Liz Cheney, la republicana que se atreve a desafiar a Trump
Esa posición, y otras críticas al exmandatario, la convirtieron en paria en el partido
Heredera de una derecha tradicional, la congresista republicana Liz Cheney libra una batalla encarnizada, pero solitaria, contra el expresidente Donald Trump, que probablemente le costará una derrota electoral.
Liz Cheney, de 56 años, copreside el comité parlamentario que investiga el asalto del 6 de enero de 2021 al Capitolio por parte de simpatizantes de Trump, a quien acusa de haber "faltado a su deber" de impedirlo.
En junio dijo a sus colegas conservadores que se exponen "a la deshonra" si siguen a ciegas a Trump en su cruzada contra las elecciones que afirma, sin pruebas, que le robaron.
"Esta noche digo a mis colegas republicanos (...) llegará el día en el que Donald Trump se irá, pero vuestra deshonra se quedará", les soltó, muy seria.
"En nuestro país, no prestamos juramento a un individuo o a un partido político", sino a "defender la Constitución de Estados Unidos. Y ese juramento debe significar algo", añadió.
Esta posición, y otras críticas al exmandatario, la convirtieron en paria en el partido y es muy probable que este martes pierda la carrera por la nominación republicana para un escaño en la Cámara de Representantes ante Harriet Hageman, una abogada de 59 años que cuenta con el respaldo de Trump.
Porque en su cruzada contra el nacionalismo exacerbado y la retórica populista que llevó al poder a Trump, Cheney está muy sola.
Año y medio después de ser derrocado en las urnas, Trump mantiene un control férreo sobre el Partido Republicano, que recientemente calificó las protestas del 6 de enero de "expresión política legítima" y sancionó a Cheney por participar en la investigación.
"Los miembros de la élite conservadora que aún poseen algún tipo de lucidez saben que Liz Cheney tiene razón", opinó en junio el comentarista republicano Bill Kristol. "Pero no pueden posicionarse en contra del nuevo establishment... del que quieren forma parte desesperadamente", tuiteó.
Solo otro conservador, el congresista Adam Kinzinger, que no se presenta a su reelección, aceptó formar parte de esta comisión.
Sus compañeros se refieren a ambos con el apodo muy peyorativo de "RINOs" ("que de republicanos solo tienen el nombre").
Cheney procede de una derecha tradicionalista y en el pasado militó en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo pese a tener una hermana lesbiana. Además no niega sus posiciones muy conservadoras, especialmente en el plano económico.
Pero para los partidarios de Trump encarna a la élite de Washington denostada por el expresidente, que fustiga a los políticos de carrera con los que los activistas ya no se identifican.
Derecha tradicionalista
La congresista, de una familia con un largo pasado político, solía acompañar a su padre Dick Cheney, elegido congresista por Wyoming de 1979 a 1989, antes de convertirse en secretario de Defensa de George H. W. Bush y más tarde en vicepresidente de George W. Bush.
Licenciada en derecho por la universidad de Chicago, se incorporó al banco International Finance Corporation antes de ocupar varios puestos en el Departamento de Estado, especialmente en Oriente Medio.
Está casada con Philip Perry, abogado de un famoso bufete de Washington, y tiene cinco hijos. En 2014 probó suerte por un escaño en el Senado y en 2016 ocupó el de su padre en la Cámara de Representantes.
Cheney representa en el Congreso a Wyoming, el estado menos poblado del país, conocido por sus mesetas, en las que se grabaron varias películas de vaqueros, y porque el 70% de los sufragios de las presidenciales de 2020 fueron para Trump, el mejor resultado del republicano en el país.
En febrero de 2021, el brazo local del Partido Republicano pidió la dimisión de Cheney por haber dicho que consideraba "culpable" al exinquilino de la Casa Blanca tras su segundo juicio político, del que el Senado lo absolvió.
Desde entonces, esta mujer rubia con gafas, ha limitado al mínimo sus apariciones en este estado.
Por eso la elección de este martes, una de las más escrutadas de las legislativas de mitad de mandato, puede considerarse una especie de referéndum sobre la influencia del magnate sobre el partido republicano.
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