El programa de dopaje desnuda la cultura del fraude en el ADN del béisbol dominicano
Van 468 fallos desde que la liga estrenó el programa, en 2005
Por todo lo que ha logrado en tan corto tiempo, por todo lo que promete y por tanto que puede perder con el pecado que ha cometido, el positivo de Fernando Tatis Jr., ha sido un golpe tan duro que ni siquiera el jugador, ni su entorno con ADN beisbolístico, lo ha podido digerir, más de dos semanas después de conocerse la noticia.
Tatis Jr., enterró el hacha de la guerra el martes en San Diego reconociendo su error y no tiene de otra que tratar de subsanar el grave daño causado con una vuelta al nivel que acostumbró a la afición.
Tatis Jr., tiene en Nelson Cruz el ejemplo de un jugador que pudo reivindicarse dentro y fuera del terreno tras verse embarrado en el mayor escándalo de dopaje de la MLB y lleva casi una década superando cada prueba. Y en Robinson Canó el lado opuesto, uno que tras fallar a un test por un bloqueador de estimulante pudo vivir con esa excusa, pero luego fue atrapado infraganti con el más popular de las sustancias (Stanozolol) y ha vivido un calvario.
Lo cierto es que del cielo beisbolero dominicano sobran los ángeles caídos una vez Grandes Ligas comenzó a sancionar con su programa de dopaje, en 2005.
De los 588 quisqueyanos que han jugado bajo el sistema desde hace 17 años hay 81 que han sido sancionados. Son 91 suspensiones cuando se computan los casos de jugadores con más de una. Es decir, el 13,7% de los duartianos que ha jugado bajo las nuevas reglas ha sido descubierto violentándola.
De ellos, hay 47 que fueron atrapados mientras eran parte del roster de 40 hombres del Big Show y otros 34 en las ligas menores, con experiencia previa o posterior en la Gran Carpa.
Arriba y abajo
Hay casos donde se repitió el fallo. Como el relevista Richard Rodríguez. El santiaguero logró firmar a los 20 años, en 2010 con los Astros, y esa temporada en la Dominican Summer League se encontró en una prueba que había consumido Stanozolol por lo que fue sancionado por 50 partidos. Llegó a la MLB en 2017 con los Orioles y se había mantenido hasta la temporada pasada entre los Piratas y Bravos. En abril último, Grandes Ligas informó que se encontró Boldedona en su sangre y lo castigó con 80 partidos.
Félix Bautista, relevista clave en el éxito de los Orioles y que puede capturar votos para el Novato del Año, fue suspendido en 2015, siete años antes de debutar en la MLB.
Al igual que Bautista, jugadores como Adalberto Mejía (2014), Alfredo Marte (2011), Michael Feliz (2010), Sócrates Brito (2010), Ramón Ramírez (2006) y Héctor Noesí (2006) fueron suspendidos por dopaje antes de debutar en la MLB.
Otros como Félix Martínez (2005), Nerio Rodríguez (2006), Pablo Ozuna (2009), Timoniel Pérez (2011), Wilson Betemit y José Ureña (2016) fallaron en las menores ya con experiencia en Las Mayores.
José Valverde fue atrapado ya en 2015, a los 37 años, mientras intentaba regresar al Gran Circo desde las fincas, con una carrera de tres Juegos de Estrellas, dos lideratos de rescates y 288 salvados en su espalda.
Una historia similar a la vivida por Carlos “Tsunami” Martínez el pasado 27 de mayo, quien fue atrapado en ligas menores con los Medias Rojas tratando de regresar al show con una hoja de servicios de nueve años y 967 entradas.
A Ronny Paulino lo sancionaron en agosto de 2010 mientras pertenecía a los Marlins. En 2014 volvió a fallar en el laboratorio mientras jugaba en AAA de los Tigres, le aplicaron 100 juegos de sanción y no volvió a ser contratado por equipo de la MLB.
La facilidad con la que los equipos perdonan y la poca severidad del castigo no hace pensar que habrá un cambio de mentalidad. Doparse, lograr un gran rendimiento que despierte el interés por los equipos atar un pacto a mediano plazo sigue siendo un gran atractivo.
Emmanuel Clase, cerrador de los Guardians, es el ejemplo más reciente. Fue llamado al Big Show a finales de 2019, impresionó, en plena encierro de pandemia de 2020 fue suspendido y antes de iniciar esta campaña recibió una extensión que le garantiza US$20 millones en cinco años. Una apuesta exitosa para el lanzallamas.