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Patricia Reid impresionante

Patricia nació con un sentido estético que la define, lo que toca adquiere su personalidad, tiene un sello de calidad y elegancia

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Patricia Reid impresionante
Gitana profesional por su trabajo, no hay rincón del mundo donde no haya dejado su huella. (RAMÓN L. SANDOVAL)

No sé si fueron las sillas colgando que Patricia colocó en el escenario de Bellas Artes en aquel lanzamiento de Barroco 21 y su capacidad de justificarlas lo que más me impresionó de ella o su seguridad cuando hablaba de sorprender con exquisitez la mirada del público y cautivarlo. Eran los años 80, un grupo llamado Barroco 21 dirigido por Michael Camilo y talentosos músicos dominicanos se presentaba. Yo era el productor y animador del espectáculo, Patricia y Rafael de Lemus montaron la escenografía y supe, mientras contemplaba las sillas, que esa muchachita que transformaba lo más absurdo en obra de arte tenía un talento especial, tenía ángel. Patricia tiene mirada de Midas. Midas lo transformaba en oro, Patricia en belleza. Puede transformar una piedra, un pedazo de madera, una lámpara olvidada, un zapato, una yola, lo que se le ocurra en un objeto bello que llame la atención. Su universo es el encanto y la hermosura.

Colecciona los objetos más descabellados, una simple madera puede ser un objeto mágico bajo su mirada, los espacios son un reto en su vida y su profesión. Denle un campo vacío y te devolverá un paisaje emocionante poblado de objetos que complementarán tu vida. Patricia nació con un sentido estético que la define, lo que toca adquiere su personalidad, tiene un sello de calidad y elegancia.

Gitana profesional por su trabajo, no hay rincón del mundo donde no haya dejado su huella, se monta en los aviones como yo en los taxis. Mira los espacios y los diseña con la sola mirada. Sus manos transforman, modifican, hacen magia. Patricia es arriesgada, pero como le sobra el talento, sus saltos al vacío están atiborrados de buen gusto que rayan en la exquisitez. Sabe perfectamente qué color poner, es alquimista de corazón. Tiene el don de la poesía en los espacios que decora, además, es tal su personalidad, que se distingue todo lo que hace impregnando su sello de buen gusto y confort. Cada espacio donde ella pone la mano invita a la alegría.

No recuerdo cuándo conocí a Patricia, bueno ya casi no recuerdo muchas cosas. Margarita, su mamá, y Billy, su papá, eran mis amigos. Margarita, una mujer de teatro muy especial con una capacidad enorme de enamorar a todo el mundo, y su marido, un consentidor profesional que la amaba y la seguía en todas sus aventuras culturales.

Cuando le propuse hacer una exposición en Casa de teatro tuve casi que obligarla, su humildad es su peor enemigo. Tuvo la osadía de decirme que no era artista. Yo lo que hago es distraerme –me dijo–, llenar mi tiempo de pedacitos de papel, de colores, jugando con los materiales. Le puse fecha y ella me dijo que lo haría con una sola condición.

–¿Cuál? –pregunté temeroso de que no pudiera complacerla.

–Si vendo algún cuadro, quiero que todo el dinero vaya a ayudar a los niños con cáncer.

–Así será –le contesté emocionado, sabiendo que ella desde hace un tiempo luchaba contra ese mal.

Ella se ocupó de estar en todo el montaje, colocó plantas, decidió espacios con nuestra galerista. Según iba viendo el montaje en la sala Paul Giudicelli de Casa de Teatro mi emoción se desbordaba. Estábamos celebrando 45 años de existencia y esa exposición era el mejor regalo.

La casa se llenó de alegría, de luz, de vida, de resplandecientes colores, de humanidad, Patricia había pintado con el alma y el corazón, y todo el que asistió se sintió conmovido y tocado por su arte. Esa noche se vendió todo. Un fuerte aguacero de bendiciones caía desde el cielo, nadie usó paraguas.

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Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.