Una casa con alma en la cima de San Cristóbal
En este espacio campestre, los colores y ornamentos brindan la calidez que da vivir en el trópico
Desde lo más alto de El Majagual, en San Cristóbal, esta casa campestre es el mejor ejemplo de cómo mezclar ornamentos y colores, logrando la calidez que da vivir en el trópico Y ésa es una combinación que su dueño, el diseñador Fernando Leo, aplica siempre a la perfección.
Ochenta y cuatro peldaños, no son 80 ni 90...“¡Son ochenta y cuatro!”, afirma contundentemente Fernando Leo. Y tan convencido está de este riguroso conteo, como de que desde hace ocho años viene subiendo y bajando la empedrada escalera que le conduce a las entrañas de una colina de San Cristóbal, donde construyó su residencia campestre.
Cuando el diseñador de interiores llegó a esta zona de Majagual, en Cambita, San Cristóbal, este terreno era totalmente silvestre. “Nos tomó un año construir la escalera. Dejaba mi vehículo en la superficie y me internaba varios metros al fondo hacia una propiedad empinada donde no había nada; solo maleza... Poco a poco, fuimos sembrando frutales y erigiendo la residencia actual, dándole un toque hogareño, que para mí es lo más importante”, recuerda con nostalgia Fernando Leo.
Curiosamente, y a diferencia del resto de las casas que colindan con la del diseñador, esta sí tiene nombre y número. Bautizarla como “Doña Mery”, en honor a la madre del propietario, es entendible, pero designarla con el número 45, siendo la única residencia numerada varios kilómetros a la redonda, solo puede justificarse bajo el hecho de que ése fue el número de la primera casa capitaleña que ocuparon Fernando y su madre cuando emigraron de La Vega. Esta costumbre de designar con ese número a todas sus casas se ha convertido en más que una cábala para Fernando: en una tradición.
Una aventura tridimensional
Al principio, cuando Fernando empezó a construir la que hoy es su residencia campestre, se limitó a erigir una cabaña, que ahora es contigua e independiente del edificio de tres pisos construido después, y en el que Fernando se hospeda actualmente. En la pequeña cabaña todavía se aprecia la rusticidad de sus materiales de construcción y, levantada en madera de palma, continúa prodigándole paz y tranquilidad al artista que, a veces, quisiera volver a refugiarse en ella.
Por otra parte, es innegable que adentrarse en el tercer nivel del inmueble a través de un puente de madera ubicado en la superficie de la colina y construido con postes del tendido eléctrico y tuberías de plástico, es el indicador más fidedigno del sorpresivo recorrido que le aguarda al visitante a lo interno de esta obra arquitectónica.
Esta edificación, que originalmente estuvo a cargo del arquitecto José Antonio Arias, y que posteriormente fue remodelada y ampliada por el ingeniero Federico Perdomo, se cimentó con materiales de la construcción como el block y el cemento. A Fernando Leo se le ocurrió implementar la madera de palma en el revestimiento de las paredes internas, otorgando un toque de calor humano y un aire más campestre a su domicilio.
Una terraza, ubicada a pocos pasos del umbral, es el área donde Fernando suele ver televisión de noche, o lo que es mejor, donde suele disfrutar a plenitud de la vista que se percibe desde esta área: de la Cordillera Central. Es esa estancia un vivo ejemplo de que sus más de 20 años de experiencia profesional en el área del diseño de interiores lo sindican como un “isleño” consumado.
Acostumbrado a rodearse de diversos elementos dotados, casi en su totalidad, de un gran valor sentimental y familiar, se considera un amante del color. “Creo que vivimos en una isla, y como tal, nuestras casas deben estar cargadas de color y de frescura”, expresa.
Fernando es, además, un fanático de crear ambientes agradables y, sobre todo, de generar estancias “habitables”. “¿Qué gana uno con crear un espacio bellísimo y que solo sea para ver y no tocar?”, cuestiona. A su juicio, lo interesante de crear un ambiente es hacer una mezcla de elementos, tanto ornamentales como mobiliarios, y que el resultado sea agradable visualmente; que la decoración se vea utilizable, confortable, con mucho color.
Coleccionista empedernido
En una primera instancia identificados, y posteriormente importados y coleccionados, los elementos (de manufactura mexicana, europea, hindú y, por supuesto, criolla) “invaden” todos los rincones del hogar de Leo. Las esferas talladas en piedra, las caras solares mexicanas, los muebles de mimbre, las antigüedades… Todo, absolutamente todo, contribuye con la funcionalidad y la estética de cada estancia.
Para él, el uso adecuado de la paleta cromática junto a la acertada mezcla de texturas, ornamentos y objetos mobiliarios son las piezas claves a la hora de armar el rompecabezas de decorar una casa. De hecho, bajo la aplicación de estos preceptos ambientó esta residencia que con el tiempo ha ido adquiriendo más carácter.
Aun bajando por las escaleras que conducen de la terraza al segundo nivel de la casa se siguen apreciando los detalles y se vislumbra al fondo un espectacular cuadro indígena (de México) y una serie de elementos como lámparas de El Artístico, candelabros y columnas mexicanas.
Ya en la segunda altura están ubicados la cocina, el comedor, una pequeña sala de estar y un deck de madera dispuesto frente a la Cordillera Central. “Cuando diseñé la cocina, instalé en ella una mesa de madera con tope de granito, que utilizo como desayunador; aunque, mi propósito original era amasar harina sobre ésta, todavía no he horneado la primera barra de pan”, comenta entre carcajadas Fernando Leo.
Él siempre quiso que su cocina fuese abierta, que luciese y se sintiese cómoda. Dos fregaderos de color rojo, un práctico bebedero que trajo consigo desde Estados Unidos (y que le acompaña donde quiera que va), una antigua tetera para preparar tisanas, y curiosos utensilios de cocina (de procedencia chilena y mexicana, en su mayoría) son algunos de los artilugios de los que se ha rodeado para dotar de mayor comodidad a su “departamento de humo y grasa”.
Y ni qué decir de los arreglos florales y frutales, a cargo del propio diseñador y provenientes de su jardín y conuco, respectivamente. Estos son más que omnipresentes en todos los rincones de su hogar, y le dan un inusitado toque de calidez y vivacidad a los espacios.
Junto a la sala, el comedor cuenta con una pieza mobiliaria de seis sillas, proveniente de México, que es realzada por un espejo de ese país azteca. Las lámparas y una reliquia en forma de reloj antiguo vinieron en el equipaje del diseñador de interiores en uno de sus viajes a Argentina.
Ya en el deck de la terraza, el piso de madera que lo sustenta le prodiga un aspecto natural y armónico a este lugar de deleite visual, que debate su belleza decorativa con la Cordillera Central y con su verdor montaraz. Este mirador es otro punto de encuentro que no se formó en la lista de los espacios encementados, sino que optó por alistarse en la fila de las áreas que prefirieron la madera para darle calidez al entorno.
Allí, un comedor que está prácticamente al aire libre se hace acompañar de un lámpara colgante (de México), a la que el diseñador Fernando Leo complementó con una decoración de palos de bambú para hacerla lucir como otro nido de pájaros -una escena que en esta zona se observa por doquier-.
Sin embargo, la residencia de Fernando Leo no finaliza en este deck, pues debajo de este se observa otra terraza que está en el primer nivel y más cerca de la jalda que funge como sembradío de la propiedad. Un par de habitaciones contiguas acompañan a este espacio que se aprovechó para hacer una pequeña sala de estar techada por el propio deck y abierta en sus laterales.
Como se puede apreciar, todas las áreas de esta casa campestre son totalmente independientes entre sí, pero están unidas, a su vez, a través de un cordón umbilical de estilo y de buen gusto con su dueño y diseñador, Fernando Leo.