Una nación en duelo: los israelíes hablan de su dolor un año después del 7 de octubre
A las puertas del primer aniversario de ese día, tres israelíes dejan saber cómo les ha afectado el conflicto
El 7 de octubre de 2023, combatientes de Hamás se infiltraron desde la Franja de Gaza y perpetraron un sangriento ataque en el sur de Israel que desgarró al país y desencadenó la guerra en curso contra el movimiento islamista palestino.
A las puertas del primer aniversario de ese día, AFP entrevista a tres israelíes (una superviviente, un reservista y una activista) para saber cómo les ha afectado el conflicto.
Pena y pesadillas
"Todavía no he digerido todo y estoy todavía desconectada", afirma Nitsan Peeri, que estaba en el festival de música Nova en el que los milicianos de Hamás cometieron una matanza que dejó al menos 364 muertos.
En la madrugada del 7 de octubre, cuando los cohetes lanzados desde Gaza empezaron a caer en el recinto del festival, esta israelí de 33 años escapó del lugar en coche con dos amigos.
En su huida no se dieron cuenta de que los comandos de Hamás, infiltrados desde la cercana Franja de Gaza, se dirigían hacia ellos.
Consiguieron escapar, a veces saliéndose de la carretera, y llegaron a sus casas 12 horas después. Desde entonces, la joven lucha contra "la soledad, la pena y las pesadillas nocturnas".
Después de ese día, Peeri se separó de su prometida, con la que vivía, y cerró su peluquería unos meses después porque no era capaz de ir a trabajar.
Explica que sufrió "periodos de crisis" en los que se sintió "al borde de un ataque de nervios, irritable, triste".
Ahora, para intentar volver a una vida normal, practica "tantas actividades como es posible", hace surf dos veces por semana y espera recuperar pronto la estabilidad, tanto profesional como emocional.
Vivir en dos mundos
Como coronel de infantería en la reserva, Erez Regev fue movilizado en los primeros días de guerra y dejó a su mujer Yael a cargo de su granja, su tienda de verduras y su restaurante.
"Durante los primeros cuatro meses, ni siquiera volvimos a casa", declara a AFP este hombre de 46 años con cinco hijos.
Sus plantaciones de dátiles y mangos y su invernadero con verduras en el norte del Golán sirio, ocupado por Israel desde 1967, necesitan vigilancia constante.
Cuando está en el frente, estas tierras agrícolas en las que ha invertido "cientos de miles de séqueles" concentran sus pensamientos, también "muy ocupados por la campaña militar y los combates".
"Allí abajo todo es dramático, el destino y la vida humana", afirma.
Cuando vuelve a casa durante los permisos de varios días, dice que no puede dormir porque "los niños se pelean".
"Vives en dos mundos y y gestionas un desfase muy difícil. En ambos lados hay cosas importantes que te afectan", dice el coronel, relatando una sensación que, según él, comparten muchos compañeros reservistas de su unidad.
"A fin de cuentas, quiero volver a mis invernaderos de tomates, llevar a mi hijo por las mañanas a recoger mangos", afirma.
Pero también considera que la guerra contra Hamás es necesaria para conseguir la estabilidad que necesita para su empresa.
La guerra "es ya muy larga (...) pero queremos seguridad", afirma este coronel, quien quiere garantizar que puede "plantar tomates" y estar allí "dos meses después para recogerlos".
En contra del gobierno
"Nada ha cambiado. Las cosas simplemente han empeorado", dice Kalanit Sharon sobre la política israelí después del 7 de octubre.
Cofundadora del Frente Rosa, un colectivo de oposición al gobierno de Benjamin Netanyahu, esta artista de 33 años asiste fielmente a las manifestaciones organizadas varias veces por semana en Tel Aviv para exigir al ejecutivo un acuerdo que garantice el regreso de los rehenes en Gaza y pedir la dimisión de Netanyahu.
El 7 de octubre, su colectivo ayudó a personas desplazadas por el ataque de Hamás en el sur de Israel a encontrar un techo y algo de comer.
Dos semanas después, los miembros del Frente Rosa volvieron a las calles con sus banderas y tambores rosas para oponerse al gobierno.
"Mucha gente deja el país actualmente y los entiendo", dice Sharon. "Es difícil vivir aquí, sentir todo este dolor permanentemente y seguir con vida (...) Pero pienso que no tenemos otra opción", afirma.