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Inversiones superficiales

La lluvia, fuente de vida para la agricultura, es un tremendo dolor de cabeza para los habitantes de la ciudad de Santo Domingo.

Cuando cae uno de esos aguaceros súbitos, intensos, las calles se inundan, se paraliza el tráfico y se producen apagones.

Y pobres de aquellos que viven en hondonadas o en los puntos donde las calles se convierten en lagos, con olas y arrastre de basuras.

La causa de ello está en la economía, en la preferencia por la superficialidad.

Las urbanizaciones se desarrollan sin alcantarillas, sin respetar el curso natural de las aguas, sin capacidad de drenaje y con los cables eléctricos aéreos, vulnerables ante cualquier brisa moderada.

Y es que invertir en soterrar cables y sistemas de alcantarillado no está en los cálculos ni de las autoridades, cuyo objetivo es maximizar el número de obras, y mucho menos de los promotores privados, interesados en reducir costos e invertir sólo en lo que el cliente puede ver y tocar.

Si nos sirve de consuelo, no somos los únicos en esa situación. En la economía más pujante del planeta está pasando lo mismo. Unas 37 personas murieron en la capital china debido a las lluvias del fin de semana pasado, lo que se atribuye al desarrollo urbano sin una infraestructura adecuada y a las construcciones informales.

De esas víctimas, 25 se ahogaron, seis fallecieron por edificios que colapsaron, cinco fueron electrocutados por cables caídos y a uno le cayó un rayo. Muchos vehículos quedaron bajo las aguas, miles de familias tuvieron que ser evacuadas y los daños se calculan en 1,600 millones de dólares.

Lo triste es que las pérdidas que Santo Domingo y otras ciudades sufren por causa de las lluvias son mucho mayores que el costo de la infraestructura necesaria.

Pero ese cálculo no ayuda a cambiar las cosas, pues quienes sufren las pérdidas no son los mismos que deciden acerca de las urbanizaciones y las obras públicas.