiene una necesidad real ya bastante crítica, y muchas veces aceptan un trabajo por una cantidad ínfima de dinero (...) Eso en cierto modo nos afecta porque hay una persona que está haciendo el trabajo que nosotros podríamos hacer, pero quizás por hasta menos de la mitad de lo que cobraríamos.Antes podía conocer de una yola que, en condiciones normales, se montarían 10 personas y venían con 40, entonces ya eso no se ve tanto, se ven yolas que están llegando con cinco dominicanos, con siete, con 10 como mucho. Lo adjudico a varias razones, obviamente a la vigilancia de las autoridades y al acceso a la tecnología (...). Muchos se han dado cuenta de que la economía en Puerto Rico no está tan en crecimiento como para estar viniendo para acá, incluso a veces nosotros bromeamos y decimos: ya mismo nos vamos a ver los puertorriqueños cogiendo yola y cruzando para República Dominicana.
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18 viajes en yola fueron “más fáciles” que tomar una guagua
“Aquí, en Miches, hay muchas personas comiendo fruto de esos viajes”, afirma A.J., un hombre de 48 años y padre de cuatro, que cuenta sin remordimientos que se embarcó en yolas 18 veces, y muchos de esos viajes fueron frustrados.
Para él era “más fácil” irse a Puerto Rico que viajar a la capital. “En el tiempo que yo me fui sí, porque aquí había pocos vehículos para ir a Santo Domingo, ahora no”, comenta.
En Sabana de la Mar y Miches los organizadores de viajes y capitanes de yolas son conocidos entre la gente. Aunque no se delatan abiertamente, basta con crear confianza para que se identifiquen, como uno que confesó a Diario Libre que era capitán y podía buscar a otros.
En el destacamento de la Armada en Miches hay yolas apiladas en el patio, algunas fueron incautadas por usarse en viajes ilegales. “Directa o indirectamente, todo el mundo ha bregado aquí con viajes y sí, la Marina (hoy Armada) sabía todo, este pueblo es pequeñito, había marinos que llegaban aquí pobrecitos y se iban ricos”, afirma A.J.
Diario Libre hizo los esfuerzos para conseguir una opinión de la Armada sobre el tema, pero no fue posible obtenerla a tiempo.
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¿Qué consecuencias migratorias tiene ser un viajero ilegal?
Desde 2013 al presente se deportaron desde Puerto Rico a 945 dominicanos, conforme registra un reporte dado a Diario Libre por la Dirección General de Migración.
Entre 2012-2016 las deportaciones desde Estados Unidos y Puerto Rico por migración ilegal fueron la segunda categoría delictiva con más individuos, solo superada por asuntos de drogas.
Jeffrey Quiñones, portavoz de la Patrulla Fronteriza, explica que el uso de la tecnología biométrica ha ayudado a las autoridades a aplicar consecuencias a los detenidos.
“Las personas que optan por migrar ilegalmente, y logran entrar sin ser detectados, no tienen la oportunidad de regularizar su estatus en Estados Unidos si existe una ficha biométrica respecto a una detención previa”, indica.
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¿Es posible retener a los viajeros retornados?
Un acuerdo firmado en junio pasado por la vicepresidenta de la República Margarita Cedeño, el ministro de Relaciones Exteriores Miguel Vargas, el procurador Jean Rodríguez y la directora del Instituto Nacional de Migración Florinda Rojas, busca establecer acciones para crear un programa piloto que reinserte laboralmente y asista al deportado en condición de vulnerabilidad (por ejemplo, que no tenga familia en el país).
¿Cómo evitará el Estado que esa persona vuelva a irse? “Es muy difícil que el Estado pueda evitarlo, ahora, se debe hacer similar a lo que ocurre para todos los nacionales, incentivar la creación de fuentes de empleo, que puedan vivir en su sociedad”, responde Rojas.
La reincidencia en la migración no solo ocurre entre la República Dominicana y Puerto Rico. También pasa con quienes hacen intentos frustrados de cruzar la frontera con México para llegar a los Estados Unidos.
“Con lo que las personas han buscado en términos de pagar para hacer esa travesía (a Puerto Rico), con ese mismo dinero, quizás quedándose en su lugar de origen, podrían establecer pequeños negocios que les mejoraran sus condiciones de vida en vez de arriesgarse de esa manera”, reflexiona Rojas.
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