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Se vende de todo

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Se vende de todo

No dejo de sorprenderme con las variaciones que me da la vida. Hoy todo se vende. Casi todo tiene un precio, lo único que no se puede comprar es el tiempo, pero a todo le encuentran la vuelta y te lo venden. Con el servicio de internet puedes comprar casi todo. Aquella época de ventas de enciclopedias puerta a puerta pasó de moda, hoy todo se vende por internet, productos de belleza, ollas, vacaciones, la pareja ideal, un matrimonio feliz...

Un amigo que se casó por internet con una rusa hasta la fecha es aparentemente feliz; otra amiga le salió pelao el billete y, aunque no tengo nada contra los enanos, cuando ella ilusionada viajó a New York tuvo que agacharse para el beso de bienvenida. Salió corriendo desde que lo vio y estuvo corriendo desde entonces, no hay quien le hable de internet. Y así un largo etcétera que no logro enumerar.

Cuando la vendedora me llamó por teléfono para pedirme una cita, muy inteligentemente me dijo que le diera solo diez minutos para venderme seguridad. Me excusé y le comenté que ya tenía seguro médico y de vida.

–Este es para la otra vida –me contestó.

–¿Cuál vida? -pregunté intrigado.

–La que viene después.

Curioso le di la cita pues siempre he querido vivir después, y más ahora que los años pasan y uno se va acercando a la banderita final.

La joven llegó a su hora, vestía impecablemente, sonrisa portátil, de esas que se ponen y se quitan dependiendo del comprador. Me miró y supo de inmediato que yo estaba en turno, ¿cuántos años me echaría?, ¿detectaría alguna enfermedad? Su sonrisa se iba ampliando más y más hasta que me envolvió con ella.

Cruza sus bellas piernas, con sus impecables manos, uñas perfectas, de verdad, no plásticas, pintadas en rojo alarmante, se alarga la falda en un gesto muy femenino no se vaya a ver nada que ella no quiera.

Pongo cara de ¿y entonces?

Ella abre su portafolio y, mientras lo extiende sobre mi escritorio, me narra su párrafo de ventas.

–He venido a facilitarle las cosas... todos sabemos que en algún momento tenemos que irnos, y por qué no pensar seriamente en eso y descargar a nuestros seres queridos de esa parte triste y difícil, he venido a ofrecerle, jamás uso la palabra vender, su tranquilidad.

No pude controlar mi carcajada, carcajada imagino nerviosa de pensarme muerto y sonriente de haber resuelto a los que quedan ese último momento.

Ella me mira desconcertada, no sabe qué hacer. Pido disculpas y mientras más trato de explicarme, con mayor intensidad la risa.

Me atrevo y le pregunto de dónde saca la cartera de posibles clientes. Le digo porque tengo un listado de amigos en mi misma condición de vida por si quiere ayuda, algunos ya están mas para allá, o casi al borde que quizás le agradezcan este servicio.

Ella no sabe si tomarme en serio o agradecer mi oferta

–¿Tan mal me veo?

–No señor –miente con elegancia– nunca pensaría que usted tendría más de...

–¿Más de cuánto?

–Usted es un hombre joven.

Ella investigó bien a su posible cliente, más de setenta, vida intensa, casi al borde de un infarto, si tiene suerte alguna enfermedad de moda como un cáncer, cirrosis, derrame, etc.

–¿Y este seguro cubre cementerio?

–Todo –y la sonrisa llena la habitación.

En mi mente me veo envuelto para regalo, no puedo evitarlo.

Elegantemente le digo:

–Gracias señorita, pensaré su oferta y la llamo. Voy a consultar con mi familia.

No la he llamado.

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