Anacaona: cosmovisión y época
La composición del nombre Anacaona evoca la más alta nobleza taína: Flor de oro
“Anacaona, india de raza cautiva. Anacaona, de la región primitiva”: así la plasmó Tite Curet Alonso en una composición musical del ritmo salsa que interpretó con gran efusividad su amigo, el cantante Cheo Feliciano, en la década de los setenta. Este fue un homenaje a la más grande mujer cacique que tuvo la Isla Española durante la colonización temprana (1493-1503).
La composición del nombre Anacaona evoca la más alta nobleza taína: Flor de oro (en lengua aborigen); palabra compuesta de ana, "flor", y de caona, "oro". Esposa de Caonabo (cacique de Maguana), hermana de Bohechio Anacauchoa (cacique de Jaragua) y, según Alfredo Zayas en su libro Lexicografía Antillana, era también hermana de Mayobanex (cacique de los ciguayos). Era madre de Higüemota, quien a su vez se casó con el español Hernando de Guevara. De este matrimonio nace Mencía una de las primeras mestizas en la isla, quien fue esposa del cacique Enriquillo. Es de considerar que el primer mestizo oficialmente registrado y aceptado en América es Miguel Díaz de Aux El Joven, también apodado Miguelico, quien nació en Santo Domingo (c. 1496) y fue parte de los comandantes conquistadores en México. Así lo refiere el genealogista e historiador español Manuel Fuertes de Gilbert Rojo y otros colegas. Es evidente que, durante esta época, los vínculos familiares de Flor de Oro (Anacaona) eran los más poderosos de la Isla Española.
Antonio del Monte y Tejada, considerado por muchos como el padre de la Historiografía dominicana, se refirió a Anacaona como “la inteligencia más clara y la más bien dispuesta de la isla”. Luego de la captura de Caonabo (su esposo), propiciada por Alonso de Ojeda (alcaide de la fortaleza de Santo Tomás) en 1495, se desató un vacío de poder sustancial en Maguana. Anacaona, conociendo el genio y capacidad militar españoles, vuelve a su querida Jaragua, donde aconseja a su hermano Bohechío que no guerree con los españoles, sino más bien que trate de entablar relaciones amistosas y comerciales. Esta es, posiblemente, la razón por la cual Bohechío no opuso resistencia a Bartolomé Colón cuanto este se presentó con un puñado de hombres en Jaragua, sino que de buena gana le ofreció tributo de lo que abundaba en aquella región: algodón, hutías e iguanas.
Por su parte, Bartolomé de las Casas (el defensor de los “indios”) en su Historia de las Indias (en el capítulo cxvi) describe a Anacaona como una mujer dadivosa, palaciana y liberal. Esta actitud se refleja claramente en su encuentro con Bartolomé Colón. Las Casas lo describe del siguiente modo: “Presentó esta señora á D. Bartolomé muchas sillas, las más hermosas, que eran todas negras y bruñidas como si fueran de azabache; de todas las otras cosas para servicio de mesa, y naguas de algodón (que eran unas como faldillas que traían las mujeres desde la cinta hasta media pierna),[…] cierto, si oro tuviera y perlas, bien se creía entonces que lo diera con tanta liberalidad”.
El cronista de Indias, Pedro Mártir de Anglería (1456-1526) la describe en sus crónicas de esta forma: “Sus tesoros no eran oro, ni plata, ni margaritas, sino solo utensilios y cosas tocantes al uso humano, como asientos, platos, fuentes, vacías, cazuelas hechas de madera muy negra, tersa, reluciente (que tu eximio doctor de artes y Medicina, Juan Bautista Elisio, sostiene que es ébano) y labradas con arte maravillosa”. Según Anglería, después de la muerte de Bohechío, Anacaona asumió el trono de Jaragua y ordenó que enterraran viva, junto con su hermano, a la hermosa “Guanahattabenechena y a dos de sus compañeras”. En este mismo sentido se pronunció el primer Cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) sobre Anacaona: “Se fue de la tierra de su marido a vivir en la de su hermano, a la provincia que llaman Jaragua; allí fue tan acatada e temida por señora como él mismo Bohechio”.
Según añade Oviedo en su Historia General y Natural (capítulo xii), el gobernador Nicolás de Ovando se había enterado de una supuesta revuelta en Jaragua (al suroeste de la isla), la cual estaba tomando forma gracias a la avenencia de Anacaona. Esto significaba el cese del tributo de algodón para los reyes, pero también una chispa alentadora para los nativos de otros cacicazgos para rebelarse en contra de los opresores coloniales. Se había notificado a Anacaona de un viaje en el cual se presentaría el Gobernador Ovando personalmente a su cacicazgo. Allí esperaban al huésped la cacique con la alta nobleza y con caciques minoritarios con areítos y ceremonias mágico-religiosas, costumbres bien arraigadas en aquellos nativos. La llegada de Ovando a Jaragua no fue menos impresionante; mejor dicho, era una escena memorable: más de trescientos hombres armados con armaduras relucientes y majestuosas con hombres en caballos imponentes. Oviedo describe lo que pasó posteriormente al encuentro: “Prendio´ (Ovando) muchos dellos, e a ma´s de cuarenta caciques, metidos en un bohi´o, les hizo pegar fuego e quema´ronse todos. Y tambie´n, e hizo justicia de Anacoana [...] que, desde a tres meses, la mandaron ahorcar por justicia. Y un sobrino suyo, que se llamaba el cacique Guaorocaya”.
En conclusión, la atrocidad de la matanza de Jaragua fue un antes y un después para los demás nativos quienes, según Oviedo, no se volvieron a sublevar durante el gobierno de Ovando. Una barbarie el asesinato de Anacaona, una mujer de gran respeto y reputación, la cual sigue arraigada en la conciencia de muchos dominicanos conocedores de su historia.
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